Año CXXXIV
 Nº 49.017
Rosario,
sábado  03 de
febrero de 2001
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Caras del campo
La hora de las mujeres en el campo
Ema Martín y Ana Galmarini, referentes del Movimiento de Mujeres en Lucha, proyectan desde sus campos estrategias de supervivencia para la familia chacarera

Leonardo Stringaro

Se conocieron hace cinco años cuando la angustia por la crisis de sus establecimientos las obligó a salir a las rutas y defender a sus familias. Fueron partícipes de la formación de un movimiento que logró frenar los remates de campos y promover la refinanciación de las deudas de los pequeños y medianos productores agropecuarios. Sueñan con un futuro más profesional para sus hijos, pero arraigado al compromiso de respetar y preservar el valor de sus tierras. Así resumen Ana Galmarini y Ema Martín, referentes santafesinas del Movimiento de Mujeres en Lucha, su vida de lucha comprometida por los sentimientos hacia lo que producen.
"El abuelo de mi marido fue uno de los tantos productores agropecuarios del año 1900", comenta Ema Martín. Relata que después pasó a ser productor papero hasta incursionar en el segmento de la horticultura. Se trata de una familia que caminó casi todo el país, desde 1898, hasta radicarse en el cordón verde de quintas de Rosario. "La familia vivía muy humildemente, hasta que mi esposo fue adolescente, y pasó de ser un pequeño productor que trabajada para sustentarse, a un empresario que formó capitales y compró sus propios campos en el año 1958", señaló.
La década del 80 fue una de las más críticas para su actividad y desde entonces la rentabilidad pasó a transformarse en un inconveniente.
Ema Martín nació y vivió toda la vida en el campo "siendo testigo de cómo los que están arriba se quedan con lo que tanto esfuerzo le insume a quienes producen desde más abajo".
Su espíritu rebelde la impulsó a seguir de cerca lo que se venía gestando en La Pampa con Lucy de Cornelli a la cabeza. "Recuerdo que espontáneamente nos autoconvocamos mujeres de distintas regiones del país", comenta y recuerda: "Yo sentí algo especial porque mi mamá era de La Pampa y desde ese mismo lugar estaba naciendo el movimiento, hacía falta alguien que de un puntapié inicial en defensa de nuestros derechos", afirma.

Rebelde por naturaleza
"Hace 25 años con mi marido preparábamos 2.000 docenas de alcauciles por fin de semana, hoy si llegamos a 500 docenas no sabemos como venderlas", asegura Ema, quien explica que "eso nos obligó a reestructurar nuestra explotación, reducirla y apuntar al consumo interno".
"Vendemos 70 bultos por día, entre verduras de hoja como repollos, lechuga, acelga y también pimientos, tomates peritas y otros productos que rotamos en el año. Nuestra distribución se centra en comercios minoristas, verdulerías y pequeños supermercados. Lo que sobra se tira porque no te lo aceptan aunque quieras regalarlo", aclara y señala que "cuando la producción es grande recurrimos a los mercados de concentración de Rosario".
"Fuimos buenos productores de alcauciles, aunque ahora cada vez se consumen menos, no porque sean caros sino por la falta de plata para comprarlos".
Como su marido, Ema Martín nació en el seno de una familia de campo. El padre era tambero y hacía un poco de agricultura en un campo que explotaban por la zona de Roldán.
Se llamaba Armando Ricardo Martín y había quedado huérfano cuando tenía 8 años, allá por 1924. Su madre apuntaló el desarrollo de la familia, hasta que siendo mayor de edad, consiguió trabajo de boyero en un tambo en Funes de una familia de Vascos.
Con el tiempo, y gracias a la ayuda de sus patrones fue recompensado con la posibilidad de alquilar 10 cuadras de campos.
"Ahí crío sus vacas y logró armar su propio reparto de leche que administró desde el año 1939 hasta el 55". Fue en ese año cuando se asocia con un integrante de la familia vasca y compran un campo en Roldán, hasta que su socio decide volverse a España, vendiéndole definitivamente su parte del campo.
Hija menor de una familia de seis hermanos, se casó en 1974 con César Curzio y pasó de las actividades tamberas, netamente a la horticultura.
El establecimiento donde vive tiene 20 hectáreas y dentro de los proyectos existe la posibilidad de instalar junto a dos productores una planta de empaque para incorporar valor agregado a lo que producen. Esta permitiría poder entregar diariamente la mercadería con una cadena de frío
En la década del 90, el Inta, junto a otras instituciones, montó en una hectárea del campo un módulo experimental y demostrativo que trabaja en el desarrollo tecnológico de los cultivos hortícolas.
En el predio se trabaja con riego por goteo, por microaspersores, se realiza plantación sin suelo, en invernaderos bajo la metodología de cultivos forzados.
En 1995, Ema Martín sintió una necesidad de momento que la llevó a dejar de lado el delantal que se ponía para hacer dulces y comidas caseras, desatender la familia y comenzar a transitar el camino que la obligó a defender su campo y el trabajo de su esposo.



Ana Galmarini y Ema Martín, una lucha que no cesa.
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