Walter Palena
Miguel Bonasso asoma en Diario de un clandestino (su último libro) como un muchacho pasional, contradictorio, tratando de descifrar el pensamiento y los personajes de una década signada por las utopías revolucionarias y la posterior destrucción de los sueños. Gran parte de esos años quedaron condensados en comentarios, de los más triviales a los más profundos, en el manuscrito de Anáhuac: un diario de anotaciones que Bonasso creía haber perdido y que encontró por casualidad en la casa de su hija Flavia, en México, en noviembre de 1999. Allí están reflejados sus diez años de militancia en la agrupación político militar Montoneros, desde su ingreso hasta la ruptura. El prolífico escritor y periodista (autor de best-seller como Recuerdo de la muerte, El presidente que no fue y Don Alfredo) dialoga con La Capital en el restaurante de un hotel céntrico. Sobre la mesa, la tapa del libro resume, en parte, la esencia de su contenido: la metamorfosis de un hombre que tuvo que cambiar su aspecto para sobrevivir a la Triple A. La vida de Bonasso está tallada de hechos singulares. A los 27 años fue jefe de prensa de la General Motors y su currículum lo mostraba como un joven con un futuro prometedor en esa empresa multinacional. Estaba un poco vacunado contra la militancia y en eso tuvo mucho que ver la historia de mis padres. Ellos estaban muy escépticos con la política y me habían empujado a ese sentimiento. Mi padre había sido trosko y mi madre peleó en la Guerra Civil Española. Venían de una historia de derrotas, relata sin perder una sonrisa que parece calcada. Pero el antídoto perdió rápidamente su efecto. Bonasso se fue de la General Motors y comenzó a trabajar en la revista Extra, dirigida por Bernardo Neustadt. Si bien ya había empezado su flirteo con el peronismo, fue en ese ámbito donde escuchó por primera vez una palabra que luego lo acompañaría toda su vida: Montoneros. Unos jóvenes desconocidos habían secuestrado a Pedro Eugenio Aramburu y le habían dado muerte. La revista publicó una nota donde se simulaba un juicio al militar y sus conclusiones, curiosamente, coincidían con los argumentos que esgrimieron Mario Firmenich y compañía. Neustadt sospechaba que nosotros teníamos que ver con el secuestro y nos denunció a la Justicia. Pero en realidad no sabíamos quiénes eran los Montoneros. Incluso, Dardo (Cabo) que venía de la derecha peronista y había hecho una evolución hacia la izquierda, tampoco sabía de su existencia. El que empieza a develarme quiénes eran fue el padre Carlos Mujica, relata. Pasa un año y Bonasso se cuadra en Montoneros, comenzando su etapa de radicalización: En esa época todo el mundo era de izquierda. Pensábamos en serio de que se podía cambiar el mundo. O como decía el Che, que las condiciones subjetivas para la revolución estaban dadas. ¿Cuál fue el error?, pregunta La Capital. Bonasso hace una pausa y comenta: Hubo muchos, pero uno de los más graves fue el asesinato de José Ignacio Rucci, del cual reivindico haber sido crítico en aquel momento. Yo creía que había sido una operación de la CIA, no de Montoneros. Ese crimen nos alejó de los trabajadores. Fue un error político severo. Pese a esos errores, Bonasso reivindica su paso por Montoneros. Se hace cargo de las culpas propias y ajenas. Y sigue creyendo en el peronismo histórico, en esa base de descamisados que la juventud maravillosa de los 70 (como la denominó Perón) intentó redimir.
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