Buenos Aires, enviado especial.- Un maratónico show marcó la despedida de Alejandro Sanz de su gira por la Argentina para presentar su último álbum, "El alma al aire", el sábado último en el porteño estadio de Vélez Sársfield. Allí se reunieron las 36 mil personas que pusieron marco al sólido y efectivo show y demostraron que Sanz es un intérprete fiel de los sueños y las vivencias del mundo juvenil. El cantante probó que sabe traducir con su equilibrada mezcla de flamenco y pop y sencillas letras que hablan del amor, las vivencias de los adolescentes.
A las 20 subió al imponente escenario montado sobre uno de los arcos del estadio del Club Vélez Sársfield el ex Zimbabwe Chelo Delgado. Después vino Fabiana Cantilo para tratar de amenizar la espera de las fans del ídolo español.
Cantilo hizo un poco lo que pudo (cantó con muy poca voz y un sonido que no la ayudó demasiado); dialogó con la gente y le levantó el ánimo con algunos de sus hits más recordados.
Finalizado el show previo hubo que soportar una larga espera hasta las 21.55, hora en que una voz muy castiza pidió que quien lo tuviera apagara su celular. Sin embargo aún habría que esperar más para llegar a la hora señalada. El momento esperado llegó a las 22.15 cuando se apagaron las luces del estadio y las fans hicieron escuchar sus voces al unísono con el "Olé, olé, olé... Ale, Ale..." de bienvenida para su esperado ídolo.
La aparición de cuatro músicos haciendo percusión marcó el comienzo de una noche en la que reinaron la música y las emociones. El escenario de 60 metros de frente por 18 de fondo y 22 de altura cerrado por tres de sus lados y armado sobre uno de los arcos del campo de juego semejaba una descomunal caja de muñecas. En su interior, una cuidada escenografía montada por el diseñador inglés Mark Fisher exhibió palcos laterales con barandas de acero conectados con el piso por dos escaleras que confluían en el medio del escenario. En el centro y al frente, una pasarela de unos veinte metros se internaba en el mar de cabezas que inundó la mitad del campo de Vélez.
Espectacular inicio
Con los 13 músicos de la banda en su lugar, hizo su aparición Alejandro Sanz quien, vestido con traje y camisa de riguroso y ascético negro saludó a su gente con "Tiene que ser pecado", una especie de rap mezclado con funk que el cantautor ofreció internándose por la pasarela en medio de un trigal de brazos que pugnaban inútilmente por tocarlo.
La espectacular iluminación del show operada por el belga Geert Van Hout, mostró cuál es la forma de utilizar 300 mil vatios de luces para crear climas. Como telón de fondo una gran pantalla Led mostró con sutiles detalles todo lo que sucedía en la escena.
Con "Ese último momento", la segunda canción de Sanz, el público integrado mayoritariamente por adolescentes, demostró que se sabe los temas de su ídolo como para dar examen. La balada fue susurrada por Sanz y realmente cantada por la gente.
El español canta poco, aunque suena con estilo propio. Utiliza muchos guiños efectivos y seductores y sus temas, sencillos y directos, son como confesiones de adolescentes que todos quisimos hacer o escuchar alguna vez, durante nuestra juventud. Por eso el artista se convierte en vocero de una franja del público que se siente absolutamente identificada con él y no le escatima su adoración.
Poco antes de interpretar "Cuando nadie me ve", Sanz saludó al público de Buenos Aires. La balada quizá resuma toda su propuesta. Es una exacta interpretación de las grandes soledades que experimentan los adolescentes cuando buscan y no encuentran y hablan de sus cosas cuando nadie los ve. Los encendedores en alto, como lucecitas del alma, agradecieron al cantante.
Con un clima de creciente entusiasmo y plena participación Sanz ofreció "Me iré", y después el reconocido "Hay un universo de pequeñas cosas", tema del que se proyectó el video que lo promociona por TV mientras el español lo cantaba en vivo y en directo y que revela una de sus osadías. Sanz se atreve a encarar canciones previsibles desde perspectivas oblicuas, metiendo disonancias que le otorgan al tema una pátina elaborada que lo saca del marco de la balada común, adocenada y la muestra en un original soporte.
Cantante y público se sumergieron en un mar de aguas conocidas por todos: "Siempre es de noche", "Si tú me miras", "La fuerza del corazón" y "Si hay Dios" fueron la prueba. Todos cantaron, mecieron sus brazos y deliraron junto al ídolo.
Tras una hora de show y cuando ya habían pasado "Ay que no estás", "Se me olvidó todo al verte" y "Por bandera", llegó el momento del homenaje a Buenos Aires que Sanz ofreció con "Llega llego, soledad" aclamado tema-homenaje a Piazzolla que termina cantando "Yo sé que estoy piantao, piantao". Con ese gesto recogió los laureles de una batalla que, de todos modos ya estaba ganada desde el vamos.
A esta altura del show se reveló el costado más valioso del artista, cuando interpretó "Mi soledad y yo" y luego "El alma al aire", temas que abrieron las puertas del mundo gitano con sus aires de rumba que se acentuaron con "Quisiera ser", que fue el último tema oficial del show.
Pausa y coplas gitanas
Los esperados bises comenzaron tras una corta pausa de escenario oscuro y gritos ensordecedores exigiendo el regreso del astro. Luego Sanz apareció en el centro de la escena, sentado y empuñando una guitarra acústica para hacer "Bulería", una sucesión de coplas populares gitanas tan sabias como poéticas y allí sí se escuchó toda la voz del cantaor. Sanz echó a volar todo lo que tiene en la garganta y en el alma y convenció.
El segundo bis fue también con Sanz solo y casi perdido en el gigantesco escenario. Esta vez se acompañó con el piano y cantó "Lo ves".
En el final volvieron todos los músicos para ofrecer "Silencio" que cantó todo el estadio y antes de despedirse, el cantautor les habló a sus adoradores y dijo adiós con "Corazón partío", quizá su tema más pegador y que sintetiza su propuesta de flamenco pop.
La compenetración del público con el cantante prueba que Sanz es un real intérprete de los sueños adolescentes. El paso de los años años revela que a esa edad todo se siente como si fuera lo último que va a suceder. Y quizá sea esa la mejor forma de sentir.