Una buena pregunta que los hinchas de Newell's podrían hacerse es ¿qué pasaría hoy con su equipo si Saldaña hubiera decidido operarse del ligamento cruzado de la rodilla izquierda en septiembre pasado, o si se hubiera amilanado por el pronóstico apocalíptico del doctor Ignacio Astore luego de que sólo le tocara los meniscos y dijera que tenía una chance en mil de volver a jugar?. El viernes 15 de septiembre, Saldaña se retiró antes del entrenamiento previo al partido con Gimnasia en La Plata, con una mueca de honda preocupación. Su rodilla izquierda, la de apoyo, esa que debió operarse de ligamentos cruzados y meniscos seis años atrás mientras estaba en Boca, volvía a jugarle una mala pasada. El martes 19 pasó por el quirófano y por decisión propia no permitió que se tocara el ligamento cruzado anterior nuevamente dañado sino sólo los meniscos, con lo cual podría intentar el regreso a las canchas en un mes (de lo contrario hubieran sido 9 meses), pero con la clara advertencia del médico rojinegro de que tiene más para andar mal que para andar bien. Pese al preciso y casi terminante diagnóstico, Saldaña confió en el sostén secundario que le brindaría un fuerte cuádriceps para la maltrecha rodilla y sobre todo confió en sí mismo. Y le dio para adelante. Un mes después ya le estaba dando a la redonda. Dos meses y pico después, volvió a transformarse en el mejor jugador del equipo, en el indispensable, mostrando no sólo los atributos futbolísticos que moldeó a través de su trayectoria impecable sino un estado físico que más de uno de los pibes que hoy conforman el juvenil plantel rojinegro envidiaría. Bauza tuvo razón cuando señaló como causa de la escasa jerarquía del clásico último que había sólo un Saldaña en la cancha. La reflexión podría ser extensiva a cómo sería la realidad de Newell's hoy sin su jugador más veterano, por más que Julio César se enoje como un nene cuando se le asocia ese adjetivo, que tiene más que ver con la comparación con el resto del plantel que con una edad en modo alguno terminal para la carrera de un futbolista. La realidad es que, después de los 33 años de Saldaña (cumplidos el pasado 14 de noviembre), el jugador más viejo es con 26 años Vanadía, que a veces es suplente. Luego siguen Cejas, Vojvoda y Filippini con 25, Fuentes, Luque y Real con 24, Bernardi con 23, Cobelli y Quintana con 22, Crosa y Manso con 21 y el resto. Es decir hay una diferencia muy grande entre él y los demás. El dato no es menor. Manso puede hacer una y mil piruetas, pero aunque no tiene su calidad, Saldaña posee el aplomo para leer el partido y conducir estratégicamente el equipo cuando el técnico le da libertad para moverse en el mediocampo, algo que con Ribolzi ocurre mucho más que antes con Rebottaro. Además, como si el paso del tiempo y las lesiones no le hicieran mella, muestra la movilidad necesaria para jugar en un fútbol tan físico y la ubicuidad justa para que sus compañeros siempre puedan descargar con él, amén de la inteligencia para cederla luego con rapidez y precisión. La exaltación de la figura de Saldaña (nada de apodarlo Larry, porque también le molesta) no hace más que resaltar un cuadro de situación de un equipo al que le falta jerarquía -pese a que varios tienen muchos partidos en primera- para transformarse alguna vez en protagonista, situación que se agravó de mitad de año en adelante con las partidas de Lutman, Mateo, Guiñazú y París. Pero en tanto, mientras transpira la camiseta como un pibito, Julio César parece gritar cuando la pelota empieza a rodar: Viejos son los trapos.
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