Desde afuera, no parece lo mismo jugar con un ignoto equipo de Tonga que enfrentar a Real Madrid en el Santiago Bernabeu. La ciencia deportiva, se sabe, le encontró una definición a las circunstancias cruciales: el miedo escénico. La mirada del otro, el público, se convierte en una presencia ya no estimulante sino paralizante para ciertos futbolistas. "Es un ejemplo de vergüenza inhibitoria. Se pierde el placer de la actuación y se la transforma en pánico", explica el psicoanalista y dramaturgo Eduardo Tato Pavlovsky. Las vivencias frustrantes, sostiene Pavlovsky, están lejos de ser irremediables. "Es posible establecer un trabajo corrector en relación al juego de presiones que vive el jugador y las fantasías y expectativas que lo rodean". Para el técnico Daniel Córdoba, quien alimentó cierta fama de "filósofo" de la pelota, las flaquezas emocionales también se pueden curar. "Cuando estuve en Estudiantes, Colón y Chacarita, con todos aquellos jugadores que han carecido de dosis temperamental, hemos tenido la suerte de que a nosotros nos han rendido sobremanera, porque entre el grupo de jugadores y el cuerpo técnico, los hemos sacado adelante", saca pecho. El Profe, pedagógico, no esconde su fórmula: "Es importante no esconderle nada al jugador, decirle todo de frente. De esa manera, sabiendo sus defectos, teniendo un grupo que lo contiene, se puede apuntalar en ese aspecto". Córdoba dice que "existen, existieron y existirán jugadores así, ya sea en una plaza o en una final del mundo", pero parece echar mano al pragmatismo de la alta competencia al agregar: "Es indudable que el mundo de la elite futbolística tiene cada día menos lugar para ellos". La falta de ímpetu, según Pavlovsky, no es una cuestión de mala voluntad ni una cháchara de entrecasa. "Es un problema de alto nivel de complejidad atravesado por distintos factores, a veces emocionales, económicos, ideológicos, de poder", enumera.
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