Año CXXXIV
 Nº 49.121
Rosario,
sábado  19 de
mayo de 2001
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Con Alberto Lozano el básquet perdió un grande

Oscar Lehrer

El básquetbol está de duelo. Ayer, cuando la tarde comenzaba a transitar sus primera horas, falleció Alberto Gallego Lozano, uno de los históricos de este deporte en el país.
Lozano fue uno de los integrantes de aquel equipo que en 1950, en el mítico Luna Park obtuvo el título de campeón mundial, ganándole en el encuentro final nada más y nada menos que a los Estados Unidos.
Además, fue uno de los que formó parte del Newell's Old Boys que en la década del 40 y parte de la del 50 barrió con todos los torneos oficiales de la Asociación Rosarina, hasta que los integrantes de la denominada Revolución Libertadora, por el solo hecho de haber recibido un vale para un auto por haber sido campeones mundiales, los sancionó de por vida
A pesar de ese castigo nunca renegó de su condición de peronista. Incluso por defender ese ideal sufrió también la pérdida de horas de la cátedra de Educación Física, una profesión a la que le dedicó muchas horas de su vida, al punto tal que su fallecimiento ocurrió a escasos minutos de reunirse con sus alumnos para dictar una clase en el Instituto Superior Abanderado Grandoli de Granadero Baigorria.
No hubo partido de básquetbol que se jugara en la ciudad que no contara con la presencia de Lozano, siempre acompañado de su esposa Raquel.
Con sus frescos 75 años, Lozano era el centro de atención cuando de contar anécdotas se trataba. Sus amigos, muchos por cierto, disfrutaban con su historias enriquecidas con detalles y datos precisos. Y aquella epopeya del mundial siempre estaba latente, como si medio siglo no hubiese pasado.
Además, siempre se mostró dispuesto a dar una mano en forma desinteresada a quien la necesitara.
El afecto que sentían por él aquellos que tuvieron oportunidad de tratarlo quedó demostrado en noviembre pasado, cuando el Gallego consiguió reunir en esta ciudad -en una cena que será recordada por mucho tiempo-, a todos los que todavía viven (jugadores y cuerpo técnico) y familiares de quienes fueron parte del equipo mundialista. Los que vinieron, periodistas inclusive (Eduardo Alperín, Edgardo Gilabert, Lopecito y otros) no se cansaron de repetir que estaban aquí "porque al Gallego no le podíamos fallar".
Fue un ferviente defensor del básquetbol de su época, pero no por eso renegó de la actual Liga Nacional, un juego muy distinto al que se practicaba en aquel entonces.
Nunca fue muy amigo de los viajes al exterior. Pero se dio el gusto de ir a Grecia y ser uno de los argentinos que estuvieron en el último Mundial, ocasión en la que recibió numerosos homenajes por su condición de haber sido parte del primer torneo de este tipo que se jugó.
Fue un fiel consejero para aquellos jugadores y técnicos que estaban haciendo sus primeras armas y para quienes también tenían muchas batallas sobre sus hombros . Amigo desinteresado de dar consejos, siempre fue materia dispuesta para volcar sus conocimientos a todos aquellos que llegaron a necesitarlos.
A pesar de los golpes que por hechos deportivos debió soportar a lo largo de su brillante y rica trayectoria, nunca pensó en un tiempo de revancha.
Lozano, uno de los grandes del básquetbol del país, se fue soñando que el Argentino que se jugará próximamente en esta ciudad y en la de Santa Fe iba a ser un éxito.
Seguramente que, apasionado como era, su alma estará balconeando este campeonato y, como siempre, haciendo fuerzas por Santa Fe, una camiseta que supo defender con orgullo.
Se fue soñando, y por poco no lo pudo ver concretado, con la instalación del Instituto Grandoli en el hipódromo Independencia.
El Gallego ya no está con su gente. Fue amigo, y esa palabra basta. Y su recuerdo no se perderá en las noches del tiempo. Seguirá acercándose a la mesa del bar. Y seguramente alguien le pedirá otra anécdota. Y tal vez otra lágrima se le vuelva a desprender.



El ex basquetbolista falleció ayer a los 75 años.
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