Año CXXXIV
 Nº 49.079
Rosario,
viernes  06 de
abril de 2001
Min 15º
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Editorial
El fin y los medios

El debate es casi tan antiguo como la moral misma: la distancia entre aquello que se pretende conseguir y los mecanismos que se ponen en marcha con el objeto de conseguirlo suele estar sembrada de obstáculos que muchas veces se convierten en insalvables, y que desvirtúan por completo el "qué" por excluyente responsabilidad del "cómo". La reflexión -sin dudas, tan árida como previsible- viene a cuento por los sucesos ocurridos entre la tarde y la noche de anteayer en la esquina de Corrientes y Gálvez, donde la resistencia de un remisero sin habilitación a que su vehículo fuera trasladado al corralón municipal desembocó en una serie de incidentes cuya magnitud y gravedad de ningún modo pueden ser explicadas en función del nimio hecho que les dio origen.
La violenta represión policial que se descargó sobre el grupo de hombres, mujeres e incluso niños que había rodeado el automóvil en cuestión, en actitud solidaria con el chofer, provocó estupor entre quienes presenciaron las imágenes, difundidas a través de la pantalla chica. Es que la falta de razón de quienes defendían la actitud del trabajador del volante -obstinación, sin dudas, pero desplegada pacíficamente- no significa que el hacerlos entrar en razón deba hacerse como se hizo, es decir, literalmente a palos. Porque si bien toda sociedad civilizada se asienta sobre el respeto a la ley, quienes tienen la función -y la enorme responsabilidad- de aplicarla deben agotar las instancias de persuasión y diálogo antes de proceder manu militari.
En síntesis: en este asunto no resulta cuestionable el "qué", sino el "cómo". Sucede que el "cómo", lamentablemente, terminó por quitarle legitimidad al "qué": porque sin dudas el juez (a partir de cuya orden actuó la policía) no puede haber previsto las consecuencias de su decisión, lógica, incuestionable. En verdad, la dura represión desencadenada no se relaciona en lo más mínimo con el justo objetivo que se perseguía. Y por ende, demasiadas instancias se pasaron por alto. ¿De quién es la responsabilidad? La respuesta dista de ser sencilla y darla, acaso, implique una profunda autocrítica de aquellos que se atrevan. Aunque una cosa resulta obvia: quien tiene razón, no puede perder la razón. Y eso fue lo que ocurrió anteayer, en una esquina rosarina.


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