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lunes,
15 de
octubre de
2007 |
La destacada: Cuestión de peso
Hay ocho millones de obesos en nuestro país y tres generaciones laceradas por la desnutrición. Según Juan Carr, el fundador de la ONG Red Solidaria, por cada niño desnutrido hay 60 adultos que no son pobres y que podrían hacer algo para evitar que muera un niño argentino cada dos horas. La más grande violación de los derechos humanos goza de invisibilidad popular y estatal. Nadie quiere mirarlos. Al igual que el chico que se acerca para pedir una moneda o limpiar el parabrisas, desviamos la mirada como si ello bastara para resolver el asunto. Tan fugaz escape ilusorio se multiplica por millones en toda la población, y así, segundo tras segundo, creemos que el problema desaparece. Y crece en silencio. Mientras tanto, en el otro extremo, la obesidad tiene programa de TV propio y convoca multitudes para que el Estado responda a su favor. Lejos de criticar la imprescindible conciencia social sobre la obesidad, me pregunto: ¿por qué esta diferencia? ¿Por qué esta indiferencia? De las mil respuestas existentes, hay una que resulta escalofriante. La sociedad de consumo influye en la evaluación de la realidad discriminando a favor de quienes pueden producir y consumir, excluyendo a quienes no participan en tal circuito. El criterio de funcionalidad aunado a la lógica de mercado empuja a descartar a quienes no producen o no consumen, que son los que además demandan tiempo y esfuerzo "improductivos". Ellos son los niños, los ancianos, los enfermos, los pobres, y especialmente los desnutridos, quienes, de no mediar un tratamiento apropiado en su primera infancia, serán "disfuncionales" de por vida, un "lastre" para la sociedad. Así, los marginados se convierten en masas informes en las fronteras de las ciudades y de las miradas. El país se torna un archipiélago de riquezas en un mar de miseria: un país productor y exportador de alimentos suficientes para 300 millones de personas donde sus ciudadanos más indefensos mueren de hambre. “Resulta increíble que hablemos de desnutrición en el siglo XXI" comentó hace poco un locutor radial, ilustrando la percepción de muchos. Despierte de una vez: lo increíble, lo impensable, lo invisible sucede en nuestras narices desde hace generaciones. ¿Hasta cuándo esconderemos la cabeza o desviaremos la mirada? ¿Cuándo emergerá la valentía social y política de afrontar los problemas de fondo?
Luciano Méndez, DNI 25.861.34
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