Un grupo de galeses fundó a fines del siglo XIX en el noroeste chubutense un pueblo al que nombró Trevelin, usando dos vocablos de su idioma natal: tre, que significa pueblo, y velin, molino.
El pueblo del molino fue el hogar que eligieron cuando se alejaron de otros pioneros que quedaron en el asentamiento primigenio del valle inferior del río Chubut.
Lo primero que construyeron fue un molino harinero que a principios del siglo XX fue el eje de su desarrollo económico y que ahora es un museo histórico que está abierto todo el año.
El Museo Molino Nant Fach es una réplica de los antiguos molinos familiares y semiindustriales que aparecieron en el bucólico paisaje de Trevelin con la llegada del pueblo galés. La harina integral se sigue elaborando con las mismas técnicas que eran modernas hace 2.000 años.
Pero tal vez donde la historia de esta inmigración surge con más fuerza es en el Cartre Taid -en español, Hogar del Abuelo-, una construcción de adobe, madera y cañas que guarda muchas cosas que fueron del baquiano galés John Daniel Evans.
En este lugar la nieta de John, Clery Evans, cuenta episodios de la vida del pionero. Por ejemplo que su abuelo, antes de la amistad que finalmente surgió entre los galeses y los mapuches, soportó muchas emboscadas indígenas.
Cuenta, además, que de aquellos hábiles y sorpresivos ataques había sólo una manera de escapar: cabalgando duro. Por eso la tumba del caballo Malacara, en un cementerio de la colectividad en medio del bosque, es un homenaje al animal que lo ayudó a conocer el lejano país de las pampas y que le salvó la vida en un riesgoso salto sobre el acantilado del Valle de los Mártires.
También levantaron una escuela, la 18, que en 1902 se convirtió en sitio histórico, cuando a través de un plebiscito galeses y mapuches ratificaron su decisión de conservar la ciudadanía argentina.
Los galeses optaron por el país que los había recibido en tiempos difíciles para la gente del mundo viejo, y esa decisión, al igual que la del pueblo nativo, ayudó a superar la controversia por la pertenencia de los territorios conquistados a la cuenca chilena del océano Pacífico.
Ocho años después, como una señal de que ya estaban enraizados en estas tierras cercanas al fin del mundo, los galeses construyeron la capilla Bethel -austera y sobria- con bancos de madera en los que cada familia grabó su apellido.
El coro tuvo un espacio muy especial en la primera capilla de este pueblo que manifiesta su fervor religioso y su espiritualidad a través de los cánticos. También allí, en la casa de Dios, se tomaba el domingo a la tarde el té galés, acompañado por las tortas negras que cocinaban las mujeres.
Arroyo de los Saltos
Pero no todo es historia y nostalgia en Trevelin. La naturaleza se muestra en las cascadas de Nant y Fall -en galés Arroyo de los Saltos-, desagüe natural del lago Rosario en su búsqueda del Corintos, uno de los brazos del río grande que los mapuches llamaron Futaleufú.
Los pescadores saben que en el Futaleufú hay uno de los pesqueros de salmónidos más importante del mundo. También, que en sus aguas y en las de sus afluentes encuentran todas las truchas, salmones del Pacífico y pejerreyes patagónicos.
Los pescadores extranjeros se interesan por los trabajos de investigación que se realizan en el Centro de Producción de Alevinos, organismo que se encarga de mantener una población estable de truchas en los ríos de Chubut. El equipo de técnicos explica muy didácticamente todo el proceso.
Cerca de las nacientes del río Corintos hay grandes formaciones rocosas entre las que discurre el cauce sereno del arroyo Nahuel Pan, rodeado de pequeños cañadones donde viven miles de pájaros. En este paisaje extraño, donde se pasa abruptamente de bosques milenarios a la estepa árida -dominio de águilas y cóndores- está Teka y su historia de rebeldías.
Porque en Teka está el mausoleo del cacique Inacayal, levantado no hace muchos años con el deseo de que el alma del indómito mapuche, el que luchó con hidalguía por la libertad de los suyos, encuentre la paz eterna.
Pero si la cultura galesa caló hondo en el sur del país, también lo hizo, como es evidente, la cultura mapuche. Pueblos muy diferentes que sin embargo tuvieron que aprender, y lo hicieron, a compartir una tierra desolada que finalmente fue pródiga.
Desde el centro del Pueblo del Molino, por el serpenteante camino del Cwm Hiifryd, se llega hasta Amuan Ñi Rucamo (la Casa de la Artesana) donde aún se encuentran, tejidas en los mismos y rústicos telares, las magníficas mantas mapuches.
Artesanías que se siguen haciendo con las técnicas que usaron las teleras hace 500 años, y teñidas, como en aquel tiempo, con tintes naturales. Por allí está el autocamping Kalfú Lafken, el primer emprendimiento turístico del pueblo mapuche.
Se puede decir que Trevelin vive en medio de dos culturas. A poco más de 20 kilómetros está Esquel, la ciudad más grande de la cordillera chubutense, con su Museo de Arte Naif, el Casino y el ruido urbano. Y también el moderno puente internacional, sobre el Futaleufú, que comunica con Chile.
Pero nadie se atrevió a apartar de las aguas la vieja balsa de madera con la que se vadeaba el río, buscando las mejores corrientes, cuando el puente era una utopía. Usada hasta mediados de los 80, la balsa que cargó historias y gente aún resiste todos los rigores.