 |  | Una visión en la noticia Aire para torcer el brazo
 | Luis A. Etcheverry
Es indudable que algo que va mucho más allá de él mismo ocurre con el presidente de la Nación. Por lo que se lleva visto en estos catorce meses, parece que todo aquello que encara jamás acaba bien en un ciento por ciento. Por una u otra razón, siempre ocurre alguna contingencia incontrolable que influye -es obvio que malamente- para que el resultado sea distinto de lo esperado. Quizá gran parte de lo que ocurre obedezca al estilo que Fernando de la Rúa le impone a su gestión. Una gestión plagada de dudas, demoras, marchas, contramarchas y hasta gestos mediáticos que contradicen la verdadera esencia del producto que moldearon sus cuarenta años de segura y ascendente marcha por el pedregoso y acechante sendero de la política. Si, quizá sea eso. Empero, no puede negarse que también existe una especie de maldición. Jaqueado por la más prolongada crisis económica de la historia de este país, el gobierno marcha hacia su primera prueba de fuego electoral. A medida que pasa el tiempo, lo hace en peores condiciones. La exagerada cuota de optimismo que otorgó el blindaje financiero y algunos leves indicios de recuperación hacían pensar que esa situación podría revertirse. Sin embargo, la maldición que parece acompañarlo volvió a ensañarse con su futuro. Esta vez lo hizo con el anuncio del escándalo que amenaza estallar dentro de poco más de una semana, cuando en el Senado de Estados Unidos se revele, merced al perseverante y patriótico accionar de Elisa Carrió y Gustavo Gutiérrez, parte de la responsabilidad argentina en el lavado internacional de dinero. Participación que, como siempre ocurre, sólo pudo haberse dado con la complicidad, por acción u omisión, del poder político, judicial y económico. Un poder que en cierta medida, y mucho más respecto de un negocio tan fabuloso como ese siempre se comparte. Fue tan grande el eco del anunciado estallido, que incluso llevó al borde de la cornisa a Pedro Pou, el sospechado presidente del Banco Central que en su momento impuso Carlos Menem. Y ello ocurrió como consecuencia de la puesta en marcha de los mecanismos parlamentarios que podrían posibilitar su alejamiento del cargo. Se trató de un arranque que, al margen del susto y arrepentimiento posterior, facilitó el propio presidente, según se confirmó. Por ejemplo, cuando se difundieron los sondeos para encontrar quien lo reemplazara. Esta novedosa situación provocó un nuevo choque entre dos rivales lógicos. Un choque que recién empieza y que se extenderá por muchos meses, tantos como sean funcionales a los intereses en pugna. Por un lado están los políticos, muchos de los cuales, incluso desde el oficialismo, sueñan con la eventual apertura de las válvulas de la disciplina fiscal para poder moverse con mayor facilidad en la ciénaga del populismo. Por el otro aparecen los economistas y exponentes de los poderosos intereses financieros, advirtiendo que, junto con Pou, al borde la cornisa también está el país. De tal manera, la esperanza de una posible recuperación de la economía que surgió con el blindaje financiero tambalea. Y como una especie de sismo anunciado, mal que les pese a todos los argentinos, lo hace cada vez más fuerte. Como cualquier político, De la Rúa tiene mucho de qué arrepentirse. En estos días ese pesado bagaje se vio acrecentado por el inexplicable aire que, a grupas del caso Pou, les regaló a aquellos que, dentro de la misma Alianza, quieren torcer el brazo de su voluntad política.
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