Año CXXXIV
 Nº 49.095
Rosario,
domingo  22 de
abril de 2001
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Les sacan jugo a las piedras: papel, vidrio, lata o cartón, todo tiene precio
Miles de familias viven de lo que tira el resto de la ciudad
Son "recolectores urbanos", saben qué residuos se pueden reciclar y los cambian por centavos en el corralón

Silvina Dezorzi

Botellas de vidrio, latas de gaseosa, diarios y cartón. Residuos inservibles para media ciudad, materia de supervivencia para la otra media. La recolección informal que diariamente hacen miles de personas en Rosario participa de un circuito de compra-venta tan sujeto a los vaivenes del mercado como cualquier otro sector de la economía. La recesión también les pega a los cirujas de la mano de las restricciones del consumo: si la gente compra menos, desecha menos. Con todo, cada día son más las familias que recorren la ciudad con sus carros tirados por caballos, por bicicletas o a pie. Ecologistas del Tercer Mundo, son expertos en el significado de lo reciclable. Si tienen suerte venden lo que encuentran por chirolas: apenas 2 centavos por kilo de vidrio y no más de 4 si la cosecha proveyó hierro de fundición. El resultado es un trajín sin horario en los corralones distribuidos por toda la ciudad, donde largas colas de carros esperan su turno para pesar la carga y luego apilarla en los rincones.
Entrar a un corralón de compra-venta de metal es pisar el terreno de lo inaudito. En el Supermercado del Hierro, en Presidente Roca y Seguí, una vieja estatua de Carlos Gardel preside montones de chatarra, piezas de maquinaria, autoelevadores, balancines, partes de motores, tornos, cadenas, compresores, prensas, herramientas y hasta crucifijos.
Sin embargo, también hay un lugar para el menudeo: es el que aportan los cirujas y la gente que, incluso sin carro, va en busca de unos pocos centavos para "pucherear". De eso dan fe grandes bolsas apiladas con latas de gaseosa o cerveza y otras pequeñas piezas de metal, desparramadas por todo el galpón, que se pagan al peso por algunos centavos.
Mientras va entrando un carro que porta sólo dos carcazas de ventilador, el dueño del corralón explica la actividad de sus proveedores. "Levantan lo que pueden conseguir por la calle: a veces una botella, a veces un poco de metal y a veces hasta trapo". Lo de los centavos no es una metáfora. Cada kilo de aluminio sólo les reporta 50 centavos y apenas la mitad si se trata de plomo.
Aun así, la reventa de metal prospera más en tiempos de vacas gordas. "Cuando hay recesión y bajo consumo, entra poco metal porque la gente tira menos", dice el dueño de un corralón polirrubro de calle Castellanos. "Es simple -se explaya-: en vez de comprar un electrodoméstico nuevo y sacar a la calle el viejo la gente se arregla con lo que tiene, y eso resiente hasta al cirujeo". Dice que lo que más sale hoy es el vidrio, a 20 pesos la tonelada, lo que equivale a unas 1.400 botellas. "¿Sabe la suerte que tengo si en un solo día me hago esa cantidad? -le pregunta un ciruja a La Capital, mientras espera su turno para la descarga-. Más que suerte, un milagro, porque la gente chupa, pero de cajita...".
El oeste rosarino está poblado de corralones. En la esquina de Rueda y Rouillón un gigantesco galpón, de donde pende un cartel que reza "se vende o se alquila", todavía alberga distintas materias primas. Su propietario, a quien todos conocen como el Gringo, lanza diatribas contra el país, los ladrones, los políticos, los zánganos, el sistema y cuanta cosa se le cruce por la mente.
"¿Qué es lo que más trae la gente acá?", le pregunta La Capital. "¿Qué va a traer? Hambre, cada día más hambre", contesta el comerciante, en una media lengua de recién llegado al país aunque ya hace medio siglo que abandonó Italia para dedicarse a la compra-venta.
"Fijesé que ni vidrio podemos vender, porque lo pagan recién a los 8 meses. ¿Quién lo va a aguantar? Yo lo compraba a 4 ó 5 centavos pero ahora se está pagando un centavo, y no quiero eso", explica. Pese al precio, los carros siguen llevando mercadería. "Le tengo que pagar 30 centavos a uno, 60 centavos al otro, una porquería. Y del fierro ni hablar, si hasta lo traen de Brasil...", se enoja.
Unas cuadras más allá, otro corralón que supo recibir hierros y autopartes ya cambió el rubro, desde que más de una vez lo "ensartaron" con repuestos robados. Su dueño dice que se curó de espanto y ahora sólo compra autos enteros.

"Todo parado"
Zona norte es otro de los enclaves. Uno de los corralones más antiguos de la ciudad, en Travesía y Juan José Paso, también llora por su suerte. "Hoy el papel no tiene valor porque no se puede ubicar: no hay mercado, ni precio fijo ni quién lo lleve. Y el vidrio tampoco. En este momento está todo el comercio parado, hay recesión y los productos importados siguen entrando más barato", razona el propietario, con 45 años en el ramo. Como ejemplos vuelve a citar el hierro, que viene de Brasil, y el cobre, que entra de Chile, "más barato que la chatarra".
"El vidrio y el cartón procesado también entran de afuera", coincide Cristina, al frente de un galpón en Cabal y José Ingenieros, donde dos carros descargan unos pocos diarios y cajas viejas.
La mujer cuenta que entre sus proveedores el cirujeo es base de la economía familiar, aunque el kilo de papel se pague 5 centavos y el cartón apenas 3. "Cada uno llega con lo que puede. Algunos carros vienen con poquito y no falta el que llega a pie, como un viejito que recién me trajo 7 kilos", grafica, lo que equivale a 21 centavos por la fajina.
Otro ejemplo es el de Verón, un ciruja que sale arrastrando lo que supo ser un carrito de supermercado después de descargarlo en el corralón. "¿Cuánto saca por día con lo que trae?", le pregunta La Capital. Verón responde abriendo la mano. En su palma guarda celosamente una moneda de 25 centavos.
En otro galpón de Avellaneda y Seguí la fila de carros llega hasta la vereda. Son apenas las 16, y aún faltan varias horas para que la recolección se adueñe de las calles rosarinas. Pero ya hay familias enteras abocadas a descargar cartones y botellas, una anciana esperando su turno para pesar los diarios que recogió a pie y varias bicicletas con mercadería a cuestas. Se irán con monedas o algún billete chico. Lo que sea, dicen, será mejor que nada.



Los materiales se apilan en el galpón.
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