Rosario no es la única ciudad argentina que incorporó al paisaje de sus calles la presencia de los rumanos. Sólo durante febrero pasado 67 familias ingresaron al país ilegalmente desde Bolivia. Algunos fueron detectados y deportados, pero se calcula que la migración continúa por distintos pasos fronterizos. Localidades del interior y la capital de Salta son uno de los pasos y destinos adonde convergen los migrantes, con la ya típica actividad de la mendicidad y los niños tocando el acordeón. En la ciudad de Buenos Aires se calcula que hay unas 200 personas de origen rumano, y ese número crece a la par de la suspicacia porteña. Tanto en calle Florida como en Recoleta, Retiro y la zona de Constitución, se han visto camionetas de las que descienden extranjeros cargados de muletas. Los vecinos también juran haber podido deschavar a mudos que hablaban, chicos huérfanos que pedían junto a sus padres y ciegos que distinguían el rojo del verde. Según fuentes diplomáticas, es curiosa la repetición de ciertos patrones en distintas ciudades. Por ejemplo, los mismos carteles, las mismas sillas y los mismos acordeones. "Hay alguien que les paga los pasajes de avión y los instruye acerca de cómo pedir", dicen.
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