Año CXXXIV
 Nº 48.986
Rosario,
miércoles  03 de
enero de 2001
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Juzgan que la víctima se ahorcó con su cinturón. Fue en Armstrong, en 1996
Ahora afirman que un policía no torturó hasta matar a un detenido
Un juez había condenado al suboficial a perpetua, pero la Cámara Penal modificó el fallo y le dio 4 años y medio

Jorge Salum

Raúl Valentín Flecha murió por ahorcamiento. El deceso se produjo el 6 de septiembre de 1996 en el calabozo de la comisaría de Armstrong, donde estaba detenido. Para los tres forenses que revisaron el cadáver, la causa de muerte es un hecho probado. En cambio, ninguno de ellos suscribió la hipótesis de que Flecha fue asesinado por el oficial subayudante de policía Juan Carlos Vallejos. No hay pruebas suficientes, dijeron. Aunque tampoco está categóricamente probado, la conclusión de los peritos fue unánime: el detenido se suicidó, colgándose con su propio cinturón desde el cielorraso de su celda.
Vallejos, un policía rosarino de 32 años que trabajaba en Armstrong, ya había sido condenado en mayo de 2000 por el homicidio de Flecha. Después de un largo juicio, el juez Luis Giraudo lo consideró autor de torturas seguidas de muerte y lo sentenció a prisión perpetua. Pero la defensa apeló y consiguió que la Cámara Penal revisara el fallo.
Ahora, basándose en los dictámenes de los forenses, tres magistrados llegaron a una conclusión distinta a la de Giraudo: para ellos está probado que no hubo torturas, y además existen dudas razonables sobre la hipótesis de un homicidio simple.
Por esa razón, los camaristas modificaron la calificación legal de los delitos atribuídos al policía y también cambiaron la pena: de prisión perpetua la bajaron a cuatro años y seis meses de prisión. Como ya la cumplió, Vallejos quedará libre en los próximos días.

Los hechos
Flecha vivía en Rosario y se ganaba la vida como vendedor ambulante. El 6 de septiembre de 1996 fue a Armstrong a trabajar junto a dos compañeros, con los que al parecer bebió abundante ginebra desde muy temprano. Como se sintió mal, a media mañana fue hasta un hospital y, al verlo muy borracho, los médicos que lo atendieron llamaron a la seccional local.
Un rato después, Vallejos y el cabo Héctor Oscar Díaz se lo llevaron detenido y lo encerraron en el penal de la comisaría.
Nunca más se lo vio con vida. Ese día no volvió a Rosario, como había planeado, y al día siguiente sus familiares denunciaron la desaparición. Su cadáver fue hallado dos días después cerca de la localidad de Arteaga, en el fondo de un canal que desagota al río Carcarañá. Tenía dos bloques de ladrillo atados a los pies y la cintura, pero las aguas no alcanzaban a ocultarlo del todo.
Frente a semejante hallazgo, los policías que estaban de guardia ese día -Vallejos, Díaz y el agente Antonio Francisco Elías- intentaron despegarse del muerto. Lo primero que hicieron fue afirmar que Flecha no había estado detenido. También fraguaron el registro de vendedores ambulantes de la seccional y escribieron Manuel Rocha donde antes decía Manuel Flecha. Así quisieron borrar los rastros del paso del vendedor por la comisaría.
Pero el hallazgo del cadáver los obligó a cambiar la historia. Fue entonces cuando dijeron que Flecha se quitó la vida dentro del calabozo, ahorcándose con su propio cinto.
Sin embargo, todo lo que hicieron después pareció desmentirlos. Junto a un cuarto policía, que al parecer actuó bajo presión, metieron el cadáver de Flecha en el baúl de un Ford Taunus que pertenecía a Díaz. Con un alambre amarraron el cuerpo a unos ladrillos, que sacaron de una pequeña obra en construcción en los fondos de la comisaría. Y luego se alejaron del pueblo con la intención de tirar el cadáver al Carcarañá.
Algo los detuvo antes de llegaron al río y por eso arrojaron el cuerpo a un canal de riego. Allí lo encontraron dos días más tarde, semisumergido.

El juicio
Para el juez Giraudo, todos los indicios recogidos durante la investigación y el juicio contra los policías prueban que Vallejo torturó a Flecha dentro del calabozo y que esto desembocó en su muerte. Por eso lo condenó a prisión perpetua. A Díaz y Elías, en tanto, los sentenció a tres años de prisión por encubrimiento.
La sentencia salió el 3 de mayo del año pasado y fue inmediatamente apelada por el abogado defensor de Vallejos, Adrián Ruiz. Para el letrado, no hay en toda la voluminosa causa ni una sóla prueba que acredite las torturas ni el homicidio, y sí hay en cambio abundantes indicios que permiten sostener la hipótesis del suicidio.
La causa recaló en la Sala I de la Cámara Penal, donde los jueces tuvieron en cuenta los informes del médico forense Oscar Sánchez y de los criminalistas Ulises Cardozo y Ricardo Colocchini, de la policía de Rosario. Los tres desfilaron varias veces ante los camaristas y coincidieron en varias cuestiones cruciales para resolver el caso. Una de ellas es que Flecha murió por ahorcamiento. Otra es que no fue torturado. Y la tercera es que las evidencias permiten sostener más la hipótesis del suicidio que la del asesinato.
Por eso los camaristas Ernesto Pangia, Alberto Bernardini y Eduardo Sorrentino sólo condenaron a Vallejos por falsificación de instrumento público y ocultamiento de pruebas. Es verdad que los médicos no afirman con absoluta precisión que la causa de la muerte fue el suicidio, pero tampoco exponen que la causa del deceso hayan sido golpes y actos de tortura a la víctima, dijo Pangia en el fallo.
Para él y sus pares, el hecho de que el policía y sus colegas hayan intentado hacer desaparecer el cadáver constituye un hecho grave pero al mismo independiente del homicidio, que además no lo prueba. Y a esos delitos los castigaron con una pena severa, según los márgenes que permite el Código Penal: cuatro años y medio de prisión y diez años de inhabilitación para ejercer cargos públicos.



El auto en que policías de Armstrong trasladaron el cuerpo de Flecha.
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