Julieta Grosso
El artista francés Balthus, fallecido esta semana en su residencia de Rossiniere (Suiza) a apenas diez días de cumplir 93 años, fue uno de los grandes pintores realistas del siglo XX y uno de los pocos que logró exponer en el prestigioso Museo Louvre mientras vivía, a pesar de lo inquietante que resultaban sus obras. El conde Balthazar Klossowski de Rola, como se llamaba en realidad este aristócrata y caballero solitario de la pintura, y hermano del filósofo Pierre Klossowski, había nacido el 29 de febrero de 1908 en el seno de una acomodada familia polaca. El entorno propició su formación en un ambiente artístico frecuentado por escritores como Rainer Maria Rilke o André Gide y pintores como Pierre Bonnard. Bonnard le dio justamente los primeros consejos sobre pintura, en tanto que Rilke -sorprendido por el talento del adolescente- escribió el prefacio de una serie de dibujos editada por Balthus en 1921. A pesar de su interés por el surrealismo -el artista se relacionó con el escritor Antonin Artaud y el escultor Alberto Giacometti-, sus cuadros deben más al realismo fantástico de alemanes como Otto Dix o Max Beckmann, pero sobre todo a su estudio de Piero della Francesca o Paolo Uccello, entre otras figuras del Renacimiento italiano. Ya en los años 30, el pintor comenzó a hacer evidente su obsesión por el tema del despertar sexual de las adolescentes, que él calificaba de ángeles y a las que representaba en interiores en los que se combinan ensoñación y erotismo. "Las jóvenes son las únicas criaturas que todavía pueden pasar por pequeños Poussin (en alusión al pintor Nicolas Poussin). Seres puros y sin edad. Las lolitas, sin embargo, nunca me interesaron", afirmó Balthus en una entrevista concedida al Herald Tribune. A menudo, el artista fue presentado como uno de los más grandes pintores realistas de su tiempo, pero sus obras tienen una atmósfera misteriosa, casi mágica, que pone a distancia sus figuras y sus retratos con una ingenuidad calculada. Todos sus cuadros, caracterizados por una composición geométrica meticulosa, originan un sentimiento de extrañeza, como una sensación de tiempo suspendido que petrifica la acción en su movimiento. Sin embargo, no hay nada de surrealista ni de fantástico: Balthus corona sus personajes y sus paisajes con una suerte de halo difuso y en una "matemática personal" (división del espacio, diagonales que establecen el terreno) que dan la impresión de entrar en un sueño.
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