Año CXXXIV
 Nº 49.079
Rosario,
viernes  06 de
abril de 2001
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Los biógrafos del ex montonero desnudan a un personaje perturbador
Galimberti: El "vampiro" de las mil caras
Los periodistas Marcelo Larraquy y Roberto Caballero describen las mutaciones del ex dirigente montonero

Mauricio Maronna

"¿Qué quieren de mí?", les preguntó Rodolfo Galimberti a sus biógrafos durante una lluviosa tarde de noviembre del 99, después de dejar su pistola 9 milímetros sobre un escritorio. "Un buen libro", respondieron Roberto Caballero y Marcelo Larraquy. Y lo consiguieron. La lectura de las 631 páginas del trabajo se tornan imprescindibles para entender no solamente la trama y el revés de un personaje simbólico de la organización Montoneros, sino para empaparse de los vertiginosos saltos mortales que dio la sociedad argentina desde la década del 70 hacia adelante. "Yo soy mucho mejor de lo que ustedes piensan y mucho peor de lo que imaginan", les advirtió a los periodistas, en un giro galimbertiano (ambiguo y amenazante) que lo radiografía mejor que cien adjetivaciones.
"Vos nos pedís que lo definamos en pocas palabras. Es un personaje inclasificable", dice entre risas Larraquy, quien sin embargo, intenta hacer un esbozo: "Es alguien que siempre buscó el poder montándose en el peronismo. A los 24 años fue delegado de Juan Domingo Perón y dirigente de la juventud. Alcanzó el cenit de su carrera política a los 25 años, pero no se mantuvo en la cúspide: casi simultáneamente el propio Perón lo bajó del altar. En los 90, esa búsqueda de poder lo lleva a un recorrido por otro paradigma de la sociedad, lejos de la revolución: los negocios, el capital concentrado. La búsqueda frenética de dinero lo llevó a acercarse a Susana Giménez y al Exxel Group, al que sirve y le hace la inteligencia".
El vertiginoso prólogo del libro es en realidad una puntillosa descripción de los encuentros que los autores mantuvieron con quien se autodefine como "un vampiro". Un Galimberti siempre calzado en restaurantes carísimos, derramando decenas de botellas de vino Catena Zapata por no estar en el grado justo de conservación, atormentando a los periodistas con inquisiciones del tipo "a ustedes quién les paga".
Y enarbolando algunas frases perturbadoras, como cuando dice que homenajea a los desaparecidos desde su imponente Porsche. "Galimberti ahora está del lado de los ganadores. Esa frase describe su costado cínico", sostienen casi a dúo los responsables de la estupenda biografía.
Un importante funcionario del actual gobierno dijo que no había plata en el país capaz de pagar la inteligencia de Galimberti. Larraquy sonríe y cuenta su visión del personaje: "Es muy inteligente, muy rápido. Pasó a ser el jefe de la JP después de venir de un grupito en el que estaban Chacho Alvarez, Carlos Grosso, Ricardo Mitre. Sedujo a Perón y se dio cuenta de que el general necesitaba de él para romper con la anemia política de los dirigentes que negociaban con los militares. El tema es para qué usó la inteligencia: para ser paranoico, para hacer guita. Era brillante en la estrategia militar, después esa capacidad la utilizó para acercarse al torturador Jorge Radice".
Si bien el trabajo (publicado por editorial Norma) está plagado de anécdotas del Galimberti combatiente, amante, inescrupuloso, de férreos códigos con los amigos, es imposible no preguntarles cuál es la anécdota que refleja la personalidad del hombre de los mil rostros. "Nos invitó a jugar a la ruleta rusa para dirimir una cuestión menor. Cuando le dijimos que él pensaba como Alsogaray se puso loco. Pero es así, hoy defienden las mismas ideas", cuenta Larraquy.
Poco quedó del Galimberti que deambulaba por los suburbios porteños, o del que fue castigado por Mario Firmenich y tuvo que pasar una temporada en un monoambiente rosarino. Hoy vive en un imponente loft de calle Dorrego, en la ciudad de Buenos Aires, y tiene como vecinos a Rafael Bielsa, Darío Lopérfido y la actriz Virginia Innocenti. En su catarsis con los biógrafos es despiadado con el "gomero" Fernando Vaca Narvaja y el "mendigo de puestos públicos" Roberto Perdía. Chicanea a Miguel Bonasso diciendo que "si le explota una bolsa de basura en la espalda se muere de un infarto" y recuerda un libro que Horacio Verbitsky habría escrito para la Fuerza Aérea durante la dictadura. Que los autores no tengan más de 35 años sirve para que el libro no se convierta en un tedioso catálogo de teorías sacralizantes.
Galimberti era también un outsider que rompía con ridículos códigos internos, como el que prohibía la infidelidad entre los compañeros de la orga. "Hay una regla del marketing actual que dice: "Rompa con todas las reglas". Galimberti fue un precursor, él siempre llegó provocando, rompiendo, irritando. El quiso transformar la realidad general, pero modificó su propia realidad. Tuvo éxito y lo contrata el Exxel, porque hizo el management guerrillero. Negociar con Galimberti es difícil".
La reacción del protagonista una vez que el trabajo salió de imprenta fue mutando del odio a la resignación. "Finalmente lucubró que había una mafia que impedía la distribución del libro. Nosotros queríamos contar una historia y terminamos contando cuarenta años, no de anécdotas de Galimberti, sino cuarenta años de ilusiones, desilusiones, heroísmos y miserias. El era la excusa ideal, porque Firmenich terminaba en los 80 y no tenía puente con los 90. Galimberti iba de Norma Arrostito a María Julia Alsogaray. De Juan Gelman a Daniel Hadad. De Perón a Susana Giménez, de Sabino Navarro a Juan Navarro. Ahora es un soldado del pensamiento único".
En el libro no se dice que la generación del 70 fuese como Galimberti. Ahí había mejores, pero también muchos que eran infinitamente peores. "Nosotros mostramos por medio de él la transformación de este país", aporta Caballero, para quien aquellos días de entrevista no fueron fáciles: "Nos decía que sabía que queríamos seguir viviendo y nos pedía que nos vacunásemos contra la gripe. O repetía que nos tenía en una lista que nunca vimos. Al final nos dijo que terminábamos siendo amigos. Le dijimos que amigos no".
Dos episodios del libro muestran ciertos pliegues actuales del dueño de una vida tormentosa. "Yo les tengo afecto a ustedes, giles de goma. Les creo, son tipos que quieren seguir viviendo. ¿Ustedes entienden cómo ve la historia un tipo como yo? ¿Tienen idea de la sangre que yo vi? Las cabezas que corté. Nosotros jugábamos al fútbol con las cabezas de los adversarios en el Líbano. Cuando veo el cuerpo de una mina lo veo descuartizado. Los miro a ustedes y veo un pedazo de carne", monologó frente a los azorados entrevistadores.
Un rato antes, o un rato después, poco importa, se había distraído con una morocha de veinte años, instalada en una mesa del mismo restaurante, sola: "Tiene una cosa de barrio... y nosotros acá, hablando de huevadas que pasaron hace 40 años en vez de estar disfrazados de cualquier cosa para que esa mina nos dé bola".
El acierto del impecable trabajo de los autores es haber reseñado, sin anteojeras ideológicas, los múltiples disfraces de un personaje que, como las muñecas rusas, nunca terminará de desvestirse del todo.
Ese que les repetía como un latiguillo culposo: "Yo les hablo y ustedes no me dan bola. Debe ser que duermen bien". Por algo dicen que los insomnes son los que más y mejores cosas tienen para decir. A Galimberti le cuesta conciliar el sueño.



Galimberti sedujo a Perón y a Susana Giménez.
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