Año CXXXIV
 Nº 49.108
Rosario,
domingo  06 de
mayo de 2001
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Análisis: En busca de la identidad perdida
El Frepaso llegó a los máximos niveles de poder sin estar preparado para la crucial tarea de gobernar

Mauricio Maronna

La política argentina pareció devorarse el viernes pasado al político más talentoso nacido en la posdictadura.
La sorprendente autocrítica de Carlos Chacho Alvarez respecto a su rosario de equivocaciones tras su gesto de renunciamiento a las mieles del poder no alcanza, sin embargo, para explicar en su totalidad qué fue lo que ocurrió con el líder de una fuerza que llegó a la vicepresidencia de la Nación, gobierna distritos estratégicos y se convirtió en 1995 en la segunda fuerza nacional, desplazando entonces a la centenaria UCR.
Alvarez subestimó el peso específico de la corporación política y se convirtió en un hombre errático cuando debía haber liderado las gestiones ejecutivas frepasistas, fogoneando el modelo alternativo que propugnó. Pero, fundamentalmente, nunca pudo hacerle entender a la sociedad por qué, pese a su renuncia, se quedaba en un gobierno que le había dado la espalda en su cruzada contra las coimas en el Senado.
El Frepaso llegó al poder sin estar preparado para semejante responsabilidad. El Frente Grande, partido eje de la confederación de centroizquierda, se redujo cualitativamente a un puñado de dirigentes en condiciones de enfrentar la tarea de gobierno, pero que ocuparon posiciones de jerarquía solamente por el dedo salvador de Alvarez. La impresentable sucesión de desprolijidades de Graciela Fernández Meijide (un claro ejemplo de las mutaciones que produce el poder), el descrédito de Alberto Flamarique tras el sospechoso trámite por la reforma laboral y la ausencia de cuadros capaces de encarnar un proyecto económico alternativo redujeron al Frente al punto de convertirse en una agencia de empleo público para unos pocos beneficiarios.
Curioso: muchos funcionarios frentistas de las terceras líneas del gobierno nacional (provenientes de Santa Fe y de otras provincias) prefieren mantenerse en las sombras antes que reivindicar el cargo que se les asignó. Otro interrogante: ¿a quién representa, hoy por hoy, el Frente Grande santafesino?
"Yo no llegué al gobierno para hacerme el boludo", dijo alguna vez Alvarez a La Capital, cuando enfrentaba el amateurismo de los sushis, las conspiraciones de la Side y la embestida de la mayoría de los senadores del PJ y la mismísima UCR. Casi al mismo tiempo en que el Ejecutivo nacional archivaba sus promesas electorales y sacudía a los argentinos con un ajuste tras otro.
Es hora de revelar un dato clave para entender la poca empatía que existía entre los aliados: el mismo día en que el presidente Fernando de la Rúa recibió con todos los honores a Carlos Menem, Alvarez prefirió refugiarse en Rosario y regodearse con el "aguante Chacho" que le prodigaban quienes lo cruzaban en la peatonal Córdoba. Pocos días después, renunciaba a la vicepresidencia.
En ese momento, según todas las encuestas, la mayoría de los argentinos valoraba su gesto, aunque tomaba distancia de las eventuales consecuencias. Pese a que Chacho se alejaba asqueado y denunciando complicidades, el chachismo permanecía institucionalmente en el poder, tragando un sapo tras otro y convirtiendo en irreversible la diáspora interna.
Ese confuso deambular por las esferas del poder fue carcomiendo la imagen positiva de Alvarez, a quien su electorado histórico se le comenzaba a escurrir como agua entre los dedos.
El líder de la centroizquierda creyó que Domingo Cavallo se convertiría en su mejor aliado para cambiar el rostro del gobierno y construyó los puentes de plata necesarios para que el padre de la criatura regrese al Ejecutivo. El desenlace de la patética escena que se vivió la noche del renunciamiento de Ricardo López Murphy, con una delegación frepasista pujando en la quinta de Olivos para que Chacho sea jefe de Gabinete, terminó por destruir el ánimo del hombre de Balvanera.
Ahora desde el llano, sin ataduras con su raquítico partido ni con un gobierno que le es totalmente ajeno, Chacho debe volver a empezar. La resquebrajada política argentina no debería darse el lujo de engullirse definitivamente a quien se animó a levantar la alfombra que escondía el escándalo más grave desde el regreso de la democracia. ¿O ya es demasiado tarde para arrepentimientos?



Tras la autocrítica, Alvarez medita sobre su futuro.
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