Sergio Faletto
La crisis política que atraviesa Rosario Central es terminal y es factible que en los próximos días la situación desencadene en la descomposición de la actual comisión directiva, en la que los enfrentamientos entre sus integrantes han originado un verdadero escándalo el miércoles pasado en el palco oficial del Gigante de Arroyito. Aunque la profunda división que reina en el seno gubernamental es algo ya por todos conocida, nunca antes la disputa se había trasladado con tanta intensidad al ámbito público, como sucedió en el estadio, ocasión en la que abundaron los insultos y amenazas. Este incidente provocó la ruptura definitiva entre las partes en pugna. El conocimiento de este serio trance político que vive el club repercute en otros ámbitos y agiganta el disconformismo, el que quedó reflejado ayer cuando en diferentes sectores de la ciudad aparecieron pintadas en contra de la figura presidencial. Mientras el escribano Víctor Vesco promete una auditoría interna para enfrentar las acusaciones que ponen en tela de juicio la honestidad de su gestión, algunos compañeros de comisión coinciden en señalar que la renuncia del presidente sería la mejor salida para la institución. Si hasta sacan cuentas de quien se iría y quien se quedaría, paradójicamente colocando a un mismo directivo en las dos hipótesis. Quedó claro que la medida que adoptó el plantel profesional en reclamo de la deuda salarial -justo por cierto- dejó al descubierto la ausencia de autoridad para resolver el conflicto a la brevedad, ratificando así que el problema económico está enraizado en la crisis política. Por eso es hora de que algún integrante del gobierno auriazul hable públicamente con sinceridad, con la misma franqueza que lo hacen de las puertas para adentro, que formule una autocrítica, que patee el tablero y así dar inicio a la tan mentada y urgente reestructuración para ponerle coto a una historia política sustentada en el amiguismo y la beneficencia. Pero las peleas privadas y públicas, más el descontento que exhiben las pintadas, son síntomas que demuestran que hay un ciclo que llegó a su fin, ciclo teñido de sospechas, suspicacias, rencores, acusaciones sin fundamento, volantes injuriosos, conspiraciones y todo lo relacionado a una manera perimida de hacer política. Y esta enfermedad contagió a todo el cuerpo institucional, al extremo de haber convertido al club en un reality show, al mejor estilo de "Gran hermano". Por eso resulta comprensible que los protagonistas de este dislate busquen habitualmente en la prensa los blancos preferidos para descargar su impotencia, y se hace entonces admirable su capacidad para convertirse en periodistas y explicar qué cosas decir y qué cosas escribir. Está claro que lo que más molesta no es el problema, sino que el problema se conozca. Pero la causa de esta crisis no está afuera, está adentro, convive con ellos, y ante esto todo es relativo en Central. Tan relativo como pensar que jugadores identificados con el cuerpo técnico se animaran a extender una medida que derive en la salida de Edgardo Bauza. Tan relativo como los pedidos de licencia o amenazas de renuncia de sus máximos dirigentes. Tan relativo como la supuesta "tranquilidad" que ahora reina en la relación entre el plantel y el gobierno centralista. Y tan relativo como el futuro de Central si no modifican el curso de la política que gobierna.
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