Año CXXXIV
 Nº 49.018
Rosario,
domingo  04 de
febrero de 2001
Min 20º
Máx 31º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Anticipo
Diálogos sobre la creación y el poder
Editorial Norma publica "Segovia o de la poesía", un singular texto de Jorge Accame, escritor radicado en Jujuy. Aquí se adelanta un fragmento

Jorge Accame

-¿Qué vas a tomar?
-Cortado.
-Mozo. Un café y un cortado.
-¿Cuándo pasó?
-Como dos semanas después de que Marcelo Atanassi se escapó de la ciudad. Una noche. Era tarde. Yo sospechaba que podía tener quilombos por mi amistad con él, así que no me tomó desprevenido. Tocaron a la puerta. Abrí y me encontré con cuatro tipos. Uno de ellos se presentó como Fernando Segovia y me preguntó si podían pasar. Yo dije que estaba por acostarme, pero entraron casi llevándome por delante.
-Seguramente sabe por qué estoy aquí. Pero, por las dudas, y para evitar que usted me diga que no, que no sabe, y yo le diga que no se haga el boludo y usted insista en que ignora de qué se trata todo esto, y para evitar que yo me enoje pensando que me está tomando el pelo y les ordene a los muchachos que le revienten la cabeza contra la pared, voy a acortar camino y se lo voy a decir yo: necesito que me dé toda la información que tenga sobre Marcelo Atanassi.
-¿Marcelo Atanassi?
-Marcelo Atanassi y una princesa que se llama Marina. Entre los dos me golpearon, me ataron y me abandonaron para que muriera. Además de robarme el dinero que tenía en mi caja fuerte.
-Yo sabía, claro, que Marina era la amante de Segovia y que Marcelo se había enamorado de ella, también supe que ambos, Marcelo y Marina, se querían ir de la ciudad. Pero en ese momento todavía ignoraba lo del robo.
-Se podrá imaginar que estoy de muy mal humor. Si usted es una persona sensata me va a decir adónde fueron Atanassi y Marina.
-¿Le robaron? ¿Ellos le robaron?
-Segovia cerró los ojos, los apretó fuerte por unos segundos y me dio la espalda.
-Gesto inapropiado para un matón.
-Sí, pero cuando se dio vuelta había sacado un revólver y me apuntaba.
-¿Qué tipo de revólver era?
-No entiendo de armas.
-Hombre de letras.
-¿Qué significa "hombre de letras"?
-Nada.
-El dinero me lo paso por el culo. Me importa ella. Marina.
-Segovia estaba enamorado.
-Nunca habría sospechado que ese hombre podía enamorarse.
-Yo tampoco. Y en ese momento me apuntaba con una pistola. De repente, tomó asiento, se tiró hacia atrás en el sillón y suspiró.
-Disculpe. Estoy un poco borracho.
-Y les hizo una seña a los tres que lo acompañaban para que salieran de mi casa. Les dijo que estuvieran atentos al teléfono y que si había alguna novedad sobre el "asunto", lo llamaran en seguida.
-¿Qué asunto?
-Se quedó solo conmigo, en silencio. Como a los cinco minutos dijo casi susurrando:
-Usted es amigo de Atanassi ¿no?
-Es mi amigo.
-Si lo encuentro, lo mato. Pero no me importa él. Aunque me rompió una silla en la cabeza, puedo olvidarme de eso. También puedo olvidarme de la guita. Es mucha guita, pero tengo suficiente. El problema es ella. La necesito. ¿Sabe dónde está?
-Creo que salió de la ciudad.
-Segovia se enoja, conservó la calma, pero noté que estaba furioso. Me apuntó a la cabeza.
-No se haga el gracioso. Yo le abro mi corazón contándole que me muero por esta mujer y usted me verduguea. Ya sé, Cízico, que Marina no está en la ciudad. Seguramente tampoco está en el país. ¿Sabe por qué le confesé que no puedo vivir sin Marina? Porque me dijeron que usted es poeta. Pensé que podía entenderme mejor que cualquier otro. Así que no me joda. ¿Se fueron juntos?
-No lo sé. Atanassi vino hace unos días y me pidió un auto.
-¿Cuándo fue?
-El martes.
-El día que me encerraron en el cuarto de planchar y me chorearon la guita.
-¿Vos sabías que lo habían encerrado en el cuarto de planchar?
-Me enteré ahí, y después me lo confirmó Marcelo por carta. De pronto Fernando se levantó y empezó...
-¿Fernando?
-Segovia. Empezó a caminar por la habitación; como antes, sin perder la serenidad, pero estaba tenso. Algo le había llamado la atención: un sillón hamaca muy viejo que había dejado Marina en mi casa antes de irse de la ciudad.
-Era de mi bisabuelo.
-Me parece conocido.
-Es un tipo de mueble muy común.
-Se acercó al sillón y empezó a acariciarlo con mucha suavidad. Así estuvo un rato, cuando volvió a mirarme tenía los ojos, brillantes. En seguida detectó dos macetas que estaban contra la ventana. Eran unas azaleas que también pertenecían a Marina.
-¿Las riega bastante? Marina siempre decía que las azaleas necesitan mucha agua. Y luz.
-Están saludables. No se preocupe.
-No me diga que no me preocupe. Yo veo la tierra medio seca. ¿No podría regarlas?
-¿Ahora? Como quiera.
-Fui a la cocina y llené una cacerola en la pileta. Luego volví al living y tiré el agua adentro de una de las macetas.
-No sea infeliz. Así, no. Yo también era medio bestia para regar. Pero ella me enseñó. Tiene que dejar caer muy lentamente un hilo de agua sobre la tierra, hasta que se humedezca, como si cebara mate. ¿Entiende? Permítame.



"Podemos hablar sobre la poesía, pero no definirla".
Ampliar Foto
Notas relacionadas
"La literatura es una perversión de la palabra"
Diario La Capital todos los derechos reservados