Montesquieu decía que "No hay peor tiranía que aquella que se ejerce bajo las sombras de las leyes y bajo el calor de la Justicia". Pero como la verdad tiene su propia dinámica, impuesta por las leyes de la vida o Dios (como el lector prefiera), más tarde o más temprano termina imponiéndose y eso determina, siempre e inexorablemente, que el poder omnímodo no existe sino sólo en Dios. Esta certeza queda revelada una vez más para los dirigentes argentinos, en el affaire de las armas vendidas a Croacia y Ecuador durante el anterior gobierno nacional y en algunas otras cuestiones que hoy vive la sociedad latinoamericana.
Al momento de suscribir el decreto que posibilitó la salida del material bélico de Argentina, ni el jefe del Ejército, Martín Balza; ni el titular de la cartera de Defensa, Antonio Erman González; ni ninguno de los ministros que con su firma posibilitaron la salida del país del material bélico, ni aquellos que participaron en la operación (seguramente con el visto bueno de algún factor de poder internacional, como que se involucra en la maniobra al ex embajador norteamericano James Cheek), pensaron que este momento llegaría.
A decir verdad, tampoco los ex comandantes de la dictadura militar ni los cabecillas de la guerrilla armada albergaban en sus mentes la posibilidad de la condena, ni siquiera de un proceso. Y en tren de seguir citando ejemplos que trascienden las fronteras, ni Pinochet ni Fujimori imaginaron el justo oprobio que les reservó la verdad. Los mecanismos de los que se vale ésta para revelarse exceden siempre el poder del hombre. El juez Urso, quien invariablemente fue manejando los tiempos políticos en esta controvertida causa a pesar de las presiones ejercidas desde siempre por su tribunal superior, esto es la sala penal de la Cámara de apelaciones que entiende en la causa y a la que algunos operadores judiciales califican de absolutamente independiente, no tuvo al fin otra alternativa más que la de imprimir celeridad al proceso que determinó la detención de Emir Yoma.
¿Por qué? Algunos podrían suponer que el viraje se debió a la modificación del escenario político en Argentina. Tal vez nada de eso. El oficialismo guarda prudente silencio ante este embate de Urso porque sabe que el tema involucra de alguna manera a Cavallo y que cualquier acometida judicial contra el ministro de Economia pondría de nuevo al gobierno y a la sociedad argentina en su conjunto de nuevo en el borde del abismo. En rigor de verdad, al juez Urso le preocupan sus superiores y un nuevo organismo, independiente y poderoso: el Consejo de la Magistratura de la Nación, integrado por abogados, catedráticos, legisladores y miembros de la Corte, una de cuyas facultades es acusar a los jueces y someterlos a juicio.
No es descabellado pensar que el magistrado que entiende en la causa de la venta de armas, además de recibir la orden de la Cámara de investigar a los integrantes del anterior gobierno, haya recibido un ultimátum.
El poder de la verdad
Es auspicioso, desde luego, que la Justicia tenga la oportunidad, por los motivos que sean, de buscar y encontrar la verdad (que en definitiva es lo que entraña un proceso), como es auspicioso que la sociedad asista al hecho histórico de que se cumpla la cita evangélica de que "nada hay oculto que no sea revelado", expresión que puede interpretarse también como que nada injusto puede perpetuarse y en la que tienen apostadas sus esperanzas los pastores de la Iglesia argentina.
Las sociedades sojuzgadas son hoy cada vez más protagonistas de actos de justicia que devienen de la propia dinámica que tiene la verdad. Se ha asistido en Latinoamérica, y se hará más frecuente, a una serie de victorias sobre actos de corrupción y tiranía, como los que vivió el pueblo peruano durante la última gestión de Fujimori o la pública condena que al fin recibió Pinochet en su propio país.
Sin embargo, el tema de las armas no es sino un árbol, un simple caso emblemático que no debe ocultar el verdadero bosque que afecta a los argentinos y a muchos pueblos subdesarrollados. El gran acto de corrupción que aún está sin saldar es la tremenda pobreza a la que ha sido sometida gran parte de la comunidad latinoamericana bajo el signo de la globalización. Una globalización que comienza a desmoronarse porque está solventada por la injusticia y por la sinrazón de los mismos factores de poder internacionales y vernáculos que hicieron posible tantos negocios y actitudes funestas.
El retorno exitoso al Perú del aprista que en la década del •80 proclamaba que su país no podía pagar sino un pequeño porcentaje de la deuda externa pues de lo contrario terminaría aniquilado socialmente; la aparición de un descendiente de aborígenes como Toledo en la escena política o el contundente rechazo de la sociedad argentina a las medidas de López Murphy no son una casualidad.
Un modelo perverso
Tampoco lo es que la Iglesia esté haciendo resonar su voz con más fuerza y proclame que este modelo social, el esquema económico impuesto por la globalización, es perverso, supone el sometimiento indigno de las clases más débiles en lo intelectual y económico y por ello mismo está sujeto al juicio de la verdad. El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, proclamó ante cuatrocientos sacerdotes a no olvidarse de "los excluidos" y a "salir de la resignación quietista de los cementerios".
Lamentablemente, muchos operadores poderosos de este esquema globalizador, entre ellos los propios gobernantes, no alcanzan a comprender que ni ellos mismos podrán sobrevivir en una sociedad signada por la inseguridad jurídica y económica, es decir por el pecado de sumir a la sociedad en la pobreza, porque tarde o temprano el juicio de la verdad impone su propio impulso que está fuera del alcance del poder humano. Las palabras de Bergoglio pronunciadas durante estas Pascuas deberían sonar como advertencia en cada uno de aquellos que tienen la responsabilidad de conducir o hacer uso del poder que les fue conferido: "El pecado es mal negocio, porque el demonio es mal pagador".