Año CXXXIV
 Nº 48975
Rosario,
jueves  21 de
diciembre de 2000
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Reflexiones
La confrontación perdida

Aníbal Faccendini (*)

Nuestra sociedad se ha caracterizado, por lo menos en el último decenio, por la vandorización del conflicto, es decir que el litigio de los distintos actores sociales de incidencia colectiva con el segmento de poder se ubica en la negociación como primer y único objetivo, no se lucha para con-vencer sino para negociar en mejores condiciones.
La vandorización es a la sociedad civil lo que la mediocridad al talento, una anestesia mesetaria. No se confronta, no se libera nueva energía social. Es ni más ni menos que la consolidación de la derrota de la sociedad civil por el poder triunfante con el golpe militar de 1976. El significado de la confrontación da cuenta entre otras definiciones del enfrentamiento positivo entre bloques de intereses. El conflicto debe ser no violento para poder aprovechar esa energía social liberada.
La vandorización es la idea del poder personal divorciado de todo compromiso trascendente que abarque al ciudadano. La desregulación económica ha sido acompañada con la desregulación de las ideas, los conservadores establecieron que hay un pensamiento único, por ende no hay más ideas, por consecuencia se acuerda desde posiciones personalistas sin interés en el bien común.
El debate sólo se puede producir desde lo heterogéneo, no desde lo homogéneo. Es en este marco que creemos que esta modalidad llamada vandorización (término tomado por lo que hacía Augusto Vandor, dirigente sindical, durante la dictadura de Onganía, que utilizaba el método de luchar para negociar en mejores condiciones sin ocuparse del interés de sus representados) tiene su razón de ser en que no se enfrenta al sector del poder, no se debate, no se confronta, ni desde la sociedad civil ni desde otro estamento; se acumula para negociar en mejores condiciones, el objetivo es el consenso personalista y no la resolución positiva del conflicto. El acuerdo debería ser la etapa superior del litigio y no ubicarse, como ocurre en la actualidad, al inicio de éste. El consenso es sólo uno de los derivados posibles de las discrepancias existentes en el seno de la sociedad.
La salud de la sociedad civil requiere de la confrontación pacífica del conflicto y no de su vandorización.
En nuestro país se necesita que se confronten ideas, que se establezca lo que está mal, lo que no es correcto, lo que no corresponde, que se establezca clara y auténticamente el conflicto, que la mentira y la sospecha sean cercadas de tal manera que se pueda determinar al mentiroso y al sospechado, al responsable y al culpable.
Es lastimoso que tengamos vergüenza del tiempo que nos tocó vivir, pero más patético es que decidamos durar y no vivir, cuando bien vale la pena confrontar para marcar pautas y caminos. Lo peor de una sociedad enferma es el síntoma de la desidia que produce y reproduce, donde las palabras se utilizan para tapar la verdad y viabilizar la mentira. En toda sociedad siempre hubo falacias, pero cuando éstas se transforman en su fluido fundamental, el cuerpo irremediablemente se contamina y lleva consigo el germen de la decadencia.
Es por eso que la queja se tiene que reciclar en acción, sino es la reverencia perpetua al miedo y por ende una resignación disfrazada.
Así muchas veces el Estado ha incurrido en incumplimientos del contrato social, pero cuando la ausencia de responsabilidad es sistemática, cuando lo heredado de ello es la corrupción, la mentira y la hipocresía en grados insostenibles; donde el cinismo es el drenaje más fluido que la gestión estadual puede dar, y el hambre para numerosos ciudadanos es su mejor promesa para el futuro, es cuando se imponen el derecho y el deber del ciudadano de generar y de intervenir en distintos niveles de participaciones pacíficas ciudadanas, para abrir el camino a un nuevo contrato social, por la igualdad, el trabajo, la dignidad y el bienestar.
Los independentistas norteamericanos del siglo XVIII planteaban no hay imposición sin representación. Nosotros, los ciudadanos, podemos decir en el final de la modernidad y como hijos de ella, que no hay ciudadanía sin garantía de bienestar y dignidad para el ciudadano. No tienen fundamento los impuestos si no generan sanidad en el cuerpo social. Es a partir de defender con convicción que una sociedad con equidad social es viable y necesaria para todos, que podremos confrontar con el mercado y evitar la tribalización social.
(*) Abogado. Miembro de la Universidad Nacional de Rosario. Presidente de la Asamblea por los Derechos Sociales.


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