Año CXXXIV
 Nº 49.097
Rosario,
martes  24 de
abril de 2001
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Las calles de la ciudad son su cotidiano ámbito laboral
Cientos de chicos abren puertas y limpian vidrios para sobrevivir
La mayoría dejó la escuela. Pasan largas horas lejos de sus hogares en busca de dinero para su familia

Diego Veiga

Claudia tiene 16 años, y con su bebé de un año y medio en brazos pide limosna sentada en la vereda. Lucas no hace mucho que cumplió 6 y dejó de ir a la escuela porque no tiene ropa. Con 11, Jonathan limpia parabrisas de los autos para llevarle "un poco de plata" a su mamá. Los tres tienen algo en común, la vida los golpeó muy fuerte y, paradójicamente, recién empiezan a vivirla. Sus historias se repiten en cada esquina, parada de taxis o semáforo de la ciudad. Son chicos de la calle, pequeños y adolescentes que pasan la mayor parte del día lejos de sus casas, vagando entre los autos en una cotidiana lucha por sobrevivir.
Vestido con una remera de los Pókemon, un pantalón azul y zapatillas rojas, Lucas no duda en pedirle una moneda a cada uno de los clientes que sale del banco de Córdoba entre España e Italia. De vez en cuando, mira si alguien estaciona un auto y corre desesperado para preguntar: "Señor, ¿se lo cuido?". Tiene 6 años, la nariz sucia y carita de pícaro. Vive en barrio La Cerámica junto a sus padres y cinco hermanos.
"Yo pido plata para comprar comida", señaló, mientras no descuidaba su labor ni un instante. "A la escuela no voy porque no tengo ropa. Hice jardín y preescolar, pero después no fui más", confesó.
Unos metros más adelante, sentada en la vereda y con su bebé de un año y medio en brazos, Claudia también pide limosna. Tiene 16, su pareja la abandonó cuando el pequeño tenía cinco meses y, sin querer, repitió la historia de su madre. "Mi papá se fue cuando yo era chica y no volvió nunca más", recordó.

"Nadie me da trabajo"
"Nadie me da trabajo porque dicen que tengo un hijo, así que salgo a la calle y pido. Lo poco que junto me sirve para comprar comida y además puedo darle algo a mi mamá", se lamentó Claudia.
Viaja todas las mañanas desde el barrio Nuevo Alberdi hasta el centro. "Hago siempre un recorrido por lugares en donde me dan cosas, una panadería, un quiosco y algunas familias que de vez en cuando me regalan algo de ropa", contó.
"La gente nos dice que somos sucios y que no tenemos educación, y a mí me da mucha bronca", admitió, y recordó que la escuela terminó para ella en séptimo grado. "Después no pude ir más porque tuve que salir a la calle a buscar plata", confesó la adolescente.
La historia de Claudia es dura. A los tres años sus padres se separaron y su madre decidió mudarse del barrio en el que vivían, Empalme Graneros. "Mi papá era camionero y un día se fue y no volvió nunca más", recordó. Para ese entonces, ella era la menor de tres hermanos. Después vendrían 4 hermanos más, producto de una segunda relación de su madre con un hombre a quien no recuerda con mucho afecto. "Tomaba mucho y después la golpeaba", dijo en voz baja.

Los "limpiavidrios"
En Pellegrini y Oroño, Jonathan espera que el semáforo se ponga en rojo para brindar sus servicios de limpiavidrios. Tiene 11 años, vive en barrio Triángulo, en Godoy y Felipe Moré, y todas las tardes después de la escuela camina hasta el parque Independencia a lavar parabrisas.
"La plata que gano se la doy a mi mamá para que compre comida, porque yo tengo un montón de hermanos", señaló. No obstante, admitió que algunas monedas las gasta en los videojuegos. "La escuela hay que terminarla porque así podés conseguir un trabajo y, además, te dan de comer", le dijo a su amigo Gustavo, que tiene 12 años y también limpia vidrios en la misma esquina. Pero Gustavo no quiso saber nada y aseguró que a la escuela "no va más".
Otro de los que trabaja en esa esquina es Sebastián, tiene 16 años y también abandonó los estudios. "Limpio vidrios porque no quiero pedirle plata a mi viejo, que laburaba en un aserradero y lo echaron", contó. Se detuvo unos minutos a hablar, contó que en la escuela a la que iba "los chicos se drogaban" y aseguró que esa fue la causa que lo impulsó a dejar los estudios. "Quiero ir a otra escuela donde vaya otro tipo de gente", indicó. Pero el semáforo se puso en rojo y volvió con su secador a buscar parabrisas.
Y las historias siguen, se multiplican. Cuando llegue la noche se irán a sus casas, pero al día siguiente volverán. Unos limpiarán vidrios, otros abrirán puertas. Son chicos de la calle. Adolescentes y niños que corren entre los autos librando una lucha cotidiana por sobrevivir.



Dos "abrepuertas" esperan un taxi para ofrecer sus servicios.
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