Orange, California. - Sentado en un restaurante de esta localidad, el hombre menudo y rubio parece ser un cliente más, que disfruta a sus anchas de una hamburguesa con papas fritas. Pero basta escucharlo hablar para comprender que Christoph Meili no se siente a sus anchas. "Fui un instrumento, un peón de ajedrez. Para ganar, hay que tener un peón", dice. "Pero sabía que si no hubiese sido por mí, la partida la habrían ganado los bancos suizos".
Hace cuatro años, Meili era sereno de un banco en Zurich cuando tomó una decisión que cambió su vida. Como resultado de esa decisión, los bancos suizos tuvieron que comprometerse a pagar miles de millones de dólares en indemnizaciones a los sobrevivientes del Genocidio judío de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, Meili es un héroe para esos sobrevivientes y un traidor para algunos de sus compatriotas. Incluso se ha visto obligado a cambiar su vivienda de los Alpes suizos por una casita en el sur de California. El ex sereno es el primer ciudadano suizo que ha recibido asilo político en EEUU. Pero el asilado, que todavía aprende con dificultad el inglés, teme por su futuro.
El 8 de enero de 1997, Meili cumplía un turno vespertino como guardia de seguridad en la Union Swiss Banks de Zurich. Era un buen trabajo, sin duda mejor que el anterior, de lavaplatos en un restaurante. La vida era buena para Meili, entonces de 27 años, con su esposa Giuseppina, sus dos hijos y su casita. Era un ser anónimo. Pero una noche, bruscamente, todo eso cambió.
Meili realizaba su ronda por el edificio cerrado cuando algo le llamó la atención en una oficina donde se amontonaban los papeles y documentos destinados a la destrucción. Dos grandes cajones estaban llenos de libros viejos y papeles amarillentos. Al principio, no le dio mayor importancia.
Pero mientras continuaba la ronda, se puso a pensar en lo que había visto últimamente en los noticiarios: víctimas de los nazis que habían depositado sus bienes en Suiza para salvarlos de los alemanes denunciaban que no habían podido recuperar sus fondos después de la guerra.
Meili recordaba la respuesta de los bancos suizos: que los reclamantes carecían de documentación necesaria o bien que se habían perdido los registros. Volvió a la oficina para echar una nueva mirada a los documentos. Entre los gruesos libros de contabilidad de los años 1870 a 1965, Meili encontró dos con asientos manuscritos de transacciones realizadas con Berlín y otras ciudades alemanas en los años 30 y 40. Vaciló un instante, luego arrancó varias páginas de un libro y más tarde guardó los dos bajo su saco para llevárselos del banco. "No me pareció correcto que esos libros estuvieran en ese cuarto. Eran documentos históricos", dijo.
El coraje de decir la verdad
En su casa, examinó los documentos junto con su esposa. Luego, salieron ambos a caminar. "Hablamos sobre que convenía hacer. Ella coincidió conmigo en que debíamos hablar con alguien acerca de esos documentos", dijo Meili.
Los libros revelaban transacciones inmobiliarias y comerciales realizadas en Berlín, cuando los nazis en el poder obligaban a los judíos y a otras personas a vender sus propiedades a precios muy por debajo de su valor. Meili llamó a un diario para entregar los documentos. Pero no le devolvieron las llamadas. Llamó a la embajada israelí en Berna, pero cuando un funcionario le dijo que enviara los documentos por correo, se negó. Finalmente, acudió a una organización cultural judía, la cual entregó los documentos a la policía y le asignó un abogado.
Al día siguiente, la policía anunció que investigaría sus acciones y el banco lo despidió. Su decisión ocasionó críticas en Suiza, pero también llamó inmediatamente la atención de los abogados que habían demandado a los bancos.
Union Swiss Banks y otras instituciones fueron acusadas de destruir pruebas incriminatorias. Un año después, en 1998, la USB y el banco Credit Suisse aceptaron pagar 1.400 millones dólares a los sobrevivientes del Genocidio y sus familiares.
Las reacciones fueron tan diversas como inmediatas. Meili empezó a recibir amenazas de muerte. "Te cazaremos", decía una carta. "Traidor", decía otra. Familiares y amigos dejaron de hablarle. Varios periodistas suizos seguían a sus hijos a la escuela y les tomaban fotos. Algunos lo acusaban de buscar fama y fortuna con sus acciones.
El gobierno suizo lo acusó de violar la ley del secreto bancario, pero luego desestimó los cargos. Otros lo llamaron un héroe solitario, capaz de enfrentar una de las entidades más poderosas del mundo: la banca suiza.
Los sobrevivientes del Genocidio festejaron su coraje, y al dar a conocer su situación, el Congreso norteamericano empezó a interesarse, advertido por ciudadanos que debían recibir indemnización de los bancos. Los legisladores invitaron a Meili a Washington para tomarle declaración. Finalmente, el Congreso aprobó una ley especial para otorgarle asilo político junto con su familia. Meili no se arrepiente de la decisión que cambió su vida. "Quería que los bancos suizos pagaran su culpa. Era lo correcto", dijo.
Después de esos primeros capítulos emocionantes, la historia de Meili se vuelve más complicada. Sospecha de abogados, periodistas, de todos los que pudieran tener intereses propios.
Meili y su familia se mudaron primero a Nueva York y luego a Nueva Jersey. Vivían en un apartamento de dos dormitorios. El ex sereno no hablaba bien el inglés ni había terminado los estudios secundarios. Trabajaba de portero en un edificio de Wall Street.
Inició una demanda contra el banco suizo que lo había despedido, pero la retiró a instancia de los abogados, a quienes les preocupaba que su juicio interfiriese con la demanda de las víctimas del Genocidio. Los abogados le prometieron que, una vez recibido el dinero, le pagarían como testigo. Su fuente de ingresos eran las conferencias que pronunciaba en organizaciones judías y sinagogas, donde relataba su historia, y lo aplaudían.
Meili viajó a Auschwitz con sobrevivientes del genocidio, rezó con judíos ortodoxos en Manhattan, visitó el Muro de los Lamentos en Jerusalén y fue homenajeado en reuniones desde Nueva York hasta California. Cuando empezaron a escasear los pedidos de conferencias, le quedó el trabajo de portero.
En 1998, Meili pronunció un discurso en la Facultad de Derecho Whittier de California. Entre los presentes estaban Marilyn Harran, profesora de la Universidad Chapman, y William Elperin, abogado de Los Angeles y presidente del Club 1939, una organización de sobrevivientes polacos del Genocidio y sus descendientes.
Impresionados por lo que habían escuchado, Elperin y Herrin decidieron ayudar a Meili a cumplir su sueño de realizar estudios universitarios. Harran logró que la Universidad Chapman le ofreciera una beca. Elperin se comprometió a que el Club 1939 le ayudase económicamente. "Cuando lo llamé para ofrecerle esto, no me creyó", dijo Elperin. "Se mostraba suspicaz... Tuve la impresión de que le habían hecho muchas promesas incumplidas".
En Orange, una ciudad de 128.000 habitantes, Meili vive en una casa modesta. Dedica los días a estudiar con ayuda de un tutor. Su conocimiento del inglés mejora. Vigila celosamente su intimidad. No permite que fotografíen su casa ni a sus hijos.
Meili piensa antes de hablar, preocupado por lo que se dirá en Suiza. "La prensa suiza dice que soy rico", dijo. "Qué gracioso. Dicen que tengo dos autos y una casa grande".
La verdad es que Meili y su familia viven de la beca y el estipendio del Club 1939. Hace poco vendió su historia a una productora hollywoodense por lo que considera una suma pequeña que les permitió viajar a Italia para visitar la familia de su esposa. Aun espera el pago prometido por la retractación de su demanda contra el USB. Ha tratado de vender su historia a las editoriales, pero hasta ahora han demostrado escaso interés: "Dicen que mi historia ya fue relatada", declaró.