| | Reflexiones Economía y psicología, de la mano
| Cristina J. Goitía (*)
Cuántas veces nuestra mente encasilla conceptos. Resulta cómodo y aparentemente correcto recurrir a conceptos definidos, puestos en blanco y negro, sin zonas intermedias en las que puedan detectarse rastros de una y otra posición. Es como pintar sin mezclar colores. Eso se llama trabajar con colores primarios. Si bien resulta contundente, cuánta riqueza se pierde si uno no produce una mezcla. Y no sólo en la pintura de un cuadro famoso, sino hasta en las obras de tantos aficionados que, paleta en mano, intentan reflejar la escena cotidiana de una plaza, una calle, un rostro o captar lo que sus ojos ven. Y esto es válido hasta si el intento es simple: pintar una pared, un mueble, una humilde maceta. La mezcla de colores amplia la gama y nos enriquece con sus posibilidades. No estamos condenados a un mundo limitado. Al pensamiento talibán. Si trasladamos esto al mundo de la mente y lo aplicamos a la realidad que nos circunda, cuántas veces tenemos la tendencia de movernos en "colores primarios". A dramatizar, magnificar circunstancias que nos hacen la vida más difícil o pensar que no tiene solución. La hipérbole, el concepto desmesurado nos borra límites, desdibuja fronteras y nos conduce al infinito mundo de la fantasía, infinito por las posibilidades que ofrece y falso, por lo opuesto a la realidad. Es un mundo de pasiones primitivas: odio y amor, adoración y negación, fidelidad o rebeldía, un sentir instintivo sin capacidad de reflexión. Las distorsiones a que una forma de pensar y sentir así conduce las hemos experimentado la mayoría de los argentinos como individuos, y como sociedad, recientemente. Una situación grave, ha sido calificada de abismal, sin retorno y hasta de punto final. Y allí se refugia la depresión: con visiones negativas de las posibilidades de uno, del mundo que nos rodea y hasta del futuro. Esta apreciación apocalíptica tiene su contrapartida en otra, tan peligrosa y distorsionada como la anterior: el pensamiento mágico, la idea de un salvador, un superhombre con poderes excepcionales que, varita mágica en mano, transformará nuestras angustias en un porvenir rosado. Esta díada, hábilmente trabajada por años de decepciones y búsqueda de ídolos, ha producido sus resultados: una fuga de la realidad por un pensamiento infantil que busca respuesta en otros o se desespera ante los inconvenientes. Pensamiento que abonado por años de desaciertos, de mentiras y corrupción, de falsos ídolos, de injusticias, de una prensa a veces sensacionalista que en lugar de informar deforma, para arriba o para abajo, ha producido una verdadera distorsión del pensamiento de muchos argentinos. Se ha perdido la mesura y, sin hacer un alto para la reflexión, se ha asumido que estamos en un país "terminal" o en un país "ave fénix". Y seres humanos al fin, la reacción ha sido la reciente. Una sensación de inseguridad, de desconcierto que afectó no sólo a quienes nos gobiernan. Por otra parte, tenemos el derecho a pedir que se cumpla la ley por encima de cualquier interés particular. Pero también deberes: respetar la verdad, los derechos de otros, hacer las cosas como corresponde, modificar lo que sea posible y asumir conductas adultas. El deber de colaborar involucrándonos y no desgastarnos en la queja inútil que solo enferma e impide ver otras salidas. Tenemos el deber de evitar la violencia. De no dejarnos llevar por la desesperación por serios que los hechos sean. El deber de ser adultos y no caer en la desesperación. Los momentos difíciles requieren calma, serenidad y no el pataleo histérico. Como ciudadanos e individuos todos tenemos derechos a la esperanza, a creer no hay futuro sin presente y este se trabaja hoy. Y como Erich Fromm en el hombre nuevo, hago la salvedad de no confundir inocencia con ingenuidad. Para esta última, no hay margen de tiempo. Hoy más que nunca, los hechos muestran que economía y psicología van de la mano. (*) Psicóloga
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