Año CXXXIV
 Nº 49.033
Rosario,
lunes  19 de
febrero de 2001
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El crimen de un agricultor rosarino en una localidad chubutense
Justicia y solidaridad, puntales de una familia ante un asesinato
Sebastián Drincovich murió apuñalado en agosto pasado. Su familia no descansó hasta ver al asesino preso

Paola Irurtia

Gaiman (especial).- Liliana Teidons recibe a los visitantes con familiaridad en la portada de su chacra. Detrás de ella llegan corriendo sus dos hijos, de 2 y 4 años. Disfrutan el calor de enero en Gaiman, una pequeña localidad originada en una colonia galesa ubicada a menos de 20 kilómetros de Trelew, en Chubut. Es difícil imaginar que desde ese mismo lugar, el frente de la chacra "El dragón rojo", hace casi 6 meses la mujer vio como asesinaron a su esposo, el técnico agrónomo rosarino Sebastián Drincovich, de 36 años. Su vecino lo mató de una certera puñalada en el corazón cuando el hombre se acercó con intención de reclamar ante un reiterado conflicto por el lugar donde el asesino pretendía descargar un camión cargado con abono de gallina.
El valle del río Chubut, donde se asienta la localidad, en la que eligió vivir el matrimonio hace más de 8 años contrasta con la árida meseta patagónica que lo rodea. La arboleda y el río dan un marco de cuento de hadas al paisaje, surcado de canales y poblado de sauces. Las calles desiertas a la hora de la siesta reviven cuando el sol empieza a alargar las sombras. La tranquilidad que emana del lugar hace fácil entender que el crimen dejó a la comunidad shockeada y luego la volvió a un movilizado apoyo a la familia de Sebastián.
Liliana no busca explicaciones. La única respuesta que le da lugar para seguir con el proyecto que comenzó con su esposo es tomar el crimen como un accidente. "Lo mismo le puede ocurrir a cualquier persona en cualquier parte. Nos ocurrió a nosotros y acá, que es donde elegimos vivir", dice.
La mujer, una ingeniera agrónoma de 36 años, está satisfecha con la confirmación del procesamiento del hombre que mató a su marido, Romano Bozzini, ratificada por la Cámara Penal de Trelew. Recuerda cada detalle del día en que ocurrió el crimen, que pudo ver desde la ventana de su casa, donde también estaban sus hijos. Su memoria permitió que en la primera reconstrucción del crimen el juez de Instrucción de Trelew Jorge Pfleger comprobara que su testimonio difería sustancialmente del que dio el asesino. "Era un desastre, no sabía ni qué hacer", recuerda Liliana. Esa vez, ni el relato sobre lo que había ocurrido, ni los tiempos de la puesta en escena, que fueron cronometrados a pedido de Liliana, coincidían en las dos versiones.
En un principio el juez había procesado a Bozzini por homicidio en legítima defensa, a pesar de que la víctima se encontraba desarmada, porque el acusado declaró que Drincovich lo había atacado y sabía artes marciales.
El regreso de Liliana y sus hijos a Gaiman, ya que luego del asesinato habían vuelto a Rosario, de donde son oriundos, la solidaridad de los vecinos y la actuación de los investigadores policiales fueron sustanciales para cambiar la carátula de la causa y lograr que el asesino sea nuevamente encarcelado, ya que con la figura anterior había logrado recuperar su libertad.
Después de su regreso a Gaiman, Liliana, de 36 años e ingeniera agrónoma, comenzó a recibir el apoyo de los vecinos y pobladores que declararon uno a uno ante el juez luego de que ella solicitara al magistrado que profundizara la investigación. El panorama era desolador. "El asesino seguía trabajando frente a mi casa todos los días. Era terrible verlo pasar", recuerda Liliana.
La situación movilizó a la policía, que reforzó la vigilancia alrededor de las chacras, en tanto continuaba la búsqueda de testimonios que pudieran dar cuenta de lo que había ocurrido el día del crimen.
También la población se indignó ante la liberación de Bozzini. "Hasta los miembros más tradicionales de la sociedad galesa vinieron a ofrecer su ayuda e incluso proyectaron hacer una marcha, algo que jamás se hizo en Gaiman, si el asesino continuaba en libertad", señaló Liliana, que había cubierto el frente de su chacra con carteles acusando al hombre que mató a su esposo.
La movilización de la familia tuvo eco en los demás pobladores. "Algunos vecinos que habían tenido problemas con Bozzini comenzaron a pensar que lo que le pasó a Sebastián podría haberle pasado a ellos", dice Liliana. Esas personas también se acercaron al juez y dieron testimonio de su experiencia con el acusado, lo que favoreció el procesamiento. Después de eso, la familia Bozzini abandonó la chacra que trabajaba frente a la casa de la víctima.
Liliana considera que el curso inicial de la investigación no fue el correcto, ya que Sebastián estaba desarmado y en ese marco era imposible plantear una defensa legítima por parte del asesino. Pero está conforme con el cambio que produjo la segunda instancia.
La clave para revertir el proceso la dio otro agricultor, de apellido Texeira, que había presenciado el momento del crimen y declaró que cuando Drincovich se acercó a hablarle a Bozzini, quien estaba en su camioneta junto a su hijo de 13 años, el conductor lo esperó con la puerta abierta y luego le asestó la puñalada mortal sin que hubiera mediado discusión. Texeira había observado la escena desde su vehículo, que no había sido advertido por nadie ese día.
"Después de declarar Texeira vino llorando a hablar conmigo", recuerda Liliana. Estaba desesperado ante las versiones que corrían en el pueblo sobre el asesinato y la angustia no lo dejaba dormir. El testimonio de Texeira comprometió a varias personas que habían atestiguado en la causa a favor de Bozzini. Uno de ellos era el camionero que debía descargar el abono, quien había dicho que no pudo ver ni escuchar lo que pasó en el momento del crimen, aunque no era verdad.

Una comunidad movilizada
El apoyo de los pobladores de Gaiman a Liliana fue fundamental no sólo para que la investigación cambiara de rumbo, sino para la contención de la familia. La continuidad del trabajo estuvo en manos de los dos ayudantes que ya trabajaban en la chacra, Muticia y Sergio Owen, que no abandonaron la casa ante la ausencia de Liliana. "Siguieron con los almácigos, cuidaron a los animales, pagaron los impuestos. No sé que hubiera pasado sin su ayuda", reconoce. La escuela a la que concurre Boris, el hijo mayor de la pareja, de 4 años, aceptó cuidar a Stefanía, de 2, para ayudar a que Liliana pudiera seguir con sus actividades en la chacra, retrasadas desde la muerte de Sebastián por el dolor y el tiempo invertido en los tribunales y la reorganización de las tareas.
"Por algo elegimos vivir acá. Estábamos enfrente de un asesino, pero el resto no es así", reflexiona la mujer. Y encuentra un motivo más para quedarse a vivir en ese mismo sitio. "No podía dejar sin terminar las cosas que había empezado Sebastián. Eran las cosas que él quería hacer. Sentía que dejarlas así era como abandonarlo", recuerda. "No podíamos dejar esto que nos costó tanto. Lejos estábamos peor. Acá está nuestra casa, los chicos tienen sus cosas, sus amigos", sostiene Liliana.
La chacra produce pasturas y flores secas que se venden en forma de arreglos y ramos en todo el valle. También participan de exposiciones regionales. En verano, se exponen en un puesto de playa Unión, un balneario ubicado a unos 50 kilómetros, al que viajan diariamente.



Liliana Teidons junto a su hija Stefanía.
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