Con una base en parámetros objetivos, se podría definir a la clase media como el sector cuyos ingresos superan el costo de la canasta familiar. Pero este dato contrasta drásticamente con los resultados de las mediciones de la Encuesta Permanente de Hogares, ya que el 70 por ciento de los hogares rosarinos no llega a cubrir los mil pesos por mes. Entonces, más bien cabría definir a la clase media como el sector social que, en Argentina, cobijó el sueño de un ascenso social. Aspiración que hoy día parece cada vez más lejana. La clase media vivió desde 1980 una pérdida progresiva de bienes y espacios que hasta hace poco le eran característicos. La casa propia, el auto, el club, el ahorro o las vacaciones fueron relegados y reemplazados por el alquiler o, en el mejor de los casos, el crédito hipotecario y la compra en cuotas. El desempleo y la precarización de las condiciones laborales tampoco le fueron indiferentes y, en rigor, muchos hogares que hace unos años podrían considerarse de clase media hoy están rasguñando la línea de pobreza. Con todo, la clase media soporta la mayor presión tributaria. Los impuestos al consumo, a los bienes personales y a las ganancias le pegaron duro, ya que es el sector social que frecuentemente tiene todos sus bienes registrados y declarados. Y en tanto, sigue apostando al trabajo, a la escuela pública, a la universidad, a la vida democrática, mientras busca alternativas para sostener una promesa cada vez más evanescente: mantenerse en el medio de la pirámide.
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