ANNA-BARBARA TIETZ
Los Angeles. - Alec Baldwin puede hacer las maletas. Antes de las elecciones presidenciales del pasado 7 de noviembre anunció públicamente que se marcharía a vivir a Europa en caso de que George W. Bush accediera a la Casa Blanca. El triunfo electoral del candidato republicano no ha sentado bien al colectivo de artistas, en su mayoría liberales, de Hollywood. El actual presidente, el demócrata Bill Clinton, mantuvo una estrecha relación con las estrellas y las personalidades influyentes de la Meca del cine. Con la proclamación de Bush como presidente, estrellas de Hollywood como Barbra Streisand y Steven Spielberg ya no serán recibidas como amigos en el 1600 de Pennsylvania Avenue, en Washington.
Muchos grandes nombres del cine han apoyado a Al Gore hasta el final con su nombre y su dinero. Dieron fiestas para los candidatos demócratas, recaudaron fondos para las campañas y aprovecharon cualquier oportunidad para dejar claras sus preferencias. Helen Hunt, Ben Affleck, Glenn Close, Cher, Whoopi Goldberg y Robert De Niro subieron a estrados durante la campaña en favor de Al Gore. Sharon Stone anunció sin tapujos su apoyo al demócrata.
Según el Hollywood Reporter, los demócratas obtuvieron el mes pasado cientos de miles de dólares para el Comité de Recuentos Gore-Lieberman, responsable de las acciones jurídicas que tenían como objetivo el recuento de votos en varios condados de Florida. Sólo la actriz Jane Fonda contribuyó con 100.000 dólares a este comité.
La censura se legaliza
Desde el punto de vista de Hollywood, había mucho en juego en estas elecciones presidenciales: el futuro de la libertad de expresión artística. Durante el año electoral, en Washington tuvo lugar un acalorado debate. Políticos conservadores en el Senado iniciaron una cruzada contra la industria cinematográfica por sus producciones presuntamente dominadas por la violencia y el sexo. Con la nueva administración, parece más que probable que esto tenga consecuencias legislativas. Los realizadores liberales de Hollywood ven con desagrado cualquier tipo de censura. Bush y su vicepresidente, Dick Cheney, ya han anunciado su intención de limpiar la televisión estadounidense a través de la reintroducción de las llamadas horas familiares.
Con el giro conservador de la Casa Blanca cabe esperar también que se vuelvan a cuestionar las subvenciones públicas para el arte. Lo sorprendente es que, durante la campaña, el propio Al Gore se expresó en contra de la industria cinematográfica. Por un lado recaudó millones en fiestas de Hollywood, por otro esto no le impidió mostrarse crítico hacia la estrategia de negocio de la industria del entretenimiento.
Durante uno de los debates televisados que mantuvo con Bush en octubre, Gore reiteró que no cree en la censura, pero señaló que es necesario presionar a la industria del cine y la televisión si ésta continúa produciendo basura salpicada de violencia y sexo y dirigiéndola a los niños.
Naturalmente hay también estrellas de Hollywood que deseaban la llegada de Bush a la Casa Blanca, especialmente el actor Charlton Heston, presidente de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), el influyente grupo de presión de las armas de fuego. También la actriz Bo Derek sacrificó su tiempo por la campaña de Bush, al igual que el musculoso Arnold Schwarzenegger.