Año CXXXIV
 Nº 49.004
Rosario,
domingo  21 de
enero de 2001
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Herramientas para el análisis histórico y social

Carlos Aguirre

No existe ya tema alguno que resulte ajeno a la investigación histórica. Los espacios cerrados, los personajes marginales, las situaciones desesperadas, y los sucesos (aparentemente) inocuos de la vida cotidiana, fueron re-descubiertos por los historiadores y traídos al centro mismo del escenario al lado de aquellos considerados hasta hacía poco más "respetables". Una cárcel, un suicida, un asesino pasional, un ladronzuelo, o una prostituta, resultaban ahora personajes históricos que reclamaban la atención que antaño se ofrecía sólo a los líderes políticos, los personajes de la elite, y los grandes artistas o escritores. El estado y la política oficial perdieron la preeminencia que tenían en las narrativas históricas, y las visiones críticas fundadas en un marxismo mecanicista fueron rápidamente remplazadas. La historia -como imagen de nuestro pasado y como disciplina analítica- se enriqueció exponencialmente. Hoy, como podemos constatar al revisar cualquier catálogo bibliográfico, la historia de los grupos oprimidos, marginales, y "desviantes" no ocupa más un lugar subordinado al interior de la práctica historiográfica.
En América Latina, además, el estudio de estos temas se vio estimulado por la crisis gravísima de los aparatos de justicia, el aumento (real o imaginado) de la criminalidad, y los frecuentes y siempre sangrientos motines carcelarios. Los historiadores -igual que sus colegas de otras disciplinas- no podían permanecer indiferentes ante la urgencia de tratar estos temas que demostraban tener un impacto significativo en la escena contemporánea. Intentar un acercamiento histórico a una serie de problemas del presente estimuló a los historiadores a volver sus ojos hacia estos espacios otrora despreciados. Al hacerlo, redescubrieron la riqueza y abundancia de las fuentes documentales contenidas en los archivos judiciales, las cuales constituyen fuentes inagotables de información precisamente sobre aquellos actores sociales que no aparecían representados ni en las narrativas oficiales del estado y los historiadores tradicionales ni en las alternativas radicales de izquierda. Los juicios criminales, en particular, ofrecen la posibilidad -no exenta de problemas y desafíos, ciertamente- de acercarnos al mundo cotidiano de seres humanos de carne y hueso, enfrentados a situaciones que seguramente son comunes, pero de ningún modo triviales. Quizás, a la manera de Ginzburg, sea aquí -en estos espacios marginales- donde podemos encontrar claves más certeras para entender nuestras sociedades. O quizás, como nos recordara Nelson Mandela -retornando una vieja idea de Tocqueville- sea necesario averiguar cómo trata una sociedad a quienes transgreden sus normas para entender mejor la lógica que gobierna su pretendida "modernidad".
Pero más allá de modas historiográficas y resonancias de crisis presentes, debemos preguntarnos de qué manera la historia del delito, la justicia, y las prisiones se puede convertir en una herramienta válida de análisis histórico y social. ¿Por qué debe interesarnos? ¿Qué podemos aprender de su estudio? Aunque las limitaciones de espacio no me permiten ensayar una respuesta más acabada, permítaseme esbozar algunas ideas. Las sociedades modernas están sustentadas, fundamentalmente, en un aparato de coerción formado por un conjunto de leyes, instituciones, y procedimientos: códigos, tribunales, fuerzas del orden, prisiones. Los ciudadanos estamos obligados a obedecer sus mandatos. La ruptura o violación de estas normas conlleva el estigma asociado con la ilegalidad: ponerse fuera de la ley implica violar un supuesto pacto social al que todos estamos obligados. La ley está hecha para otorgar cohesión al cuerpo social y asegurar su funcionamiento. Pero al mismo tiempo la ley ofrece un espacio en el cual se procesan las diferencias y los conflictos; es decir, administra las tensiones. Al hacerlo, ejerce una función pedagógica: nos "educa" no sólo en el cumplimiento de la ley, sino, sobre todo, en la idea de que "la ley manda". Si optarnos por desobedecerla nos colocamos fuera del contrato social al que estamos obligados. ¿Quién de nosotros no modula sus pasiones o sus actos en función de la legalidad de ellos o la amenaza de sanciones? Aquí radica la verdadera dimensión hegemónica de la ley, lo cual la convierte en un elemento central del aparato de dominación de las sociedades modernas.
(del prólogo a "Historias de sangre, locura y amor")


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