La semana anterior José Luis Machinea no pudo soportar las presiones políticas internas ni justificar el cúmulo de errores cometidos y decidió presentar su renuncia pidiendo al presidente que lo liberase de la carga de gestionar el Ministerio de Economía.
El domingo pasado en esta misma columna mencionábamos que el gobierno tendría que quemar sus últimos cartuchos para despejar los temores de que el blindaje financiero pudiera ser dilapidado. Distintos factores internos y externos contribuían a fomentar esta impresión. Entre los primeros se encontraba el incumplimiento de la meta presupuestaria de crecimiento del 2,5% que cada día se avizora más improbable; luego el increíble grado de inacción política evidenciado por la reaparición de un déficit de 1.687 millones en los dos primeros meses que desborda el límite acordado con el FMI y que podría alcanzar 10.122 millones en todo el año y finalmente la inexplicable forma en que el gobierno se administra a sí mismo, donde todo se discute y un triunvirato termina tomando decisiones contradictorias. Entre los factores externos que incidieron en el fracaso de Machinea se deben contar la caída de los precios de exportación de nuestros productos agrícolas a principios de año, pero también hubo de sumarse la torpeza de la Secretaría de Agricultura, que tiró por la borda el esfuerzo de la lucha contra la aftosa perdiendo mercados internacionales; luego incidieron los datos de la inflación en EEUU, porque Alan Greenspan cambió de parecer y suspendió las rebajas en la tasa de interés con lo que se esfumaron las expectativas de Machinea para reducir el costo de nuestra deuda pública; simultáneamente el panorama del Mercosur se complicó porque Brasil siguió devaluando y llevó el real a una cotización de 2 a 1 con el dólar.
Las perspectivas en EEUU cambiaron como consecuencia del anuncio del presidente Bush de rebajar impuestos por 1,6 billones en 10 años y del alza del tipo de interés, y ello provocó un fortalecimiento del dólar que es fatal para la competitividad de nuestros productos. Simultáneamente fuimos asimilados a Turquía, porque este país asiático padecía nuestros mismos problemas: peleas en la coalición gobernante, reformas que se demoraban, acusaciones de soborno a legisladores y denuncias de impunidad para la corrupción.
Entre nosotros el tema del Senado seguía un curso traumático porque demostraba la falta de decisiones institucionales para arrancar de cuajo el tumor maligno y lo único que se nos ofrecía es volver a votar por los sospechosos de siempre o elegir las momias del pasado. Para colmar la medida se politizaron los temas de la investigación sobre lavado de dinero y las denuncias por el desempeño de Pedro Pou, con lo cual los inversores se llenaron de dudas respecto de la convicción del gobierno para respetar la independencia del Banco Central.
En medio de este terremoto, tanto el gobierno como la dirigencia política interpretaron el blindaje como un éxito cuando en realidad era para evitar la bancarrota y no entendieron que es una mera fórmula para ganar un año de tiempo asegurando la refinanciación de la deuda hasta que se produzca la reactivación. Con este escenario, a Machinea no le quedaba más camino que pedir perdón y salir de la escena entre bambalinas.
A rey muerto
Machinea es una persona de quien nadie puede señalar un sólo acto ilícito en el ejercicio de cargos públicos, pero su designación al comienzo del gobierno de la Alianza fue el mayor de los errores adoptado por Fernando de la Rúa. Después del fracaso del plan Austral, Machinea que era presidente del Banco Central, no tuvo carácter para oponerse a las presiones políticas y cedió gradualmente la disciplina monetaria hasta precipitarnos en la hiperinflación. En esa época el presidente Alfonsín soñaba con dos utopías: el traslado de la capital a Viedma y la formación del "tercer movimiento histórico" con el peronismo. Todo esto implicaba gasto público que Machinea ayudó a financiar con el festival de bonos y el déficit cuasi-fiscal que no era otra cosa más que la emisión de dinero espurio para fines políticos.
Diez años después cometió el imperdonable error de lanzar el impuestazo que le enajenó la simpatía de la clase media y luego la reducción salarial que acentuó la recesión. En esta etapa, su visión económica consistía en convalidar el gasto público buscando fuentes de financiamiento y en esa tarea cometió los errores de pronosticar incrementos en el producto bruto, el empleo y la reactivación que nunca se produjeron. Al final el blindaje, conseguido por la habilidad negociadora del secretario Daniel Marx, le dio unos meses de respiro pero fueron desperdiciados por la acumulación de las situaciones adversas señaladas.
En sus apariciones públicas Machinea nunca consiguió infundir confianza ni transmitir ideas entusiastas para movilizar las fuerzas positivas del sector privado. Por eso sus fuerzas cedieron y tuvo que resignar el cargo.
Rey puesto
López Murphy es la contracara de Machinea y tiene fama de hombre serio, duro y responsable. Si el rostro es el espejo del alma, su cara adusta es la exacta representación de su personalidad.
Tendría que haber sido el ministro inicial de Fernando de la Rúa, pero el presidente tardó 15 meses en comprenderlo y ahora debe pagar las consecuencias. Su pensamiento es muy claro, racional y consta en innumerables seminarios y documentos emitidos por Fiel de la cual era economista jefe.
Las líneas principales de su acción no serán una sorpresa y se componen de una profunda reforma administrativa del Estado porque comprende la necesidad de podar en no menos de 10.122 millones el gasto público para que no haya déficit, poder mostrar un superávit y comenzar a cancelar deuda pública en lugar de aumentarla.
En esta tarea chocará contra los intereses políticos de la propia coalición gobernante y las dudas y vacilaciones del presidente. En materia de impuestos, López Murphy tratará de dejar sin efecto el impuestazo de Machinea y eliminar los impuestos distorsivos creados por el gobierno menemista. Un serio frente de tormenta lo encontrará en sus pretensiones de exigir disciplina y seriedad fiscal entre los gobernadores y aquellos funcionarios con facultades para gastar dinero público sin que ninguna ley les exija responsabilidades penales y patrimoniales solidarias cuando lo despilfarran. En este marco, la confianza internacional en López Murphy se basa en dos premisas: su convicción de que los compromisos firmados deben ser cumplidos y la decisión de mantener a rajatablas la convertibilidad monetaria y la responsabilidad fiscal. Su tarea será sumamente ardua y dependerá de un factor clave y esencial.
El carácter es la clave
A estas alturas de los acontecimientos no hay dudas que la salida ordenada de la depresión crónica que nos afecta está condicionada por el carácter del presidente Fernando de la Rúa.
Recordemos que el carácter de una persona es el conjunto de cualidades psíquicas y emocionales que condicionan su conducta distinguiéndolo de los demás. Por eso se ha dicho que el carácter es la energía de la voluntad. Quienes han estudiado este tema distinguen cuatro caracteres básicos: sanguíneo, colérico, nervioso y flemático. Este último caracteriza a las personas que permanecen impasibles, que desconfían de todos, tardos y lentos en las acciones. Dicho con todo respeto, el presidente De la Rúa tendrá que luchar contra este carácter flemático porque es su mayor impedimento para ocupar el cargo de mayor responsabilidad institucional en momentos particularmente graves.
El éxito o el fracaso de López Murphy va a depender de la decisión, la valentía, el coraje y la celeridad con que actúe el presidente, dominando su propio carácter, porque podría suceder que el ministro se convierta en lo que los españoles llaman "el Válido", que es la persona firme y de gran carácter que se gana la confianza del rey y en realidad es quien manda. Si esto llegase a suceder, estaríamos alterando la naturaleza de las cosas y sólo bastaría con que algún insidioso estimule el celo y la envidia para que la gestión de López Murphy se convierta en un infierno peor del que soportó Machinea.
El carácter personal de Fernando de la Rúa y el entorno político incoherente que lo rodea son pues los principales factores que pueden hacer triunfar o fracasar a este gobierno en un momento crucial de nuestras vidas.