Año CXXXIV
 Nº 49.108
Rosario,
domingo  06 de
mayo de 2001
Min 6º
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Las obras son una edición de la revista Vox
Poesía nueva y tradición de ruptura en tres nuevos libros
Roberta Iannamico, Martín Gambarotta y Mario Ortiz apuntan a innovar sobre rutinas de la escritura poética

Ana Porrúa

Vox es una revista peculiar (con formato de caja), hecha en Bahía Blanca y dirigida por Gustavo López; en su interior, junto a algunos originales de pintores, reproducciones o calcomanías suele haber pequeños libros, plaquetas o sueltos de autores, por lo general, jóvenes. Allí aparecieron poemas de Marcelo Díaz, Omar Chauvie, Gabriela Bejerman, Santiago Llach y Sergio Raimondi, entre muchos otros. Pero desde fines del año pasado los libros han adquirido autonomía. Vox sigue siendo una revista e inaugura una colección como editorial con tres textos muy diferentes, de Roberta Iannamico (Bahía Blanca, 1972), Mario Ortiz (Bahía Blanca, 1965) y Martín Gambarotta (Buenos Aires, 1968).

De niñas y mamushkas
Si uno lee "El zorro gris el zorro blanco el zorro colorado" y "El collar de fideos", los dos primeros libros de Iannamico, descubre rápidamente el artificio infantil. La que habla es una nena y construye -sólidamente- un pequeño mundo en el que la niñez se asocia con lo natural pero además, lo natural se convierte en objeto mágico -zorros de colores, flores de jacarandá o jazmín del cielo, jirafas. El artificio no es extraño en la poesía de los 90 escrita por mujeres -también está presente en los textos de Karina Macció, Marina Mariasch o Romina Freschi- que eligen, de este modo, una voz absolutamente diferente de la que ensayaron las poetas feministas de los 80 (Diana Bellesi y Mirta Rosemberg, por ejemplo). Eligen una voz menor que no está exenta de ironía pero se cierra sobre sí misma, se ocupa sólo de lo privado.
"Mamushkas", el tercer libro de Roberta Iannamico, retoma esta línea poética. Aquí, sin embargo, la minoridad está relacionada con la figura de las muñecas rusas que se encastran una dentro de otra. Es un mundo "interior" ya que afuera de las mamushkas parece no haber nada: ellas "no pueden parar el murmullo que las habita"; es un mundo de "sedas", "cebras", "cisnes" y "animales simples" de calesita, puro artificio: "Las mamushkas/ duermen entre tules/ como las princesas/ y los huevos de pascua".
Pero, en este libro, la minoridad también puede ser pensada como principio de escritura: todos los poemas giran alrededor de un motivo central, todos los poemas son breves variaciones y hay cierta economía en el lenguaje. Los relatos de infancia -aquellos que a veces resultaban excesivamente pueriles- se convierten en una imagen que condensa aquello que antes era desarrollo narrativo e interrumpe la posibilidad de lecturas biográficas. Acá hay un desplazamiento: de la niña que escribe a lo escrito, al poema.
Mamushkas pone en evidencia este límite: la infancia ya no es sólo un tópico sino también un modo de construir los poemas. Todo pareciera indicar que el próximo libro de Iannamico ya no podrá volver sobre sus pasos.

De lectores
"Cuadernos de Lengua y Literatura", el primer libro de Mario Ortiz, apela desde el título a una colección de manuales. Sin embargo el saber articulado y las normativas propias de estos textos se derrumban ante una imagen de lector y de escritor que ejerce la distracción como principio. Los clásicos están presentes (si se amplía el sentido del término), están las alusiones o las citas de Anacreonte, Shakespeare, Schopenhauer y Deleuze, entre otros. Pero para Ortiz lo que se lee nunca es el centro, desde allí -como "el flaco" que lee un idilio de Teócrito y se queda con un verso, para comenzar de nuevo- se abren otros textos. Así, de la esencia aristotélica se puede pasar en un mismo poema al devenir deleuziano y de allí "es que podríamos adelante,/ más tarde,/ preguntarnos por la esencia del jeep/ atravesando los ribazos de la saliente/ en el Abra/ a los tumbos".
Los poemas, que a veces reproducen en tono humorístico las presentaciones orales de una clase, desarman la previsión (lo culto no se lee sólo como literatura culta) y no proponen un cauce sino un "descontrol" discursivo que permite las aperturas más extrañas, el pasaje de un enunciado -el del asesinato de "el gordo" sobre el que se vuelve en todo el libro- a una serie de imágenes superpuestas: "y no de otra forma que las cosas inmateriales/ o lo que se renueva eternamente,/ de las gotas de sangre que alimentaron el pensamiento/ nació un ceibo,/ encarnada flor como pulpa de cereza/ de la carne del gordo". Esta ramificación parece ser el rasgo de estilo de Ortiz.
Lo grandioso, tal como lo dijo García Helder en el prólogo al libro, se convierte en algo cotidiano. A la vez, y este es un gesto de cierre, lo cotidiano en boca de Ortiz (o bajo sus ojos) se convierte en grandioso. Hay, incluso, una mirada religiosa de las cosas. No es una religiosidad ortodoxa, obviamente, sino más bien una sacralización de lo pequeño. Hay algo de cierto y de clave de lectura para el libro en el verso del primer poema de los Cuadernos que dice "el universo/ como un relicario/ infinito".

De chinos
"Seudo" es el título del libro de Gambarotta y también permite entrever el planteo de una poética. El término envía tanto a lo falso como a lo aparente y estos dos significados se unen y se separan en los poemas. En principio hay algunos textos que hablan de unos chinos que se reparten nombres argentinos, apodos italianos y hasta un nombre en latín. Chinos que falsean su origen. Pero además, estos chinos viven en un barrio judío que está lleno de cristianos. Nada es lo que parece, las variables de la apariencia son muchas, como si las cosas se superpusiesen unas sobre otras: "El jamaiquino con pasaporte canadiense/ (...) se fue a Corea 88" pero luego "No era Corea 88 era Seúl 88" y finalmente aquello que "parece ser Seúl en el 88/ (...) en realidad es un gimnasio/ de opio en Pyongyang"."Quizás en este orden puedan leerse también los poemas que discurren sobre la forma correcta de comer el pescado frito o el yogur y de tomar el té: "Los vecinos no saben tomar té/ le ponen leche y azúcar para apagarle/ el gusto asiático. A malaria".
Lo falso también es una lengua cuando otro de los personajes, Arnaud (cuyo nombre alude a Arnaud Daniel, "el mejor artífice de la lengua materna" según dijo Dante Alighieri en la Divina Comedia) olvida uno de sus idiomas (el de origen) porque no soporta oír lo que se dice: "Se dio cuenta/ cuando la Sardina, que también habla esos/ dos idiomas, lo llamó por teléfono y no/ entendía lo que le decía. No aguantaba/ entenderlo". Se falsean las comidas y las lenguas, se falsean las identidades. Los poemas tienen, en este sentido, un costado político que no habría que dejar de lado: los obreros "confunden" a un muchacho del P.R.T con uno de los suyos y están separados de su identidad de clase; la historia no puede leerse como certeza sino sólo como acoso o indagatoria policial: "A los gritos los sargentos/ solo querían ubicar a uno/ Martínez de Hoz, gritaban/ Martínez de Hoz/ para rescatarlo/ de tantos apellidos mazorqueros".
Los tres libros editados por Vox plantean un grado de reflexión sobre la escritura: "Mamushkas" de Iannamico es una relectura de la propia producción y de una línea de poesía que en un momento pareció instalarse como moda, casi como si pudiese decirse así hablan/escriben las chicas de los 90. Gambarotta elige en "Seudo", como en "Punctum" (1995), una mirada extrañada con respecto a otra de las líneas que se instaló como clisé, la de "los popular-masculino" (tal como lo define Delfina Muschietti), porque usa los modos de la falsedad y lo apariencial como estrategias de delación. "Cuadernos de lengua y literatura", de Ortiz, no puede pensarse en ninguna de las líneas preexistentes; él incorpora una voz propia, absolutamente novedosa, que parece romper con la lógica de la copia presente en muchos de los textos poéticos que se publicaron en la última década y que obtuvieron la denominación de "poesía joven".



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