La de Felisia Celestina Ramírez es una pelea contra la falta de compromiso: intuye que hay testigos que saben quién mató a uno de sus hijos la Navidad de 2000, pero no consigue que esas personas hablen. "Por eso, porque hay gente que no cuenta lo que sabe, la investigación está estancada", dice. Nadie le saca de la cabeza que gracias a ese silencio el asesino todavía anda suelto.
Felisia tiene 51 años y un cuerpo donde el dolor ya no cabe: le duelen los huesos por una enfermedad con la que convive, y le duele el alma porque perdió a su hijo. El muchacho se llamaba Daniel Gómez, tenía 29 años y murió el 25 de diciembre. Alguien le pegó un tiro en la garganta, en la puerta de su casa, poco después de las 8 de la mañana.
El mismo día, la policía detuvo a un menor como sospechoso del crimen, pero Felisia duda de que se trate del asesino y sostiene que el homicida está libre.
Sus sospechas se basan en comentarios que escucha en el vecindario donde ella misma vivía con Daniel, en Deán Funes al 3800. Por allí hay gente que cree saber quién asesinó al muchacho y hasta lo mencionan por un alias. En cambio, cuando la policía busca testigos, nadie de la cara y todo el mundo responde lo mismo: "Sobre eso no se nada", se excusan.
Ella cree que lo hacen porque no quieren comprometerse, o directamente porque tienen miedo a las represalias.
El último día
Esto es lo que más le duele a Felisia después del vacío que dejó el hijo. "No sé si es por miedo o por qué, pero a la hora de la verdad nadie dice nada", se lamenta.
La última Nochebuena, Daniel salió temprano de su casa. "Quedáte tranquila que vuelvo de día, así no me pasa nada", le dijo a la madre cuando se despidieron.
La promesa se cumplió. A las 8 de la mañana del día de Navidad, un vecino lo vio llegar junto a otra persona. Este testigo dice que en ese momento entró a su casa y que enseguida escuchó un disparo. Cuando salió, Daniel se tapaba el cuello con la mano y perdía mucha sangre, pero ya estaba solo.
Después, la víctima entró a su casa y pidió ayuda a un amigo porque la madre no estaba. Pasó demasiado tiempo hasta que llamaron a una ambulancia, y cuando ésta llegó ya agonizaba. En la seccional 18ª le dijeron a Felisia que alcanzaron a preguntarle a Daniel quién le había disparado. "Parece que él quiso hablar pero no pudo porque se ahogaba", le contaron. Un rato después ya estaba muerto.
Según los comentarios que le llegan a Felisia, un rato antes Daniel estuvo en casa de un vecino y allí lo habrían golpeado. Es más: los forenses habrían constatado en la autopsia las marcas que dejaron esos golpes, anteriores a la muerte. Pero quienes comentan y hablan sobre este incidente, en algunos casos con muchos detalles, no se animan a declararlo ante la policía o el juez.
Allí, en la casa donde lo habrían golpeado, vivía una chica que la misma tarde del crimen se fue del barrio y nunca más volvió. La joven era, según le cuentan a la madre de la víctima, pareja de un hombre que también desapareció de la zona.
Para los vecinos que no se atreven a declarar como testigos, ese hombre pudo ser el asesino de Daniel. Y el móvil serían los celos por la chica. "En el barrio todo se sabe, los comentarios no surgen de la nada", reflexiona la madre de Gómez. Su obsesión es que aquellos que pueden ayudar a resolver el crimen hablen, y que lo hagan frente al juez y no sólo en el barrio.