Mauricio Tallone
La multitudinaria y creyente comunidad canalla no necesitó la excusa religiosa de juramentarse caminar hasta Luján para mostrarle su fidelidad al equipo Libertador. A cambio decidió ofrendar otro sacrificio, tan heroico y salpicado de fe como la mismísima procesión de fieles: poblar el Gigante ante Cobreloa. Regaló, en definitiva, la íntima convicción de ser más hincha de Central que nunca. El banquete obligaba, el triunfo conseguido en tierras chilenas hace una semana no sólo era el mejor pretexto para sostener el romance con el equipo, sino también servía para apuntalar el sueño copero. Y a pesar del sufrimiento que instaló el impensado empate del argentino Tagliani, los casi 30 mil hinchas que se encargaron de colmar el Gigante recibieron su recompensa. Un Central clasificado a los cuartos de final y un equipo con algunos indicios de querer dar pelea hasta el final. Por aquello de que la pasión funciona a más revoluciones que el razonamiento, los instantes finales del partido fueron testigos de una multitud con el síndrome de la duda. Soñador por costumbre y también por atrevimiento, el pueblo canalla acompañó esas alternativas con cautela. Mientras los chilenos se derrumbaban ante los minutos y las gambetas de Ezequiel y la solvencia del Flaco Loeschbor, el canto de "vamos a ganar la Copa que perdieron los p.... del Laguito" prefirió sonar mitad contención y mitad efusividad. Porque si bien Central vive un tiempo de siembra en la Libertadores, sabe que la semilla que le costó plantar anoche todavía no goza de un terreno fértil y apto para sembrar su huerta en un territorio internacional.
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