La familia de Ana Galmarini es oriunda del sur de Santa Fe, y siempre tuvieron campos en Berabevú. Su historia la marca como nieta, hija, hermana y esposa de familias de productores agropecuarios. Cuenta que el abuelo arrendó campos en Bombal y Berabevú cuando llegó de Italia, hace más de cien años. "Eran tiempos donde no existía la soja y se tenían chacras mixtas donde se hacía maíz, trigo y se criaban cerdos". "Mi papá decía que tener cerdos significaba contar con un cheque al portador en la casa, porque si necesitabas plata, vendías y cobrabas al momento". El padre criaba cerdos desde los 9 años y tuvo la desgracia de morir a los 42, aplastado por un camión, cuando se encontraba desenganchando el acoplado en el patio de su casa. "A pesar del sacrificio, me satisface saber que mis padres pudieron a través del trabajo constante tener una porción de tierra. Un esfuerzo que desde joven le impidió acceder a los estudios y lo enfrentó junto a sus tres hermanos a luchar para alcanzar las 150 hectáreas de campo", explica. Con el tiempo esas hectáreas fueron divididas y vendidas. Actualmente las tierras de Berabevú representan 80 hectáreas que administra cada uno de los herederos, entre los que se encuentra Ana y su mamá. "Hoy no podemos vivir de ellas, ni hablar si pensamos en una familia", asegura agregando que "hoy sólo hacen trigo, maíz, soja y tienen algunos chanchos sólo para supervivencia". "Veinte años atrás era posible, con poco, administrar campos chicos en la Pampa Húmeda, renovando maquinarias y el capital de trabajo, se podía vivir dignamente, sin deudas ni problemas de rentabilidad", comenta. Aparte del campo como bien de familia, la mujer en lucha está casada con un medico veterinario que tiene 160 hectáreas en la zona de Camilo Aldao. Ahí hacen maíz, soja y tiene un criadero de cerdos compuestos por un plantel de 30 madres. "Cuando mis tres hijos eran chicos me acuerdo que íbamos a sacar yuyos a la soja porque no había tantos agroquímicos y eran muy caros. Yo siempre me encargué de administrar la crisis, el descubierto del banco, pagar en la cooperativa y hacer rendir lo que nos daba cada cosecha. En el año 90 llegamos a tener 150 madres en 20 hectáreas pero hemos sufridos algunos endeudamientos que hicieron decaer lo que producimos. Estamos peleando por pagar la cédula hipotecaria y creo que vamos a lograrlo, pero no por el campo sino porque la profesión de mi esposo abrió caminos paralelos que nos permiten vivir de la profesión y no del campo", indicó. "Nosotros siempre trabajamos el campo utilizando la modalidad de crédito, ya sea para sembrar, cosechar, incorporar tecnología. Bajo ese sistema se podía ser rentable, hasta que vino el plan de convertibilidad y nos fuimos endeudando en un país donde no había más inflación pero los intereses rondaban el 17 ó 20 % anual". Galmarini considera que el volver empezar está muy lejos. "No podríamos porque cuando terminemos con la última cuota de la cédula, no vamos a contar con más capital de trabajo, ni plata. Entonces, la opción pasa por el plan canje que significa comprar una bolsa de semillas y devolver dos y comprar gasoil caro porque tendría que pagarlo a la cosecha. Es imposible, a veces pienso que el gran negocio es para los que tienen grandes extensiones de tierra", se lamenta con preocupación.
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