Año CXXXIV
 Nº 49.101
Rosario,
sábado  28 de
abril de 2001
Min 11º
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Opinión: Rebeldía boba

Sebastián Riestra

La chupina (hace mucho tiempo, se le decía la rata) fue una práctica que, desde siempre, estuvo asociada con la libertad y la rebeldía. Ambas, rebeldía y libertad, son valores inherentes a la adolescencia, la edad del cuestionamiento.
¿Quién no recuerda -sobre todo los varones- esas fugas orquestadas de a dos, esa sensación de riesgo que hacía arder las mejillas, esas sesiones de cine erótico canjeadas por las clases de matemáticas o taquigrafía? O, simplemente, los paseos sin rumbo fijo a través de la ciudad con poca o ninguna plata en los bolsillos, mirando desde lejos la belleza todavía inalcanzable de las mujeres mientras se conversaba sobre fútbol y música o se dejaba que el silencio lo dijera todo cuando se encendían, con torpeza, los primeros cigarrillos.
No era difícil, entonces, reconocer a los evadidos. Es que en su gesto era visible la escritura individual, la decisión tomada en contra de la corriente, la asunción de los peligros potenciales con una sonrisa a lo James Dean, pícara y ladeada. Es que, además, los evadidos eran pocos. Y cuando elegían ese rumbo, sabían que no hacían lo correcto: asumían tal condición sin otro refugio que su inconsciencia.
Pero no es esto lo que se vivió ayer en Rosario. En la fuga masiva, en el escape colectivo de los adolescentes de las escuelas y colegios para tomar las calles y, en ciertos casos, provocar injustificables desmanes no existen rastros de ternura ni quedan huellas de legítima rebeldía. No hay, por ende, adolescencia en ese gesto: los riesgos están fríamente calculados, y las rupturas individuales se diluyen en la obediencia cuasi vacuna de lo masivo. En síntesis: en este caso -paradoja, si las hay- el rebelde ya no es el que se escapa, sino el que se queda. El antiguo olfachón, entonces, se transforma en el atípico héroe de la película.
En un país donde la educación como valor social se encuentra más devaluada que nunca, y en el cual la disconformidad juvenil es manipulada, deformada y bastardeada desde los medios audiovisuales -léase Tinelli y compañía-, pocos refugios persisten en pie para los verdaderos jóvenes, aquellos que, además de tener pocos años, se yerguen sobre la pureza para actuar y, cómo no, también equivocarse.
La prepotencia, la agresividad sin sentido, el ejercicio impune de la irrespetuosidad no deben ser contemplados con indulgencia. Son signos de la crisis real, mucho más profunda que la económica. Son también, y esto es lo preocupante, indicios crueles del país futuro.


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