El nombre de Roberto Bolaño suena extrañamente familiar. Mucha gente al verlo por primera vez no puede evitar preguntar si no se trata de Roberto Gómez Bolaños, el autor y actor de esa joya de la televisión que fue "El chavo del ocho". Y no, son dos personas distintas. El primero, el escritor de novelas cuentos y poemas, es chileno. El segundo, como casi todo el mundo sabe, es mexicano, pero la confusión tiene un dato interesante: Roberto Bolaño, el chileno, vivió en el exilio en México, donde transcurren algunas de sus ficciones, entre ellas "Amuleto", y más de una vez lo deben haber relacionado con el autor que escribía sus programas televisivos bajo el nombre risueño de Chespirito (un Shakespeare chiquito, digamos).
Roberto Bolaño se convirtió en los últimos tres años en la revelación de la literatura escrita en castellano. Entonces, se hace cada vez menos probable que se lo siga confundiendo con el autor de "El chavo". En todo caso, será un chiste, hecho ahora sobre un tipo más o menos famoso, que ganó el año pasado uno de los premios gordos de las letras castellanas (el Rómulo Gallegos por "Los detectives salvajes") y cuya obra poco tiene del mundo popular del chico criado a los golpes en la vecindad de un conventillo mexicano.
La publicación reciente de "Nocturno de Chile" (Anagrama) confirma que el mundo de Roberto Bolaño es el de la literatura y los escritores. Así como Jean Genet escribía sobre ladrones y chulos, los héroes y antihéroes de Bolaño son escritores y lectores. Su "La literatura nazi en América latina" es un libro deudor de "Historia universal de la infamia", de Jorge Luis Borges, pero encuentra su propio filón al enraizar las historias de sus perversos personajes con datos de la realidad americana: el amor por los nazis que sintieron importantes sectores de las sociedades de los países latinoamericanos es el telón de fondo que hace que los relatos del libro tengan un sabor auténtico y que los personajes parezcan perfectamente posibles.
Los personajes de Bolaño son, en general, escritores o gente de letras. Este contacto con el mundo de la literatura no los hace mejores. Quizá al contrario, los vuelve más siniestros y calculadores, por dominar uno de los grandes recursos del ser humano: la posibilidad de conseguir algo a través de un cuento, usando sólo palabras. Convencidos de que tienen un poder divino, harán cualquier cosa: traicionar, delatar, odiar, envidiar o no asumir la responsabilidad de actos cobardes, como le ocurre al sacerdote y crítico literario de "Nocturno de Chile".
Del dictador al escritor infame
La literatura latinoamericana es un invento que cierra bien. Tanto para la enseñanza como para la comercialización de libros. Es cómodo y se supone que todo el mundo entiende de qué se habla cuando se habla de literatura latinoamericana.
Ese desborde de las literaturas nacionales hacia una transliteratura creó algunos temas fijos que aún se siguen explotando con buen resultado. El más famoso es el de los dictadores: muchísimos protagonistas de novelas "latinoamericanas" son dictadores o caudillos. Desde "El señor presidente", de Miguel Angel Asturias, pasando por "Yo el supremo", de Augusto Roa Bastos, hasta "La fiesta del chivo", de Mario Vargas Llosa, la figura de los hombres fuertes sedujo a los escritores y se convirtió en la materia prima de sus relatos.
El mal, la perversión, siempre son infinitamente más interesantes como materia de ficción que el bien. Entonces, no es extraña la elección de los novelistas latinoamericanos, aunque después de la enésima memoria de algún general derrotado (habría que dejar aparte al magistral militar creado por Gabriel García Márquez en "El coronel no tiene quien le escriba") el asunto se torna insoportable y muestra que ya se trata de una fórmula más o menos conveniente.
Roberto Bolaño está fascinado por los seres que enfrentan, con diversa suerte, las tentaciones del mal. En vez de seguir la herencia de los relatos sobre tiranos perdidos corrió el eje hacia los escritores. "Nocturno de Chile" narra la agonía de un sacerdote crítico literario y poeta, que en sus últimos momentos (valdría comparar la introducción de esta novela con "La muerte de Artemio Cruz"; de Carlos Fuentes, para comprobar el desplazamiento de los tipos de personajes) el sacerdote repasa su vida y la ambigüedad de su mirada sobre el pasado torna el testimonio en un relato conmovedor.
Sebastián Urrutia Lacroix conoció a los grandes poetas y novelistas del Chile pre-Pinochet. Su opinión, según él mismo cuenta, era respetada. Ese respeto _deja entrever_ se debía no a su sapiencia y talento sino al lugar de poder que ocupaba. Tentado y sumiso a la voz de las instituciones, Urrutia les da clases de marxismo al golpista Augusto Pinochet y sus secuaces. Los militares querían, a través de esas lecciones, aprender a pensar como sus enemigos para hacerlos desaparecer de la faz de la tierra.
El remordimiento por esta acción se le presenta a Urrutia con un fantasma: un joven con aspecto envejecido le recrimina cada noche su cobarde actitud, de la que el sacerdote se excusa diciendo que no supo qué hacer y confensándole todo a su mentor, el mayor crítico literario de Chile, un hacendado gay amigo de Pablo Neruda y de todo escritor de cierto renombre.
Como en muchas de sus otras ficciones, Bolaño tiene como personajes a escritores reales. En "Nocturno de Chile", Neruda pasea por la estancia del viejo crítico literario hablándole a la luna y evita que el sacerdote caiga en las manos ávidas del crítico. En "Monsieur Pain", el poeta peruano César Vallejo es el centro alrededor del cual gira una conspiración. El vate aparece inconsciente en su cama de una clínica parisina y aquejado por el hipo. Como si esto fuese poco, también aparece un nieto de José María Heredia (el poeta cubano de escritura francesa). En "Amuleto", la protagonista se cruza todo el tiempo con las grandes figuras de la cultura mexicana.
Bolaño trabaja en los intersticios de la biografía de los escritores. Elige los datos menores y a partir de allí arma un relato que los tiene como personajes secundarios y también como centros del misterio del relato. Es una variante de "Las vidas imaginarias" de Marcel Schwob. Es decir, tres o cuatro datos y un tejido de historias en base a ellos.
Esta soltura para meterse con los hitos de la cultura latinoamericana es uno de los elementos que han llevado a que Bolaño sea un escritor de culto. Hay un guiño entre autor y lector. Ese guiño es tomarles un poco el pelo a los solemnes pero también mostrar que la vida de esos hombres que hicieron grande al idioma eran dignas de ser vividas, y no meros aburrimientos de libros y conversaciones filosóficas. Bolaño, por el camino del escarnio, logra que los ídolos de la literatura muestren que tuvieron una vida digna de ser vivida, como la de cualquier persona que alguna vez amó, odió o tuvo miedo de ser olvidada o cometió algún acto indigno, en el inmenso pantano de la historia cotidiana, donde todo ser humano es un payaso que juega a ser alguien importante, porque así se lo enseñaron, aunque él sepa, detrás de la cara seria, que en cualquier momento puede estallar la carcajada, propia o ajena, que lo delatará como un farsante, un juego que lo acerca, a fin de cuentas, al mundo del otro, de Gómez Bolaños, donde toda persona es a la vez patética y enternecedora, aunque Bolaño, el chileno, saque las uñas y escriba que hay gente para la cual no hay redención y las palabras no alcanzan para describir la maldad que sembraron sobre la tierra.