Fernando Toloza
Mar del Plata (enviado especial).- La exhibición de la película "Rosarigasinos", de Rodrigo Grande, marcó una diferencia en la competencia oficial en este Festival de Cine de Mar del Plata y acabó en un mar de aplausos del público presente en la sala del Auditórum. La película filmada en Rosario, con los protagónicos de Federico Luppi y Ulises Dumont, mostró una solidez narrativa y también agilidad, cosa que les faltó a sus competidoras, la brasileña "Bufo y Spallanzini", la coreana "Mulgogi Jari" y la finlandesa "Casas abandonadas". El filme de Rodrigo Grande tiene chances de llevarse alguno de los premios Ombú en danza. Primero, porque es una película lograda y segundo porque el contexto le es favorable. Como ópera prima "Rosarigasinos" deja satisfecho. El director muestra una gran solvencia y la factura técnica es de primer orden. Grande se presenta como un realizador capaz de narrar sin vacilación una historia de principio a fin sin perder el hilo y manteniendo la atención del espectador. Una de las contras es que el filme puede ser leído como una película de género. Es decir, que se lo tome sólo como un policial. Por momentos, la película no va más allá de ese género, pero después trata de trascenderlo para contar, más que un asunto de tiros y escapadas, la historia de una amistad de 30 años. La pregunta que deja flotando "Rosarigasinos" es hasta dónde llega la amistad de dos hombres que se pasaron 30 años en la cárcel, cubriéndose mutuamente las espaldas y soñando juntos con el tesoro que habían escondido antes de caer en la prisión. "Rosarigasinos" es una película profesional. Grande demuestra que es capaz de dirigir a monstruos como Luppi y Dumont, pero el género termina complicándolo ya que el filme es por momentos demasiado impersonal: se cuentan cosas típicas de todas las películas policiales y muchas veces los sentimientos de los personajes son un tango adaptado a sus vidas. Aunque, claro, esto se justifica porque los protagonistas, además de ladrones, son músicos del dos por cuatro. Luppi es Alberto Saravia, un hombre con fama de buen cantor en sus tiempos jóvenes. Dumont es Castor, y toca el bandoneón con pasión, al punto de que el instrumento es casi un miembro más de su persona. Una mirada personal sí se advierte en la forma de mostrar a Rosario. No se ven los sitios turísticos sino zonas tangenciales. Adoquines, barcos, chapas, bares de mala muerte y una prisión decimonónica. Y también una pasión por los colores del club Rosario Central, que son decididamente localistas y que se le escapan al espectador no argentino. El espectador argentino sí se divierte con el par de escenas que hay habladas en rosarigasino, porque el recuerdo de Alberto Olmedo sigue a pesar de los años, y la popularidad que le dio a esa jerga a través de la TV. El filme en vez de ser una elegía es un relato de la lucha por la supervivencia. "Rosarigasinos" es una película tanguera. La nostalgia por un mundo que no fue está todo el tiempo, pero la pasión por la vida de los personajes la saca de la añoranza. "En cuatro días vivimos más que en 30 años" dice uno de ellos y esa frase marca su adaptación a la vida actual, donde a los quioscos se los llama drugstore, donde la pornografía es fácilmente asequible, donde la cana sigue siendo la cana, y donde la amistad ya no se sabe si sigue siendo un valor trascendente.
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