Año CXXXIV
 Nº 49.018
Rosario,
domingo  04 de
febrero de 2001
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La historia de dos familias que levantaron sus campamentos en la ciudad
Gitanos en Rosario: cambian las carpas por casas pero mantienen sus costumbres
Entre la adivinación y la compraventa, la libertad sigue siendo para esta comunidad un valor supremo

Silvina Dezorzi Carina Bazzoni

"Venga querida. Deme la mano que yo le leo la suerte". La invitación se escucha reiteradamente a medida que dos gitanas arrastran sus polleras por el bulevar Oroño. A su paso, las mujeres levantan sospechas y prejuicios: que roban anillos y relojes cuando predicen el futuro, que raptan niños, que echan maldiciones y otras picardías. Y no faltan quienes las evitan cruzando de vereda. "Los criollos nos ven con malos ojos", admiten Joanca y María, dos jóvenes gitanas que una y otra vez desmienten las creencias que se tejen sobre sus pares. Y, además, abren las puertas a La Capital para espiar el colorido y misterioso universo que, pese a los avances modernos, se empecina en mantener el pueblo gitano.
Tras mucho andar, hace ya años que dos enormes familias gitanas decidieron radicarse en Rosario. Primero armaron sus campamentos y, a medida que ganaron un lugar en la ciudad, empezaron a edificar grandes casas para las numerosas generaciones de su descendencia. No se sabe cuántos son, pero no pasan desapercibidos en las zonas donde se asentaron.
La más populosa se extiende sobre Oroño, del 4100 al 6000 y sus laterales. Allí reinan sólo dos familias: los Miguel y los Traico. Un tercer grupo prefirió el barrio de Empalme Graneros, en los alrededores de Juan José Paso y Guatemala.
"Los gitanos no tenemos plata. Si una gitana adivina la suerte nunca saca nada. Sólo aceptamos lo que nos regalan, pero aun así muchos criollos nos tienen miedo: cruzan la vereda o no nos dejan entrar a los negocios", se quejan María y Joanca.

La memoria del campamento
Sofía representa el esteriotipo de gitana presente en las fantasías de cualquier "criollo". Tiene unos inquietantes ojos verdes y está enfundada en un corsé violeta. Mientras charla, barre el piso como si quisiera sacarle brillo. Hace una década los Traico y los Miguel vivían en campamentos. Pero esta tendencia cambió. Si bien quedan algunas carpas en los alrededores de Oroño, la mayoría descartó la liviandad de la lona por la seguridad del cemento.
Muchos expresan dolor por esta pérdida. "En la carpa tenía más libertad, era más lindo, podíamos ir y venir", recuerda otra de las tantas Margarita Miguel.
"¿Quiere que le cuente como nací yo?", pregunta la anciana, madre de 18 hijos. No espera respuesta: "Nací al lado de un sulky. Los pibes nacían así y se criaban sanitos", rememora. Su sentimiento tiene eco. "En carpa es otra cosa: una vida más sana, más libre; acá te sentís preso y hacés mucho gasto", dice Oscar, mientras comparte un almuerzo en la puerta del hogar con su mujer y sus dos chicos. Pero el gitano acepta que "el mundo cambia".

Onda This Week
"Ya cambió todo: somos gitanos onda This Week. Lo único que tenemos es la lengua", reconoce resignada otra Margarita. La joven lava los platos en la vivienda que también hace de garaje para autos, camiones y camionetas. Es que los hombres también se han aggiornado: hace muchos años compraban y vendían caballos; hoy negocian vehículos. Y no parece irles mal.
Pero puertas adentro muchas costumbres se mantienen. En algunos casos las carpas están presentes en el fondo o al lado de las construcciones. Las viviendas no cuentan con divisiones de ambientes. Cocina y el comedor se convierten por la noche en dormitorio. En el suelo, sobre alfombras, se colocan los colchones que durante el día se apilan. Las parejas casadas son las únicas que acceden a los de dos plazas, que rodean con un tul llamado pologo. "Como un mosquitero para ganar privacidad", explican dos gitanas muy jóvenes que, aunque están "en edad", todavía permanecen solteras.
Los televisores suelen ocupar el centro de la habitación y, en algunos casos, están conectados a antenas satelitales. Los teléfonos celulares y los equipos de audio tampoco encontraron resistencia, aunque ya dejaron de reproducir tonadas flamencas o zíngaras. La cumbia tropical supo ganar el corazón de los gitanos rosarinos.

Desde el nacimiento
"Se es gitano desde el nacimiento", aseguran. Generalmente los hogares están repletos de hijos, hermanos, nueras, yernos y cuñados. Pocos inscriben a sus hijos en el Registro Civil, pero el bautismo católico es indispensable. "Si no, tendríamos el diablo adentro", aclara Joanca.
La mayoría de las familias gitanas rosarinas practica la religión católica. Sin embargo, muchos se han acercado últimamente a templos evangélicos. Más allá de los credos, es común ver en los hogares bizarros altares caseros en criptas de vidrio. Allí se suelen reunir distintas figuras de Vírgenes y Cristos, con vasos de agua, cigarros, velas, flores y otras ofrendas.
Pero esa no es la única protección para el hogar. De los altos techos del tinglado donde charlan las dos chicas cuelgan nutridas ristras de ajo y hasta un esqueleto de guasuncho, "para la suerte".

Adivinas y analfabetas
A las mujeres gitanas la vida les depara un destino familiar. A los hombres, la manutención del hogar a través de la compra y venta de vehículos. Por eso, los hijos varones concurren a la escuela hasta 4º o 5º grados y las mujeres simplemente no van o abandonan antes, y casi todas son analfabetas.
Sin embargo, también esto viene cambiando. "Yo no hice la escuela, pero quiero que mis chicos la terminen", asegura Mabel, y pide que le saquen una foto junto a un Mercedes Benz descapotable que espera comprador. Su ilusión por la educación de sus hijos coincide con la que expresa la mayoría.
Si trabajar convencionalmente para afuera no es una meta que codicien las gitanas, saben contribuir al presupuesto familiar gracias a la adivinación, que dicen heredar y que practican donde sea. Sus artes son la lectura de manos y la adivinación por los ojos. También aprenden, por si acaso, a conjurar brujería.
Pero no siempre lo logran. Andria, otra de las ancianas Miguel, está sentada en la puerta de su casa. Dice que está "muy angustiada" y pregunta dónde hay una iglesia evangélica que la cure. "Yo me muero y no puedo sacarme esta angustia, mirá", dice, y comienza a eructar y resoplar.
"¿Esa es la angustia?", le pregunta azorada La Capital. No duda: "Sí. ¿Cómo me la puedo sacar?". "¿Por qué no va a ver a una gitana que la cure?", sugiere la cronista. "Hija, es que los gitanos sólo son buenos para sacar la guita", admite entre suspiros.



El pañuelo en la cabeza es un signo de matrimonio.
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