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 domingo, 22 de julio de 2007  
Para beber: variedad de cepas

Gabriela Gasparini

Son pocas las veces que al hablar de vinos españoles se hace especial referencia a los que se elaboran en las islas Canarias, y sin embargo, tuvieron épocas gloriosas que después de un impasse están volviendo. Empecemos con los avatares de sus primeros tiempos, en la próxima nos dedicaremos a los caldos propiamente dichos. De las siete islas que conforman el archipiélago, la del Hierro era en épocas del griego Ptolomeo, el extremo del mundo conocido.

Cuentan que cuando los romanos desembarcaron en la de Fuerteventura la encontraron plagada de perros salvajes por lo que decidieron llamarla Insula Canum (isla de los Perros), nombre que terminaría convirtiéndose en Canarias. También comentan que todavía hay descendientes de esos primeros pobladores caninos paseándose orondos por sus calles.

Vamos a pasar por alto algunos siglos para situarnos en el XIV que es cuando algunos historiadores aseguran que llegaron las primeras vides traídas por los conquistadores procedentes de Creta que era con las que se elaboraba el famoso malvasía de Lanzarote, conocido en Inglaterra como Canary Sack.

La variedad de cepas era tan diversa como los orígenes de los pobladores que competían por producir el mejor vino. Allí se encontraban andaluces, catalanes, gallegos, castellanos, genoveses, portugueses, franceses y flamencos todos intentando superar la calidad de la producción del bodeguero de al lado. El comercio con América se inició a principios del siglo XVI, y su importancia llegó a ser tal que las islas tenían flota propia para el traslado. Pero para Canarias nada fue fácil. El flujo comercial se vio entorpecido debido a las restricciones impuestas por Sevilla y Cádiz a través de la Casa de Contratación y Consejo de Indias. Con una cantidad de toneles limitada, sus ventas estaban condicionadas a la emigración obligatoria de “cinco familias canarias de cinco miembros, por cada cien toneladas embarcadas”, como una forma de contribuir con el desarrollo del nuevo mundo. Esas familias trajeron, a pesar de la prohibición, esquejes con los que colaboraron en el desarrollo vinícola de este lado del Atlántico.

La independencia de Portugal, y el casamiento de Carlos II de Inglaterra con Catalina de Braganza inclinó la balanza británica hacia los vinos de Madeira y Azores en detrimento de los canarios, eso sumado a nuevas leyes de navegación y a políticas de comercialización monopólicas fueron las causas principales del comienzo de la decadencia. Los ingleses de la Compañía del Monopolio encargados de negociar las compras nunca pensaron que la miserable oferta que hacían a los viñateros de Tenerife convirtiera a la noche del 3 de julio de 1666, en Garachico, en una gesta histórica conocida como “el derrame del vino”. Según el historiador Viera y Clavijo “trescientos o cuatrocientos enmascarados violentaron las puertas de las bodegas y destruyeron las barricas, derramando el vino, de forma que se originaba arroyos en las calles provocando una de las inundaciones más extrañas que se puedan leer en los anales del mundo”. Del vino canario quedan registros como el de Cyrus Redding, publicado en 1833: “El Canary solía beberse mucho en Inglaterra, y era conocido sólo por ese nombre. El que esto escribe probó una pequeña cantidad de un vino de 126 años que había permanecido en las bodegas familiares de un noble, con quien estaba cenando, el cual sacó una botella que contenía un poco menos de una pinta a modo de bonne bouche. Sabía bien y tenía mucho cuerpo”. La seguimos.



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