Año CXXXIV
 Nº 49.004
Rosario,
domingo  21 de
enero de 2001
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Memorias de la cultura de una ciudad
Fernando Chao: Sesenta años dedicados al periodismo y el arte
Llegó de Europa y encontró su lugar en Rosario. A través de la crítica de cine y la literatura desplegó una escritura caracterizada por el rigor y la pasión

Delia Crochet

Fernando Chao vive en un departamento de líneas señoriales, en una calle que pronto se tuerce en una curva de suave pendiente hacia el río, allí donde el centro abandona su clara simetría. Es él mismo quien abre la puerta, vestido con una fresca camisa de verano.
Don Fernando tiene una mirada clara y frontal, e invita a pasar con maneras afables y cordiales. La luz de enero entra a raudales por las altas ventanas en la interioridad de la sala, en sus ocres y amarillos, en la policromía de los cuadros, las flores y las fotografías. Después de vencer su tradicional renuencia a referirse a la actividad periodística e intelectual que lo ha prestigiado, se dispone a la conversación.
-Llevo en la Argentina sesenta años -dice-. La gente que me conoce lo sabe.
-¿Vino directamente de España?
-Vine de Francia, donde nos habíamos refugiado, como exiliado. Salimos de España al terminar la guerra en Cataluña, que era donde estábamos. Y de ahí llegamos acá. Fue en el momento en que Francia había firmado ya el armisticio. Nosotros salimos en el último barco que salió de Burdeos, digo, perdón, perdón, el último barco que salió de Marsella porque el último salió de Burdeos y tardó en llegar a Buenos Aires 400 y no sé cuántos días, que es donde venía el Presidente de la República Española. Así que en el penúltimo barco que salió de Francia vinimos nosotros y el barco ya se quedó acá, no volvió a Europa. Vine a Rosario y me encantó. Estuvimos tres días en Buenos Aires, quisieron mis primos, que generosamente nos habían traído, que viéramos Buenos Aires. Y vinimos a Rosario.
-¿Cómo le impactó su nuevo lugar de residencia?
-Era encantador, porque hallé una mentalidad como de pueblo, muy cordial. Para vivir, para mí, no hay más de dos ciudades donde quisiera vivir. Madrid, que es donde me formé y viví, o Rosario. Lo demás es para estar tres o cuatro meses. Rosario me cautivó. El exiliado, como cualquier persona que va a vivir fuera de su casa, de su ambiente, lo primero que siente es miedo, porque cuando está en su pueblo siempre tiene a alguien a quien recurrir pero cuando se viene a otra ciudad da la sensación de "ah, qué me puede pasar". Mire, yo a los diez días ya tenía amigos. Naturalmente me relacioné con españoles, pero la mayor parte de los amigos que he tenido, y tengo muchos, en una proporción extraordinaria, son argentinos.
-¿Cómo se inició en el periodismo?
-A los pocos meses de llegar empecé a colaborar con artículos en La Capital. Eran muy generosos conmigo. Me pedían muchos artículos. Tanto que me resultaba un poco peligroso la repetición del apellido (Se ríe ). Entonces publiqué artículos con un nombre y dos seudónimos. Fernando Chao me parece que era para las cosas de la pedagogía. Un seudónimo era Fernando Rodrigo -podía ser para temas de la guerra- y el otro Rodrigo de la Cruz, para temas generales. Por ejemplo me acuerdo de un título, "La tristeza de los grandes ríos", donde comparaba los ríos americanos con los europeos. Los ríos americanos son muy difíciles de amar. Se los puede gozar, pero están lejos y son más grandes que nosotros. El Sena no tiene comparación con el Paraná. Los ríos de España son ríos de uno porque uno casi vive en ellos. Finalmente ingresé como crítico de cine en La Capital en 1946.
-Homero Alsina Thevenet afirmó cierta vez que las ambiciones ensayísticas en un crítico de cine lo colocan peligrosamente por encima de los lectores. ¿Coincide con esa afirmación?
-Sí. Sobre todos los críticos de aquella época. No sé. Ahora estoy un poco apartado. Yo creo que hoy, lo que la gente sigue es lo que escucha, no lo que lee. Pero en aquella época había grandes críticos, como el caso de Alsina, amigo mío. El crítico de aquella época en muchos casos creyó, lo digo sin ánimo de ataque, de muy buena fe, porque había críticos muy capaces, que pensaban que las películas se habían hecho no para el lucimiento del director, de los actores o de los fotógrafos, sino para el lucimiento del crítico. Por ejemplo la crítica de la revista Cahiers du cinema, eran ensayos.
-¿Usted bajo qué presupuestos escribía?
-Yo trataba de no incurrir en eso y evitaba el mal corriente de contar el argumento. Creo que lo conseguí. De la crítica de cine, de teatro, el lector puede obtener mejor provecho viéndolas después del espectáculo. Es tan relativo el gusto del crítico. Lo que vale es la compenetración del crítico y el lector. El lector sabe cómo piensa el crítico.
-Se entabla una relación de confianza.
-Sí. Tanto si está de acuerdo como si está en desacuerdo. Yo ya no voy al cine. Veo viejas películas en video. Y algunas nuevas que puedan ser importantes. La inmensa mayoría son verdaderamente torpes. Las películas hechas con efectos especiales: la sal y la pimienta de una comida se pone un poquito. El exceso ha deformado el gusto del público. Excepcionalmente tuve que ir al cine a ver una película, una pseudo historia como son las barbaridades del cine cuando se mete con cosas históricas. Vi una con peleas que ya asombraron en "Ben Hur", la versión muda. El cine de hoy ya es viejo, parece mentira, tiene 100 años y se ha hecho niño. La culpa es de los productores que piensan que el público es completamente idiota, completamente tonto y entonces le dan cualquier cosa. El cine ha vuelto a ser, cuando estamos ya en el XXI, lo que era a finales del XIX y comienzos del XX.
-Hay otros circuitos, como por ejemplo el Cine Club. Usted ha colaborado desde la Asociación de Cronistas y desde la revista La Espiga con su desenvolvimiento.
-Nosotros en la Asociación, que la fundamos en el 47 o 48, pensamos en hacer una especie de cine club con material que tenía un crítico muy famoso en su época, un español, en Buenos Aires. Tenía una cinemateca muy interesante. El estaba conforme. Pero nosotros no queríamos hacer nada comercial y no fue posible. Y entonces vinieron los muchachos, principalmente los Barnes, entusiastas. Nos reuníamos en un bar, me parece que se llamaba Kamachi, en Córdoba y Mitre, enfrente a lo que era La Perfección. Y así empezó el Cine Club. Lo que han hecho los chicos, desde los Barnes hasta los actuales, es verdaderamente ejemplar. Es la única institución que he conocido que no ha tenido derivaciones ni desviaciones. No ha habido cineclub modernista, o cineclub revolución...no, no, no, (se enciende), esas cosas no, no, no.
-¿Qué se pierde un no cineclubista?
-Se pierde de conocer el cine. Casi diría en el sentido bíblico, de cosa amorosa, una cosa casi sexual, de estar bien unido al cine. Porque los cineclubes han sido fruto del amor al cine. ¿Qué se pierde de no estar enamorado? (sonríe).
-¿Qué momentos y figuras destacaría en la historia cultural de Rosario?
-Si tuviera que citar, muchas, hasta que empezó la decadencia de Rosario.
-¿Cuándo sitúa esa decadencia?
-No sé, no sé (piensa). No sé si decadencia porque por fortuna muchos de los viejos que empezaron muy jóvenes todavía siguen, como Cristián Hernández Larguía. Por ejemplo, los pintores, lamentablemente. El que era magnífico era el grupo Litoral. Yo los conocía a todos. Al que más he frecuentado es a Uriarte, mucho. A Grela. Mucho, mucho. García Carrera, mucho también. Warecki, que empezó con el grupo, era un extraordinario dibujante, con la tragedia de todos los artistas rosarinos, que son unos tipos que tienen mucho talento y que además tienen que trabajar de cualquier cosa para que ese talento pueda seguir comiendo. Warecki también trabajó en La Capital. Los pintores, los músicos, todos se tenían que ganar la vida. Pedro Farrugia, un violoncelista extraordinario, pudo haber sido de categoría mundial, pero, tocaba en LT1. En LT1 yo trabajé también. Era una emisora muy interesante, que tenía una orquesta sinfónica. 25 profesores, nada más, pero una orquesta sinfónica. Y Pedro tocaba allí. Cuando lo conocí era maestro en la escuela de la cárcel. Se hizo escribano. En cuanto se puso a ganarse la vida, 10, 12 horas por día, el pobre Pedrito Farrugia ¿qué?, no podía ¡No podía! Naturalmente que ensayaba, pero sacándole horas al sueño. Y eso pasaba con los pintores: Grela era peluquero. Una cosa que nos sorprendió mucho, y también a mi mujer, era la hegemonía cultural de la mujer en el año 40. Las conferencistas eran casi todas mujeres. Y había que ver lo que eran las maestras. Y las inspectoras... Yo recuerdo a Emilia Bertolé. Y a Irma Peirano, que era jovencita. Nosotros seguíamos llamándolas poetisas, que a ustedes no les gusta.
_¿Cómo ha observado el transcurso del siglo XX?
_Ha sido para mí lamentable y triste pues lo fundamental para mí, es que ha dominado el miedo. Todos los siglos hemos tenido una figura para dirigir el pensamiento. En éste no hay. Porque nadie se ha atrevido a pensar directamente las cosas. Porque no se peca con la técnica. Puede pecarse por opinar, pensar, teorizar sobre la ética. De todos modos ha habido progreso en lo material, no en lo espiritual. En siglos anteriores se luchó por descubrir la verdad. En éste, piénselo usted bien, se luchó por encubrir la mentira.
_En un ensayo, George Steiner sugiere que no hay una explicación adecuada para la cuestión de la fragilidad de la cultura, que no ha podido evitar guerras, autoritarismos, explotación. ¿Está de acuerdo?
_Claro. Bueno, siempre han pasado estas cosas. Las culturas son unos componentes de la historia. La historia es la vida de la humanidad y va cambiando. Para nosotros teóricamente la humanidad sería inmortal. Todo responde a la hegemonía de determinadas naciones, y todas se han ido cayendo. Si se cumple un ciclo ¿quién viene? En Occidente ¿quién viene? Hay que pensar en los bárbaros pero en el sentido más puro del léxico, bárbaros como extranjeros. Tendría que venir de Oriente. Cuánto les costaría a los romanos acostumbrarse a la vida de los visigodos, de los vándalos, de los alanos. ¿Cuánto? Y se acostumbraron, y se creó una cultura. Hablamos de la Edad Media como de la edad de la oscuridad. Mentira. Estamos viviendo de ella todavía. La Edad Media le dio a Occidente el conocimiento. Los monjes copiando. Se lo dieron los judíos, se lo dieron los árabes. Los copistas. La humanidad, la vida está tan torpe, tan vacía. Colectivamente es aburrida. Para mí, personalmente, no. El ocio lo hace uno. A mí me da pena no tener más tiempo para más, para hacer más cosas, para leer más, yo sigo durmiendo poco. Uno piensa que va a dormir bastante.
_¿Qué sentimiento le despiertan tradicionales salas de cine convertidas en templos, en locales de Todo por dos pesos, etc?
_Ahí me da tristeza. Se ha publicado un libro sobre los cines de Rosario, de un muchacho muy amigo, (Sidney) Paralieu, que refleja un trabajo de cuatro años y medio (Se refiere a "Los cines de Rosario. Ayer y hoy", editado por Ross). Yo iba a los del centro, pero conocí algunos muy pintorescos. El cine San Martín, El Sol de Mayo, El Esmeralda. La época del 50 hasta el 80 es muy interesante y el conocimiento y el saboreo del cine que había en Rosario era extraordinario. De Sica, Antonioni, Bergman, Fellini. He intervenido en debates, he sido jurado. El público se interesaba.
_¿A qué atribuye la anomia actual?
_La culpa no es del público. Siempre recuerdo una cuarteta de Lope de Vega: "Mire quien para el público trabaja/ que al culparle de necio culpa en vano/ porque si le dan paja come paja/ pero si le dan grano come grano".



"En el siglo XX se luchó por encubrir la mentira".
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