Que un escritor presente un libro es un episodio de rutina en la vida literaria. Pero que presente dos títulos en un solo acto supone un caso al menos singular. Más aún cuando esos trabajos se orientan en ámbitos distantes: la actualidad política, específicamente en sus zonas más oscuras, y la vida de un escritor reconocido. Ese es el caso de Juan Gasparini, quien pasó por Rosario para hablar simultáneamente de La delgada línea blanca (Ediciones B) y Borges: la posesión póstuma (Foca).
Nacido en Azul, provincia de Buenos Aires, en 1949, y residente en Ginebra, Suiza, desde 1980, Gasparini colabora en diversos medios europeos y latinoamericanos y ha publicado investigaciones referidas a capítulos centrales de la historia política reciente, como Montoneros, final de cuentas (1988; reeditado en 1999) y El crimen de Graiver (1990).
La delgada línea blanca, escrita en conjunto con el periodista chileno Rodrigo de Castro, está centrado en la figura de Monzer Al Kassar, conocido por las denuncias que lo involucran en el tráfico de armas y drogas y en el apoyo a actos terroristas y por su intento de obtener la ciudadanía argentina. El personaje, muy transitado en la crónica a partir del atentado a la Amia, aún contiene enigmas por develar. Para Gasparini, es el enlace entre el círculo íntimo del ex presidente Carlos Menem y el del ex dictador Augusto Pinochet. Estas relaciones secretas tendrían de acuerdo al autor un protagonista al cual se le ha prestado poca atención: Nicolás Becerra, actual titular de la Procuraduría General de la Nación.
El punto de encuentro con el trabajo sobre Borges podría plantearse en que aquí también se trata de investigar y producir información para dar cuenta de ciertos enigmas. En sus últimos ocho o nueve meses de vida se producen una serie de misterios -dice Gasparini-: Borges cambia su testamento, modifica la herencia y se va de la Argentina en secreto.
Gasparini habla casi sin interrupciones. Borges: la posesión póstuma se propone como un reportaje periodístico sobre el período final de la vida de un hombre. Aquí se trata de alguien que interesa por múltiples razones y sobre todo por los misterios que produce en sus últimos días.
En ese período, Borges cambia su testamento, modifica la disposición que concedía la mitad de su herencia para Fani, la mujer que lo cuidó durante 40 años, y se la cede totalmente a María Kodama, en un nuevo testamento donde extrañamente desaparece una cláusula. Pocas semanas después se va de la Argentina en secreto -hasta el último día no se lo dice ni a su hermana ni al transcriptor de su obra-, enfermo y contra la opinión de sus médicos.
A partir de ese momento, ocurren otros misterios: en Ginebra, Borges se quiere hacer suizo y pide un permiso de residencia para obtener la nacionalidad; emite un poder para que un abogado expulse de su casa de Buenos Aires a Fani, lo que provoca un enfrentamiento con su familia sanguínea, con su hermana y su sobrino. Más tarde, en forma ilegal, se casa por poder en Paraguay con María Kodama. Finalmente, cuando todos los pronósticos decían que al morir iba a ser enterrado en la bóveda familiar de la Recoleta, es sepultado en Ginebra, pese a que no hay huellas ni escritas ni orales de que haya pedido eso.
Para Gasparini los últimos días de Borges ilustran una frase de Charles De Gaulle: refieren a los naufragios de la vejez. La historia había sido tratada muy ligeramente por los biógrafos, que en general se refieren mucho a la obra literaria y sólo tratan la vida de Borges en función de esa obra. Lo que quise hacer fue un reportaje periodístico pulsando las fuentes documentales que son pocas y más que nada las testimoniales, la gente que lo siguió y tuvo que ver con él.
En ese sentido, busqué los testimonios de amigos, enfermeras, médicos, escritores y hoteleros, para reconstruir en la medida de mis posibilidades lo que ocurrió. El testigo principal, sin embargo, faltó a la cita: María Kodama se negó a ser entrevistada a los fines del libro.
El libro trata asimismo tres procesos judiciales relacionados con Borges y planteados a propósito de la repatriación de sus restos, el uso del apellido Borges y la sucesión, donde una fallida intento por declarar nulo el testimonio del escritor. Los tres tuvieron un final idéntico: fueron ganados por María Kodama.
No obstante, advierte Gasparini, en el libro pruebo claramente que no hubo captación de voluntad. Borges era consciente de lo que hacía.