Jerusalén. - La Intifada de El-Aksa -así llaman los palestinos al alzamiento iniciado el 28 de septiembre pasado- cumplió medio año y no se vislumbra que vaya a terminar en el corto plazo. La ola de atentados terroristas que sacudió esta semana a la población israelí y las duras represalias militares y económicas ordenadas por el gobierno de Ariel Sharon contra la Autoridad Nacional Palestina iniciaron un círculo vicioso que ninguno de los líderes involucrados en el conflicto parece dispuesto a quebrar.
En los círculos políticos, pero también en los ámbitos académicos, en los medios de comunicación y en general en la calle israelí, las conversaciones giran en torno a un único tema: "ha-matzav", literalmente "la situación", un sustantivo que en el hebreo de estos días perdió su natural neutralidad para pasar a ser depositaria de una connotación altamente negativa y referir al tono de preocupación con que los israelíes ven su futuro.
El anuncio de la agrupación extremista palestina Hamas con el que reconoció la responsabilidad por el atentado del miércoles en el que dos adolescentes perdieron la vida y recordó que todavía quedan siete voluntarios suicidas de los diez alistados a principios de marzo preparados para convertirse en "mártires de la Intifada", agregó a la preocupación de los israelíes por su futuro, un palpable temor por su presente.
No es la primera vez que este país enfrenta una ola de ataques suicidas. En marzo de 1996, bajo el gobierno de Shimon Peres, la oposición de Hamas al proceso de paz derivó en una seguidilla de atentados que causaron decenas de muertes entre la población civil israelí. Un desafío similar enfrentó Yitzhak Rabin en 1994. Sin embargo, en ambas ocasiones el acuerdo de Oslo estaba todavía vigente y el diálogo que aún existía con los dirigentes palestinos, y en especial con Yasser Arafat, permitían albergar esperanzas de una solución al dilatado conflicto.
Hoy en día "la situación" es muy diferente. Sharon mantiene su postura de "no negociar bajo fuego" y en cambio dio por finalizada la política de restricción del ejército, que mantuvo durante las primeras semanas de su gobierno. Además, responsabilizó directamente a Arafat por los atentados y ordenó bombardear varios blancos de la Fuerza 17, la guardia presidencial encargada -entre otras cosas- de proteger al veterano líder palestino, cuya residencia en Gaza también fue alcanzada por los misiles israelíes.
Ofensiva de "liquidación"
En el Ministerio de Defensa aseguran que esos ataques constituyen sólo la primera fase de la ofensiva anti-terrorista y que, luego del Día de la Tierra del pasado viernes, el ejército iba a retomar su estrategia de "liquidación" en los territorios ocupados. El ataque de ayer contra el líder de Yihad ratifica este anticipo.
Oficialmente, dicha estrategia consiste en la ejecución de operaciones especiales destinadas a atacar a altos militantes de las agrupaciones terroristas; sin embargo, a juzgar por la llamativa cantidad de ministros y funcionarios que salieron a desmentir que entre dichos blancos se encuentre el propio Arafat, es de suponer que la idea del magnicidio mereció alguna consideración, al menos fuera del gobierno.
Gobierno reforzado
En cuanto al panorama político, las amenazas a la seguridad que enfrenta la ciudadanía sumadas a las crecientes condenas internacionales (la Liga Arabe y la Unión Europea, las más críticas) no hicieron sino fortalecer el gobierno de unidad nacional que encabeza Sharon. El miércoles pasado, el partido de los ultraortodoxos de origen ashkenazí se sumó al amplísimo gabinete que ya cuenta con 27 ministros y con el apoyo de más del 70 por ciento de los votos de la Knesset (el Parlamento unicameral israelí).
Algunos legisladores centristas también buscan formar parte del oficialismo, pero exigen para ello la creación de nuevos ministerios que quedarían a su cargo. Por otra parte, la oposición parece haberse quedado sin discurso, ya que la ola de violencia relegó las aspiraciones de paz por los más urgentes reclamos de seguridad. En este sentido, el jefe de la oposición y de la coalición izquierdista Meretz, Iosi Sarid -un respetado político de fluidos contactos con Yasser Arafat y ferviente defensor del proceso de paz- criticó duramente al líder palestino al pedirle "que deje de viajar de un país a otro y se quede en Gaza y Ramala para poner orden".
La generosa hospitalidad que mostró Sharon al formar su gobierno también tiene sus desventajas. Los miembros del ala más dura le exigen que utilice todo el poderío del ejército israelí para reprimir el levantamiento palestino y los ataques terroristas. Su inquietud está motivada principalmente por los reclamos de los colonos judíos, que, tras el asesinato de la hija de uno de ellos (una beba de tan sólo 10 meses) en Hebrón, han comenzado a insultar e incluso agredir a las fuerzas israelíes encargadas de defenderlos. La inteligencia militar teme ahora que los colonos busquen alguna forma de venganza y aparezca entre ellos un nuevo Baruj Goldstein, el extremista judío que en 1994 asesinó a 29 musulmanes que rezaban en la Tumba de los Patriarcas.
Por otra parte, Sharon debe atender también a las exigencias de moderación que le imponen sus principales socios en el gobierno, los laboristas, encabezados por Peres, su ministro de Relaciones Exteriores, y Benjamin Ben-Eliezer, el titular de la cartera de Defensa. Asimismo, la Casa Blanca le advirtió al líder del gobierno y del Likud que "debe restringirse al tomar las medidas necesarias para restaurar la normalidad en la zona", si quiere conservar las buenas relaciones que forjó durante su reciente visita a Washington. El primer ministro tendrá entonces que encontrar el fino equilibrio que le permita satisfacer las variadas demandas de sus socios en el gobierno, las fuertes presiones externas y la imperiosa necesidad de brindar seguridad a los habitantes de Israel. Todo esto, sin olvidar que tarde o temprano deberá buscar la manera de llegar a un acuerdo de paz con quien ahora se empeña en combatir.