El ciclo Loffreda comenzó con la astucia y la inteligencia evidenciadas por el hombre del SIC para ubicarse con el debido respaldo en un cargo tan importante e inestable como el de coach de Los Pumas. Lo demostró apenas asumió. Allí designó como coentrenador al rosarino Daniel Baetti, un hombre del interior y exitoso, con consenso en el ambiente y con buena llegada hacia el plantel. Así, con su intachable trayectoria como jugador y entrenador, con el apoyo del sector dirigencial y la venia de una camada de jugadores que fortaleció su posición luego del quinto puesto en la Copa del Mundo, Loffreda tuvo la libertad necesaria para comenzar a darle su toque personal al seleccionado.
La UAR, segura aunque con sus típicos tiempos exageradamente cansinos y luego apurados por las circunstancias, creó una estructura un poco más adecuada a las ambiciones de protagonismo que se planteaban en el seno de Los Pumas.
Una comisión de selecciones abocada a los requerimientos de los jugadores argentinos más destacados, la creación de un equipo en desarrollo (que estuvo a cargo del rosarino Ricardo Covella), con un cuerpo técnico exclusivamente dedicado a seguir los pasos de los que tienen más chances de acceder al primer equipo, la decisión de incluir viáticos más generosos y la posibilidad otorgada a los entrenadores de realizar charlas y entrenamientos en el exterior para aquellos rugbiers que participan en los campeonatos europeos le otorgaron al proceso marcados tintes de seriedad, serenidad y respaldo. Algo inédito para el tormentoso intento de crecimiento deportivo y fortalecimiento institucional de los últimos años del rugby argentino.
Un debut auspicioso
Con todas las cartas en su poder y con las chances de barajar y dar de nuevo después del shock mundialista, el debut del team Loffreda-Baetti fue más que auspicioso, con una clara victoria frente a Irlanda en la cancha de Ferro Carril Oeste. De esa manera, la actual dupla entrenadora enterró precozmente la pesada carga de tener que responder a las sobredimensionadas expectativas generadas por lo realizado por el ciclo Imhoff-Wyllie en el Mundial de Gales.
Ya con el primer partido, Los Pumas de Loffreda consiguieron su independencia intelectual, acentuaron su romance con la gente y forjaron perspectivas de futuro propias, con los beneficios y riesgos que eso significaba.
El segundo compromiso internacional de Los Pumas en este año puso en evidencia la indescontable distancia que separa a las superpotencias del seleccionado nacional.
El primer test con Australia resaltó que el equipo argentino debe jugar muy cerca de su techo deportivo para tener chances de enfrentar en igualdad de condiciones al campeón del mundo. Pero si aparecen desconcentraciones o imperfecciones en el sistema de contención, las consecuencias de una goleada ante un equipo de esta envergadura pueden derivar en un retroceso no deseado dentro de un proceso ya de por sí aletargado.
Sin embargo, el orgullo y el amor propio del yaguareté aparecieron en el segundo test y si bien el resultado fue otra derrota, la imagen dejada no fue la misma del partido anterior. Los Pumas demostraron con encomiable tesón que pueden hacerles frente a los pesos pesados pero que el margen de error en ese contexto es mínimo, casi inexistente.