Año CXXXIV
 Nº 49.108
Rosario,
domingo  06 de
mayo de 2001
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Uruguay: El amor de los monarcas
Colonia, una de las mecas del turismo americano, invita un viaje hacia el pasado

Cien años después de que el vizcaíno Juan de Garay fundara definitivamente a Nuestra Señora de los Buenos Aires, el lanchero Marcos Román sorprendió al gobernador rioplatense José de Garro con una nueva que traía desde San Gabriel, donde había ido a buscar leña.
Dijo: "Mire, Usía, que en la isla grande hay cuatro barcos. Que se ve mucho movimiento en tierra y... que me llamaron y no les hice caso, me vine".
En los finales del tórrido verano de 1680 lo que el lanchero había visto era al maestre de campo Manuel Lobo cumpliendo con un deseo del príncipe, don Pedro de Portugal, quien le había encomendado fundar una población en lo más estratégico del Río de la Plata. Quería el mejor sitio para el intercambio comercial.
La llamaron Colonia del Sacramento y fue perpetuo motivo de litigio entre los dos monarcas ibéricos. Un lugar de luchas homéricas donde se sucedían los ataques y las reconstrucciones.
Muchos nombres españoles y lusitanos jalonaron su primera historia, hasta que en 1777 el virrey Cevallos plantó para siempre el pabellón español en estas tierras. El monarca lusitano no se equivocó al fundar Colonia en ese sitio del Río de la Plata, que es una de las mecas del turismo histórico americano, declarado por la Unesco patrimonio de la humanidad.
Con 300 años, en Colonia se puede viajar hacia el pasado con sólo caminar entre sus reconstruidas edificaciones coloniales. Las murallas de la Puerta de la Ciudadela, erigidas en 1745, llevan en lo alto el escudo de Portugal.
Al traspasar el puente levadizo y recorrer la ciudad vieja al atardecer, se verá un reflejo rosado que juega entre las tejas y acaricia el barro oscuro de las macetas. Ni siquiera los colonienses logran sustraerse al bello espectáculo vespertino.

La historia del callejón
Dicen que la historia del Callejón de los Suspiros se perdió en los siglos, y que alguien imaginó una leyenda de amor -sólo para los visitantes- que habla del rumor del río que va y viene, y del leve susurro de las glicinas que suspiran como el viento.
El encanto del callejón adoquinado es que en él nada cambia. Contiguo al Paseo de San Miguel, se abre como una Lisboa antigua. El pequeño pasaje es el símbolo de Colonia y uno de los sitios más fotografiados del mundo.



Los pasajes empedrados con un símbolo de la ciudad.
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