Armando Picone
A pesar de ser un país muy poco promocionado por las agencias de turismo, Guatemala no sólo ofrece a los visitantes su maravillosa riqueza natural sino también las peculiaridades de sus costumbres sincréticas, donde la presencia indígena se distingue por sus mágicas y coloridas tradiciones ancestrales, y es muy común observar ceremonias religiosas en las que el humo del copal (resina natural procedente de distintas plantas) envuelve los ritos y los cuerpos de los participantes, provocando un ambiente místico. Los vistosos colores de los trajes indígenas contrastan con el verde de sus bosques y selvas, así como con el blanco de la niebla de sus zonas altas. En estos territorios, los pobladores aún preservan sus antiguas costumbres y su lengua. Hay distintas vías de acceso. En esta oportunidad, una experiencia personal como observador fotográfico. Proviniendo de San Cristóbal de las Casas (México) y atravesando la selva Lacandona, se llega al primer puesto fronterizo La Mesilla, desde donde el turista empieza a disfrutar de la calidez de sus habitantes que se manifiesta en sus amplias sonrisas, una muestra clara de su increíble hospitalidad que no declina a lo largo de todo el territorio. Después de un recorrido de 84 kilómetros, entre la sierra de los Cuchumatanes al norte y sierra Madre al sur y por una carretera en óptimas condiciones, surgiendo ante los ojos la belleza del altiplano guatemalteco con sus milpas (sembradíos) que se asemejan a grandes alfombras naturales por su trabajo artesanal y sus variados colores, se llega a la ciudad de Huehuetenango, dando la bienvenida una antigua estación a cielo abierto, con su tianguis (mercado de artesanías, flores, comidas y frutos) desde donde se puede hacer combinación a distintos puntos del país. Nuestra opción fue tener la base de operaciones en la ciudad de Panajachel, distante a 159 kilómetros. El traslado se puede realizar en camión (autobús interurbano) donde los asientos son compartidos por varias personas en un clima cordial y de gran algarabía. Panajachel está asentada al pie del espectacular lago Atitlán frente al cerro de Oro y los volcanes Tolimán, Atitlán, San Pedro y Santa Clara, donde sus siluetas se recortan cuando el atardecer tiñe de naranja el firmamento, dándole un esplendor incomparable al paisaje. La mayoría de los hoteles en la región del lago se concentran en torno a este poblado, juntamente con los más variados restaurantes de excelente gastronomía y aptos para todos los bolsillos. Aquí el turista puede disfrutar de la paz del lugar y realizar sus compras en los mercados de artesanías o en los puestos de vendedores ambulantes. De noche esperan discotecas y bares. Uno de los mayores atractivos naturales de Guatemala es, sin duda, este lago de 125 km cuadrados de superficie, situado a 1.560 metros sobre el nivel del mar. El cuerpo cristalino -apto para nadar y realizar deportes acuáticos- se formó después de una catástrofe volcánica, hace más de 85.000 años. Actualmente el Atitlán está rodeado por 12 poblados a los cuales se puede acceder en lanchas públicas de pasajeros o privadas por unos pocos quetzales (moneda local). En este recorrido se visitan los pueblos de Santa Catarina Palopó, San Antonio, San Lucas Tolimán, San Marcos La Laguna, Santa Cruz y Santiago Atitlán, todos con características propias, y este último en particular, rinde culto a San Simón apodado Maximón, uno de los santos más alegres de Guatemala. Se distingue por su hermosa nariz aguileña y pequeña estatura. La vestimenta de su estatua esculpida en madera consiste en lo que el pueblo le regala cada Semana Santa. Maximón porta hasta cinco sombreros, uno sobre otro, así como pañuelos, sacos y camisas. Gracias a la intervención de un sanjorín (brujo), por intermedio de oraciones en lengua cakchiquel, los lugareños se comunican para pedir ayuda en cuestiones de salud, amor y fortuna, en un ambiente místico rodeado de velas, frutos, cigarrillos, aguardiente y humo. Dentro de la tradición sincrética, parece ser el único santo que recibe estas ofrendas. Este recorrido demanda todo un día, pero vale la pena realizarlo, pues en un marco de mágico esplendor y combinada belleza el cansancio no irrumpe en la felicidad del viajero. Rumbo a las tierras calientes En otro recorrido por carretera rumbo a Quetzaltenango (Xela) se llega al pueblo de Salcajá, famoso por su caldo de frutas, un licor de manufactura casera que merece ser degustado. De allí se sigue a San Andrés Xecul; en este pueblito, dentro de la jurisdicción del departamento de Totonicapán, se halla quizá la única muestra de arte indígena plasmada en la llamativa fachada de su iglesia (siglo XVI). En dicho espacio se pueden observar santos, ángeles, flores y maíz, en una fiesta de color que combina el azul, el verde y el rojo sobre el impecable amarillo del templo. En la continuación hacia el sur está Xela, ciudad pujante que aún conserva las tradiciones de su población maya-quiché; con su plaza principal, Parque Centroamérica, con un hemiciclo de estilizadas columnas y la catedral de la cual sólo se conserva la fachada. Al sudeste se encuentra Zunil, también conocida como "la de tierra caliente", conformada en su mayoría por indígenas. Muestra, en medio de una hermosa vista de las montañas y la niebla, la fachada blanca de su iglesia. Y a 3 kilómetros, en medio de una espesa selva, se encuentran las Fuentes Georginas, aguas termales provenientes del volcán Cerro Quemado, donde se puede disfrutar de un delicioso baño al aire libre en un complejo turístico verdaderamente impecable, sin que esto le cueste un quetzál. De regreso se pueden observar a lo largo del camino las huertas comunitarias y en medio de hortalizas y legumbres pequeños jardines de orquídeas, alcatraces (calas) y otras flores que conforman las parcelas. Por la senda de los ritos Dejando atrás Panajachel y a 37 kilómetros al norte se encuentra Chichicastenango, pueblo que por tradición posee el mercado más grande de Guatemala. Es famoso, puesto que los jueves y domingos acuden indígenas de poblaciones lejanas a vender sus mercaderías, llenando la plaza central de color y bullicio. Por otra parte, próximo al poblado y por un camino serpenteante entre bosques de pinos y flores, se accede a pie a la cima del cerro Pascual Abaj, donde se realizan ritos propios del sincretismo de las culturas maya y española, que deben ser observados con profundo respeto. Es recomendable además visitar el hotel Santo Tomás ya que es poseedor de una arquitectura típicamente colonial, con dos jardines floridos divididos por una arcada superior, desde donde un conjunto de músicos, ejecutando marimbas de tecomate, acompañan nuestra exquisita cena (a precio muy accesible). A 108 kilómetros al sudeste de Chichicastenango se encuentra la magnífica ciudad de Antigua, declarada patrimonio cultural de la humanidad en 1979 por sus majestuosas construcciones, hoy en ruinas, que enaltecen la belleza del valle y los tres volcanes que lo rodean (Agua, Fuego y Acatenango). Entre estas ruinas se encuentran el ex Convento de las Capuchinas, terminado en 1736; la iglesia de la Merced, de hermosa fachada barroca; el ex Convento de Santa Catalina, construido en 1613, y la iglesia en 1647, unidos por un arco con pasadizo y reloj; el hotel Casa Santo Domingo, que fuera convento, también destruido por el terremoto de 1773, donde aún se conserva la capilla del Calvario (bajo tierra). Por la noche todo el predio es iluminado con velas, lo que le da un ambiente místico, como si se remontara a la época colonial. En esta ciudad con la celebración de Semana Santa y viernes de Cuaresma se realizan procesiones de variadas cofradías, donde todo el pueblo participa de una u otra manera; unos transportando las andas que constan de ochenta personas y cincuenta y seis turnos; de ahí que las procesiones comienzan a las 10 de la mañana y finalizan a las dos de la madrugada, siempre acompañadas por músicos y devotos. Otros arman sobre las calles alfombras de flores de varios metros cuadrados, que son verdaderos tapices, para que pisen los andantes al pasar.
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