Claudio Borghi, alguna vez bautizado como "el Maradona que no fue" precisamente por su falta de fuego sagrado, es el paradigma del que le hace pito catalán a las apetencias de la tribuna. Y asevera, desafiante: "Ser pechofrío fue mi mejor virtud. Me gustaba jugar igual en cualquier lado. Todo me daba lo mismo". La frase de Borghi no deja de asombrar, acaso tanto como éstas otras que supo pronunciar en sus épocas de rabonas tirar: "El fútbol no es mi vida", "no voy a dejar la vida en la cancha", "no me interesa lo que dice el público", "el fútbol no es drama, es un placer", "si gano o si estoy perdiendo por goleada, soy el mismo, porque eso, justamente, es lo que me destacó frente a otros jugadores", "el jugador que piensa, no debe correr; con velocidad, perdés panorama y precisión". El de Borghi es un caso aparte por donde se lo mire. "Cuando me dicen fracasado, contesto con la misma pregunta: ¿comparado con quién?", provoca el Bichi. Para el ex jugador de Argentinos Juniors, su carrera fue "muy buena". Y marca diferencias. "Batistuta todavía no salió campeón y yo sí". Borghi indica que "fue la gente" y no él quien lo puso "a la altura de Maradona". Por eso, afirma, está más que conforme con lo que el fútbol le dio. "Me permitió salir de mi mala situación económica, y eso me basta y me sobra". Gorosito no tiene dudas de que Borghi fue el mejor jugador argentino después de Maradona. "Los que creen que fue pechofrío están muy equivocados. Si Borghi no llegó a ser lo que algunos esperaban, es un problema de ellos. El hizo todo lo que quiso y así está bien", sentencia. Sea por los límites que imponen los benditos códigos del fútbol, o por profundas convicciones personales, el llamado pechofrío es reivindicado por el medio sin miramientos. Alfio Basile no se anda con vueltas para la definición. "Es el que se despierta y define el partido. Hay jugadores que no tienen sentimientos, que les importa un carajo todo, pero eso pasa por la mente de cada uno", El Coco compara: "Los jugadores son todos distintos. No es lo mismo Capria que Daniel Willington, ambos brillantes, pero de caracteres diferentes. Claro que ningún equipo puede pretender ser grande si no tiene uno a mano". Gambeta endiablada, buena pegada con las dos piernas y andar pachorro, Fernando Pandolfi es otro de los que suele ser señalado con dedo acusador. "El hincha reconoce al talentoso consagrado. El que recién se inicia tiene que pagar el derecho de piso", se resigna el Rifle. Para el atacante de Boca, seduce más la garra, "aunque hayas robado diez pelotas y les des nueve a los contrarios". Sin embargo, Pandolfi es de los que piensan que "tienen huevos los que manejan bien la pelota durante todo el partido". Y se anota en la lista de los cuestionados. "Si Borghi, Capria y el Polillita Da Silva son pechofríos, como se dice por ahí, me encantan los pechofríos. Los prefiero mil veces que a un rústico que se tira a buscar una pelota con la cabeza". Giunta le da la razón. "Es cierto que el esfuerzo es reconocido por la gente. El que corre y corre tratando de recuperar la pelota siempre es aplaudido". Pero separa los tantos. "Al día siguiente, sin embargo, la prensa destaca al jugador que hizo las mejores jugadas, no al que puso sacrificio. Es así". Ciertas marcas de la personalidad tal vez provengan de fábrica. Y resulta difícil aplicar la lógica para entenderlas. Lo más aconsejable, en todo caso, es encontrarle el costado positivo. "El jugador tiene que intentar adaptarse al juego de conjunto pero preservar su singularidad, que es su potencia de acción, su forma de ser en la cancha", filosofa el psicoanalista Eduardo Pavlovsky. El nudo del asunto, entonces, estará en el respeto por la diferencia. Temperamentales y amargos, tirios y troyanos. Que cada cual atienda su juego.
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