Siempre añoró este momento, volver a este lugar que tan bien lo cobijó, que tantos buenos recuerdos le hizo guardar definitivamente en ese arcón infinito de la memoria. Tuvo que esperar 16 años, nada menos, pero sabía que algún día tendría nuevamente la oportunidad. Por eso, cuando habla de Barranquilla se le encienden los ojos y no es difícil adivinar que se siente cómodo, que las palabras le fluyen con el permiso de los sentimientos. Entonces, a Edgardo Bauza sólo hay que escucharlo, esperarlo que encienda un cigarrillo y escucharlo.
Subcampeón y goleador en el 83, en la primera de sus tres temporadas en el Junior y una partida prematura al Independiente del Pato Pastoriza en el 85, acicateado por el sueño, luego efímero, de poder tener una chance en la selección de Bilardo para el Mundial 86. Apenas un resumen de todo lo bueno que le pasó en esta ciudad tan lejana a Rosario.
"Yo estaba bárbaro en Junior y me quedaban dos años de contrato pero el Pato me dijo que a Bilardo le faltaba un central y que si me veía jugar seguido tendría la chance. Y me fui", recuerda con cierta nostalgia.
Barranquilla le recuerda a cada paso aquel pasado de bonanza. Y eso que los colombianos son muy estrictos en eso de reconocer a un extranjero, y mucho más a un argentino. Varios conocidos de aquellos tiempos lo fueron a esperar al aeropuerto, otros lo fueron a buscar al hotel, cuando lo ven le piden autógrafos por la calle y hasta quedó en encontrarse con los actuales directivos del privatizado Junior de la familia Char.
No es casualidad tanto afecto dispensado. Bauza fue elegido entre los once titulares del Tiburón (tal el apodo de Junior) en el mejor equipo de la historia y por tal motivo fue distinguido hace poco con una plaqueta. Por eso, no sería extraño que hoy, cuando pise el estadio Metropolitano, reciba algún reconocimiento oficial.
"Aquel 83 fue mi mejor año futbolístico. Hice 14 goles sin patear ni penales ni tiros libres. Vine a un Junior que hacía rato no conseguía nada y salimos subcampeones del primer torneo y segundos en el octogonal final. En los otros dos años estuve también en muy buen nivel y en total hice 24 goles", rememora el Patón, que por un rato dejó a un lado el análisis harto repetido de lo que espera de su Central en esta noche para navegar en el calmo mar de los buenos momentos vividos, que inevitablemente le trae esta ciudad a la memoria.
-¿Fuiste uno de los pocos argentinos reconocidos por acá?
-Sí, acá nos miraban con lupa y siempre nos criticaban, pero a mí me pasó todo lo contrario. La pasé bárbaro y me trataron muy bien. Por eso siempre supe que volvería.
-¿Te sentís como en tu casa en Barranquilla?
-Yo siempre dije que esta fue mi segunda casa después de Central, porque en Independiente estuve seis meses y en México un año, pero aparte me lo han hecho sentir así. Además, acá siempre me pagaron al día. El entonces presidente, Char Abdala (ahora preside el club tiburón su hijo Antonio) me trató de maravillas. Es más, en el último año que veníamos mal en el octogonal final, me pidió que dirigiera al equipo pero no quise por que estaba Puchero (José Varacka) y no correspondía.
-Entonces, cuando el sorteo determinó que jugaran en Barranquilla es de imaginar que te pusiste muy contento.
-Sí, ni hablar. Le decía a mi viejo que tenía muchas ganas de volver y la verdad es que estoy muy feliz de hacerlo.
-¿Conocías el estadio Metropolitano?
-No, porque lo estaban construyendo cuando yo me vine, pero es fantástico y aunque está construido debajo del nivel de la superficie y dicen que embolsa mucho el calor, en esta época las temperaturas no son tan altas y se pueden soportar. Acá ahora es invierno para esta gente.
-¿No te preocupa entonces el clima?
-No, para nada. En Rosario hay temperaturas más altas que acá. A la noche hace 24 ó 25 grados. Si bien hay humedad, es soportable.
-¿Ya en tu época existían en Barranquilla los graves problemas de violencia política y militar que acosan al resto del país?
-No, y siempre digo lo mismo. En Barranquilla no hay cultivo para la guerrilla. Si bien padece los mismos problemas económicos que el resto del país, su forma de vida hace que la violencia pase por otro lado. El pueblo costeño, como es el de esta ciudad pegada al mar, es diferente al de las grandes ciudades de los cachacos (así se les llama a los de Bogotá o Cali, por ejemplo), acá son más alegres, tienen otro espíritu, están todo el día escuchando y bailando salsa. Es otro mundo al del resto de Colombia.
-Pero pese a todos los buenos momentos y al recuerdo permanente, a la hora de jugar hoy no hay sentimentalismos que valgan.
-Eso es obvio, una cosa no tiene que ver con otra. Dentro de lo posible, nosotros vinimos a ganar.
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