Año CXXXIV
 Nº 48.984
Rosario,
domingo  31 de
diciembre de 2000
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Córdoba: El poder de la fe
Un recorrido por el Circuito de las Estancias Jesuíticas, empresas que impulsaron el desarrollo religioso y económico hace casi 400 años

Miguel Mancini

El Circuito de las Estancias Jesuíticas, en pleno corazón de las sierras de Córdoba, permite realizar un viaje con características muy particulares, porque aunque se lo inicie con intenciones meramente turísticas llega a impactar profundamente en lo espiritual. Más allá de disfrutar de las actividades de esparcimiento y aventura, el viajero logra tener un contacto real con elementos tan invalorables como la belleza del paisaje, la calidez de la gente y lo místico de su historia.
Prácticamente se puede palpar cada detalle de la obra de los jesuitas, una experiencia realmente emocionante, que a veces permite atravesar la frontera del tiempo y transportarse casi 400 años atrás con sólo contemplar por unos minutos los humildes ámbitos de la vida cotidiana en esos lugares.
Si bien el grupo de estancias forma el conjunto de empresas jesuíticas que ayudó a desarrollar el sistema cultural social, religioso, económico y territorial más revolucionario en esta parte del continente, cada uno de los establecimientos tenía características singulares.
Hoy, cuando han sido declaradas por la Unesco como patrimonio cultural de la humanidad, en ellos se puede encontrar el testimonio de la conjunción de las tendencias europeas de la época, las condiciones del medio y el aporte de los indígenas y esclavos al servicio de un ideal común: un eficiente proyecto de organización.
Resulta interesante hacer un recorrido teniendo en cuenta el sentido de la estructura funcional de la Compañía de Jesús, y para ello nada mejor que comenzar por la Manzana Jesuítica en la capital cordobesa, donde miles de aborígenes se convirtieron en albañiles, artistas, orfebres y ebanistas, y cuyo trabajo aún puede observarse intacto.
Para que la idea evangelizadora y educativa soñada por San Ignacio de Loyola fuera posible la orden necesitó un sustento económico propio, razón por la cual se fundaron los grandes establecimientos rurales que posibilitaron la tarea en la Manzana Jesuítica.
Así fue que la estancia de Santa Catalina, fundada en 1622 -a unos 20 kilómetros al noroeste de Jesús María y a la que se llega por ruta nacional 9 y luego por un camino secundario-, fuera utilizada para formar culturalmente a los indígenas y aprendieran a tallar maderas duras y forjar el hierro. Las obras de ingeniería hidráulica allí realizadas fueron tan importantes que aún hoy el pueblo y la estancia se siguen abasteciendo a través de ellas.
La estancia de Caroya, que data de 1616, y a la que también se llega por la ruta nacional 9, constituye un claro ejemplo de arquitectura residencial en el medio rural, ya que estaba destinada al descanso de los alumnos del Colegio Convictorio de Monserrat.
En cambio, la estancia de Jesús María, cercana a la de Caroya y creada en 1618, era la única que contaba con bodega propia, aprovechando las condiciones climáticas de la zona para el cultivo de vides.
La estancia de Alta Gracia, de 1643 -asentada a 36 kilómetros al sudoeste de la capital por la ruta provincial 5-, es seguramente la de mayor actividad en la actualidad. El templo es hoy la iglesia parroquial y en la residencia funciona el Museo Nacional Casa del Virrey Liniers. Allí también se destaca el famoso tajamar que ha pasado a ser un elemento identificatorio de Alta Gracia.
Finalmente, la Estancia de la Candelaria, de 1678, que está enclavada en plena sierra del departamento de Cruz del Eje, a 220 kilómetros de Córdoba por la ruta nacional 38, tuvo su actividad dominante en la cría de mulas, ya que en la época colonial era un puesto de animales de transporte en la ruta al Alto Perú. Su remota ubicación resulta ideal para cubrir el trayecto por el camino de montaña de 73 kilómetros, un viaje especial que sólo se puede cubrir en camionetas 4x4, con las que hay que subir las escarpadas cuestas con especial habilidad y el deseo de aventura, cerrando así una experiencia inolvidable.



Santa Catalina, una estancia jesuítica con una gran iglesia.
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