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Rosario,
sábado  20 de
enero de 2001
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Editorial
Desocupación y homicidios

Si bien la conexión entre delito y marginación social no es ignorada por nadie medianamente informado, aquí y en cualquier otro país, no puede evitarse el sobrecogimiento que produce el reconocimiento oficial de la relación que existe entre desocupación y homicidios. Ello teniendo como principal campo de observación a la Capital Federal.
El dato fue aportado por el secretario de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios de la Nación, quien con datos estadísticos reveló que cuando aumenta la tasa de desocupación sube también el índice de homicidios. "Las curvas de crecimiento de la tasa de desocupación -expresó Mariano Ciafardini- y la de homicidios describen figuras casi paralelas en la ciudad de Buenos Aires". Y ello cuando el 60 por ciento de los delitos contra la propiedad (robos y hurtos) cometidos en la Argentina no se denuncian. No obstante, en base a los que sí se denuncian se determinó que hubo un aumento del 50 por ciento en esos ilícitos entre 1994 y 1996 en todo el país. De ese último año hasta principios de 2000, los otros delitos contra la propiedad se mantuvieron en el mismo nivel, con excepción de los robos con violencia, que siguieron creciendo.
Pero el dato que más preocupa de todos los aportados por el funcionario es el que señala que a principios de 1990 había entre tres y cuatro homicidios por cada 100 mil habitantes. Hoy el índice se eleva a siete u ocho personas asesinadas cada 100 mil habitantes, con picos en algunas zonas de hasta 14 víctimas por igual cantidad de población.
Tamaño crecimiento, vinculado sin dudas a la falta de trabajo, está demostrando con claridad que urge actuar con mayor eficacia sobre el problema de la pobreza, la marginación y la crisis del mercado laboral, que golpea de manera brutal no sólo a los pobres sino al otrora amplio y dinámico sector de la clase media. Empero, dar tal alerta -algo que por otra parte es preocupación constante del gobierno y de muchas instituciones intermedias desde hace varios años- no significa jamás menoscabar la pertinencia de la represión del delito, como algunos pregonan desde ciertas posiciones ideológicas.
En otras palabras: nadie niega el peso del componente social en el crimen, pero sería de una ingenuidad rayana en el suicidio colectivo pretender que, hasta tanto no se modifique esa realidad, debe contenerse la represión del delito, morigerándola aún a costa de mayores riesgos. Tanto como el desarrollo económico y social, la persecución y castigo a los delincuentes debe ser inmediata, eficiente, firme y sostenida, siempre dentro del más absoluto respeto de la ley.


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