La saga de Harry Potter es buena literatura. Más allá del sorprendente fenómeno de mercado, que suele despertar prejuicios y sospechas, los libros son entretenidos, están bien narrados, tienen humor, intriga, emotividad. Presentan atractivas situaciones, ámbitos y personajes en donde juega lo sobrenatural, en un entramado de historias en las que el Bien -que tiene que ver con elegir la capacidad de hacer magia con fines positivos- se enfrenta con el Mal, y el Mal tiene que ver con obtener el Poder.
Como en Dickens, Harry Potter se inicia en un mundo de infancia desangelado y ruin, con notas de orfandad, maltrato por parte de sus tíos y primo (horribles "muggles" o gente sin magia), en donde crece incomprendido -lo que remarcará los dones de Harry por oposición, como ocurre también en "Matilda", la novela de Roald Dahl- y sin conocer su verdadero origen hasta el día de su cumpleaños número once, en que es admitido en Hogwarts, la escuela de magia.
Antihéroe con notas de increíble valor pero también de timidez, que no termina de creer nunca del todo en su condición de celebridad en el mundo de la magia, el comportamiento del chico de la cicatriz en la frente permite la identificación de los lectores. Harry transita permanentemente desde el mundo mágico al mundo "muggle" (en las vacaciones de verano de la escuela) y ese tránsito es a la vez una especie de salto en su identidad: mientras en el mundo mágico es un héroe predestinado que se enfrenta a Lord Voldemort, la encarnación del Mal, y protagoniza constantes peripecias, en el mundo no mágico es un paria que recibe maltrato y está condenado a la pasividad del encierro en su cuarto y de una familia que lo ignora (recién en el tercer volumen de la serie hará su aparición su padrino y protector, Sirius Black).
El paso de un mundo a otro remite por supuesto a "Alicia en el país de las maravillas" y "Alicia a través del espejo", y el universo paralelo, al menos, al País de Nunca Jamás (en "Peter Pan", de J.M. Barrie) y al País de Oz (en "El mago de Oz", de L. Frank Baum). Pero las notas intertextuales son inacabables (incluyen además desde los autores paradigmáticos de géneros que tienen que ver con la fantasía heroica, como J.R.R. Tolkien y Ursula Le Guin, hasta el humor de Wilde en "El fantasma de Canterville", por ejemplo) y las referencias literarias mencionadas -que podrían ser muchas más- son sólo contemporáneas, aunque en realidad en la saga de H.P. aparecen los mitemas fundacionales de los grandes relatos clásicos (su autora, la escocesa Joanne K. Rowling, estudió literatura clásica en la Universidad de Exeter, en el Reino Unido) y también, enraizadas en aquéllos, son reconocibles las funciones de Vladimir Propp que movilizan las narraciones populares (la iniciación y la búsqueda, la presencia de ayudantes y oponentes, los objetos mágicos, las pruebas a las que debe someterse el héroe, la marca que éste ostenta, etc.).
El señalamiento de estas relaciones apunta, más allá de establecer en general conexiones culturales, a tratar de emparentar en particular las historias de H.P. con nombres ilustres del tronco británico (se ha mencionado a Dickens, Carroll, Barrie, Dahl) y de la literatura universal, por un lado, y al intento de desentrañar algunos de los mecanismos de su éxito avasallador a la luz de una concepción de literatura como espacio interdiscursivo y "mosaico de citas", o como deudora de una tradición. Pero eso no basta.
El mismo mundo
El relato de héroes y aventuras remite a un imaginario familiar para los niños y adolescentes. En el entramado de historias narradas en H.P. hay nexos y puentes que unen aquel aparente mundo extraño (que no sólo nos remite entonces a las lecturas previas, como se señalara) con los actuales consumos culturales de la infancia y la adolescencia, ya que la ambientación, los personajes y los conflictos tienen muchas veces elementos en común con formas discursivas familiares para los chicos: historietas, juegos de roles, películas que son o han sido éxitos de taquilla.
El mundo mágico también es, finalmente, familiar porque en él rigen leyes de la sociedad de consumo (la calle que vende los calderos, las varitas, los ingredientes para pociones, etc. es otro Londres pero también comercial, y Draco Malfoy, el contrincante de Harry en la escuela, discrimina a la familia Weasley, amiga de Harry, por su falta de dinero); hay fascinación por cuestiones de la vida de los "muggles" por parte de los magos; funciona un Ministerio de Magia; el profesor Lockhart es adicto a la publicidad y la tilinguería mediática; el juego más popular, el "quidditch", es una suerte de fútbol con cuatro pelotas y escobas voladoras pero despierta las mismas pasiones que el deporte inglés; las alternativas de la vida estudiantil de los aprendices de magos, incluyendo a Harry, reproducen las preocupaciones comunes en la escuela: amistades, competencias, amores incipientes, profesores estrictos, ceremonias de iniciación, casas en las que se alojan los estudiantes y que rivalizan entre sí (Harry y su grupo pertenecen a la casa Gryffindor), entre otras similitudes que acercan a los chicos a las leyes del universo planteado por Rowling.
Además, los lectores suelen volverse auténticos iniciados que de algún modo recrean el mundo paralelo propuesto por la ficción: construyen entre sí una red de códigos propios en donde se menciona con familiaridad nombres, hechos y circunstancias sólo comprendidos por quien o quienes hayan leído Harry Potter.
La fuerza del relato
El tejido de la trama y los diferentes sucesos que la constituyen se cuentan con ingenio y eficacia narrativa. Si bien la investigación y la resolución de un enigma central en cada uno de los libros constituyen el motor que guía el relato (ver recuadro), el mismo se abre como un abanico de intrigas paralelas o que se van resolviendo gradualmente; detalles que en libros anteriores parecían carecer de importancia de pronto se actualizan y adquieren significado imprevisible en un nuevo episodio de la serie. Esto constituye una de las claves para el logro del suspenso y de la atención permanente del lector.
A la vez, las investigaciones realizadas por Harry y sus dos compañeros, Ron y Hermione, se llevan a cabo con valentía, ingenio y también respeto por el saber: Hermione es la mejor alumna de la clase y a menudo para resolver los enigmas se recurre a la biblioteca del colegio.
Otro recurso que acapara la atención del lector es la utilización del humor, junto a los matices irónicos en la caracterización de ciertos aspectos del mundo mágico que satirizan el mundo real, y la dosificación y combinación entre humor e ironía con los momentos dramáticos (por ejemplo, la muerte del unicornio), sentimentales (la visión de los padres de Harry en el espejo Erised) y macabros (la aparición de Voldemort en el duelo). Pero incluso estos últimos conllevan la nota de emoción que conmueve: finalmente, el amor que Harry representa, el sacrificio de su madre, el hecho de que Harry haya sido amado le permite alejar al Mal (según ejemplos tomados de "H.P. y la piedra filosofal"), lo que reafirma la vida y dota al episodio de un sentido existencial.
Al respecto, Gareth Mattews señala que obras notables como "Alicia..." o "El mago de Oz" atraen la sensibilidad filosófica de los niños al cuestionar la dualidad realidad - apariencia y el valor convencional del lenguaje (a través de la idea de que las palabras pueden significar lo que deseamos), o bien, al aceptar la relativización del tamaño de los objetos del mundo, etc., y rescata particularmente lo que denomina narrativa de "aventuras intelectuales". La lograda serie de Harry Potter parece encuadrar dentro de esta tipología.