Alejandro Cachari
La tribuna y el barrio. El Tanque y la popular de Regatas. Los viajes incómodos con la bandera como vestimenta casi exclusiva. La vida que golpea. La realidad que es amarrete y hace escasear las necesidades mínimas e imprescindibles para un pasar digno. La pelea por la supervivencia en tierra de guapos y maleantes... La ciudad deportiva, la camiseta de Central, la cuarta de AFA, la reserva, la primera... Gol de palomita a Racing. La auriazul por encima de la cabeza y la ofrenda a su pueblo. Momento culminante, instante soñado. La particular historia de Tom, de seudónimo Gustavo Arriola. Faltaban 18 minutos y Central no le encontraba la vuelta al partido con Racing. El Patón lo mandó a la cancha, necesitaba un poco de potrero para destrabar un desarrollo casi de oficina, sin emociones, rutinario y monótono. Un enganche para acá, otro para allá, pero siempre con el arco de enfrente en la cabeza. Está claro, Tom va al frente. No sólo en la cancha, es su modo de vida. Cada vez que me confirman que estoy entre los concentrados ya empiezo a soñar con que voy a hacer un gol. Ese era mi gran sueño: hacer un gol, sacarme la camiseta e irme para el tejido. La tendencia no es casual. Tom buscó su hábitat en el momento de mayor éxtasis que hasta ahora le ofreció el fútbol. Fueron muchos años de tribuna, de garganta destruida y enrojecida, de viajes sin un centavo. Varios tablones y escalones de cemento podrían testificarlo. No me importaba que me amonestaran ni nada. A esa altura del partido sólo me interesaba festejar con la gente. No se puede explicar lo que se siente, tenés que estar ahí adentro para vivirlo. Puede entenderse mal la obsesión de Tom. En términos estrictamente profesionales podría considerarse perjudicial. Pero en los tiempos en los que la camiseta es casi lo de menos, el sentimiento se transforma en el principal argumento de sustento de la pasión. Y cuando aparece, todo se simplifica. Siempre que entro a la cancha quiero hacer un gol, además de jugar bien. Por suerte pude hacerlo. Con Argentinos ya había estado cerca. La comunión con la popular es innegable. Se palpa inmediatamente. Tiene muchos amigos allí. Compañeros de aventuras y desventuras: es su hábitat. Me pone muy contento que la gente me aplauda y coree mi nombre. Es lo que uno siempre sueña. Es lo más hermoso que le puede pasar a un jugador. Además de las condiciones innatas para ser un extraordinario futbolista, Tom cuenta con un plus en extinción. Todo aquel que vaya a ver al equipo de Bauza descubre, apenas él se relaciona con la pelota, que es hincha de Central. Sí, la gente sabe que soy hincha. Fui a gritar el gol ahí. A todos los que están atrás del arco los conozco de mi barrio. Se los grité a ellos. Fueron muchos años gritando desde ahí, viajando con la hinchada. Pero son cosas que no tengo que hacer más. Para Tom es casi un desarraigo, pero los chicos crecen. Y el empezó a transitar el duro camino del destete. Cambió la popular por la cancha, el Tanque por el centro. A pesar de que su condición natural sugiera todo lo contrario, pelea duramente para transformarse en profesional. Si lo logra, Central gozará, aunque efímeramente, de sus extraordinarias condiciones para jugar al fútbol. Todo es muy duro. Tom sabe que si le sale bien su paso por Central será breve. Y eso seguramente lo perturba. Lo fui a gritar ahí porque sé perfectamente lo que es estar en ese lugar y festejar un gol con la gente. Ellos se brindan a pleno con el equipo y uno lo menos que puede hacer es agradecérselos. Aparecieron los límites para Tom. El sentimiento pelea cuerpo a cuerpo con el profesionalismo. El joven transgresor por obligación juega una pulseada permanente con el que asoma con la camiseta de Central. El humildísimo pibe de barrio regido por las leyes de la calle se enfrenta con el profesional incipiente. Ahora que maduré un poco, ya sé lo que tengo que hacer. El técnico pone las pautas y uno tiene que aceptarlas si quiere triunfar en el fútbol. Hoy lo mejor que me puede pasar es jugar en Central. Lo que venga más adelante se verá.
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