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 sábado, 24 de febrero de 2007  
Más de 500 mil alumnos comenzarán este año las clases en la EGB santafesina. Hablan de las virtudes y defectos de la enseñanza
Los chicos repasan la escuela de hoy
Proponen que las maestras no griten tanto, aulas con internet y más horas de taller

Marcela Isaías / La Capital

Una escuela en las que las maestras no griten, las aulas estén en condiciones y todos tengan los mismos bancos; una escuela con más clases de taller, donde se aprenda un oficio y haya computadoras (“de las nuevas”) con conexión a internet. Estas son algunas de las características para no aburrirse y aprender en las aulas que plantea un grupo de chicos de entre 10 y 14 años de la zona oeste de Rosario. Todos cursan la EGB, una etapa escolar que en la provincia reúne a 521.353 alumnos del sistema público y privado.

De una u otra forma, cada afirmación y comentario remite a lo que la nueva ley de educación dice en sus metas cuando habla de garantizar la igualdad de oportunidades y preparar a los chicos para desempeñarse en la vida social, trabajar o bien acceder a estudios superiores.

Para todo eso antes hay que pasar la escolaridad obligatoria, ahora extendida al secundario, de acuerdo con la nueva norma.

Un grupo de chicos de un colegio de la zona oeste de Rosario acepta el desafío y analiza casi radiográficamente la escuela de hoy. Se trata de Nicolás Benítez (11), Miguel Misic (10), Brian Mojica (12), Alejandro Bernardelli (14), Anabella Uliassi (14), Carla Ibáñez (14), Jakelina Zappalá (11), Miguel Silva (12), Jeremías Buratti (12) y Federico Atencio (12).

De este grupo la mitad repitió el año alguna vez. Para algunos fue por haber hecho mal “un par de pruebas”, para otros sencillamente “por no haber hecho nada en todo el año”.

Ahora todos, en pleno febrero, reciben clases de apoyo en las materias que pasaron más flojas y aseguran que quieren aprovechar esta nueva oportunidad.

La idea de tener computadoras en las aulas, conectadas a la red, los entusiasma sin distinción de edades.

Expresan que internet es un buen recurso para “buscar información para las tareas”. Sólo piden que “las máquinas sean nuevas”. Miguel y Anabella aseguran que si no insisten en contar con estas máquinas es por una simple razón: “A nuestra escuela no le alcanza la plata”.



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Pasar la prueba



   Para el grupo de alumnos algunas pautas de trabajo docentes se deberían revisar. Por ejemplo, cómo se toman las pruebas. “Primero viene la de lengua y sociales y te dice estudien para la prueba de mañana, luego la de matemática y naturales y te pide lo mismo. ¿Y nosotros qué hacemos? Es mucho para un mismo día”, comenta uno de los chicos.

   A ninguno se lo ve muy convencido sobre qué les gustaría estudiar en los próximos años. Sólo Federico manifiesta la idea de seguir "un oficio o ser director de una escuela", Jeremías se dirime entre ser mecánico o contador y MigueUna escuela en las que las maestras no griten, las aulas estén en condiciones y todos tengan los mismos bancos; una escuela con más clases de taller, donde se aprenda un oficio y haya computadoras (“de las nuevas”) con conexión a internet. Estas son algunas de las características para no aburrirse y aprender en las aulas que plantea un grupo de chicos de entre 10 y 14 años de la zona oeste de Rosario. Todos cursan la EGB, una etapa escolar que en la provincia reúne a 521.353 alumnos del sistema público y privado.

   De una u otra forma, cada afirmación y comentario remite a lo que la nueva ley de educación dice en sus metas cuando habla de garantizar la igualdad de oportunidades y preparar a los chicos para desempeñarse en la vida social, trabajar o bien acceder a estudios superiores.

   Para todo eso antes hay que pasar la escolaridad obligatoria, ahora extendida al secundario, de acuerdo con la nueva norma.

   Un grupo de chicos de un colegio de la zona oeste de Rosario acepta el desafío y analiza casi radiográficamente la escuela de hoy. Se trata de Nicolás Benítez (11), Miguel Misic (10), Brian Mojica (12), Alejandro Bernardelli (14), Anabella Uliassi (14), Carla Ibáñez (14), Jakelina Zappalá (11), Miguel Silva (12), Jeremías Buratti (12) y Federico Atencio (12).

   De este grupo la mitad repitió el año alguna vez. Para algunos fue por haber hecho mal “un par de pruebas”, para otros sencillamente “por no haber hecho nada en todo el año”.

   Ahora todos, en pleno febrero, reciben clases de apoyo en las materias que pasaron más flojas y aseguran que quieren aprovechar esta nueva oportunidad.

     La idea de tener computadoras en las aulas, conectadas a la red, los entusiasma sin distinción de edades.

Expresan que internet es un buen recurso para “buscar información para las tareas”. Sólo piden que “las máquinas sean nuevas”. Miguel y Anabella aseguran que si no insisten en contar con estas máquinas es por una simple razón: “A nuestra escuela no le alcanza la plata”.



Talleres y oficios



   Una de las preguntas que desvela a especialistas y educadores es definir qué es una buena escuela. “Para mí —dice Alejandro— es la que cuenta con clases de taller, donde aprendés a armar cosas”.

   La mirada del alumno de 7º año no es muy diferente a la que arriban muchos estudiosos del campo educativo. Es más, la idea de recuperar los espacios de enseñanza técnica y de volver a darles más lugar a los oficios en los últimos años mucho se asemeja al pedido de Alejandro.

   “Que esté arreglada, en buenas condiciones y que tenga patios descubiertos para jugar a la pelota”, también encabezan la lista de ideas que definen, según las expresiones de los chicos, un buen lugar para aprender.

   El pedido de Miguel de tener espacios para jugar no es casual; más todavía, es moneda corriente en muchas escuelas. Es que el crecimiento de la matrícula en varias instituciones trajo como consecuencia que la construcción de aulas avanzara sobre los patios destinados al juego. Y, en muchos casos, como recuerda una docente del nene, “por la inseguridad, los lugares abiertos debieron techarse”.

   Además, esta “buena escuela” de la que habla el grupo de alumnos debe tener bancos para todos, que sean iguales y estén en buenas condiciones. "Para no pelearnos", aclaran.

   Y hay más: al ideal de espacios para aprender los chicos agregan sus definiciones sobre qué es ser un buen docente.

De guardapolvo blanco y escarapela, Brian dice: “Siempre me tocó una buena maestra en matemática, que me explicó, por eso ahora me gusta tanto esta materia”.

   Con Brian acuerdan casi todos los chicos, pero no sobre los números sino acerca de la condición de quien enseña. “Que explique y respete los tiempos de cada uno para entender los temas” es el mejor ejemplo que encuentran para delimitar las características del maestro ideal.

   “¿Sabés que pasa?, a veces vos te acercás a pedirles algo y te retan, cuando no te gritan porque sí”, destacan.

No es casual por tanto que de inmediato Anabella y Carla pidan la palabra para considerar como sustancial que sus maestras “tengan onda, una buena actitud y nos ayuden”.

    

Pasar la prueba



   Para el grupo de alumnos algunas pautas de trabajo docentes se deberían revisar. Por ejemplo, cómo se toman las pruebas. “Primero viene la de lengua y sociales y te dice estudien para la prueba de mañana, luego la de matemática y naturales y te pide lo mismo. ¿Y nosotros qué hacemos? Es mucho para un mismo día”, comenta uno de los chicos.

   A ninguno se lo ve muy convencido sobre qué les gustaría estudiar en los próximos años. Sólo Federico manifiesta la idea de seguir "un oficio o ser director de una escuela", Jeremías se dirime entre ser mecánico o contador y Miguel entre trabajar y dedicarse a jugar al rugby.

   A todos les preocupan la inseguridad y el tránsito, en espacial a la salida de la escuela, desearían no usar más guardapolvo (sobre todo los más grandes) y dicen que en líneas generales “poco y nada los convence de la escuela”.

   Sin embargo, una vez más pondrán el dedo en una de las teclas clave y más desafiantes de la enseñanza, es cuando entre una series de quejas y reproches rescatan: “Cuando vemos que aprendimos algo nos sentimos felices y contentos”.l entre trabajar y dedicarse a jugar al rugby.

   A todos les preocupan la inseguridad y el tránsito, en espacial a la salida de la escuela, desearían no usar más guardapolvo (sobre todo los más grandes) y dicen que en líneas generales “poco y nada los convence de la escuela”.

   Sin embargo, una vez más pondrán el dedo en una de las teclas clave y más desafiantes de la enseñanza, es cuando entre una series de quejas y reproches rescatan: “Cuando vemos que aprendimos algo nos sentimos felices y contentos”.
Talleres y oficios
Una de las preguntas que desvela a especialistas y educadores es definir qué es una buena escuela. “Para mí —dice Alejandro— es la que cuenta con clases de taller, donde aprendés a armar cosas”.

La mirada del alumno de 7º año no es muy diferente a la que arriban muchos estudiosos del campo educativo. Es más, la idea de recuperar los espacios de enseñanza técnica y de volver a darles más lugar a los oficios en los últimos años mucho se asemeja al pedido de Alejandro.

"Que esté arreglada, en buenas condiciones y que tenga patios descubiertos para jugar a la pelota”, también encabezan la lista de ideas que definen, según las expresiones de los chicos, un buen lugar para aprender.

El pedido de Miguel de tener espacios para jugar no es casual; más todavía, es moneda corriente en muchas escuelas. Es que el crecimiento de la matrícula en varias instituciones trajo como consecuencia que la construcción de aulas avanzara sobre los patios destinados al juego. Y, en muchos casos, como recuerda una docente del nene, “por la inseguridad, los lugares abiertos debieron techarse”.

Además, esta “buena escuela” de la que habla el grupo de alumnos debe tener bancos para todos, que sean iguales y estén en buenas condiciones. "Para no pelearnos", aclaran.

Y hay más: al ideal de espacios para aprender los chicos agregan sus definiciones sobre qué es ser un buen docente.

De guardapolvo blanco y escarapela, Brian dice: “Siempre me tocó una buena maestra en matemática, que me explicó, por eso ahora me gusta tanto esta materia”.

Con Brian acuerdan casi todos los chicos, pero no sobre los números sino acerca de la condición de quien enseña. “Que explique y respete los tiempos de cada uno para entender los temas” es el mejor ejemplo que encuentran para delimitar las características del maestro ideal.

Sabés que pasa?, a veces vos te acercás a pedirles algo y te retan, cuando no te gritan porque sí”, destacan.

No es casual por tanto que de inmediato Anabella y Carla pidan la palabra para considerar como sustancial que sus maestras “tengan onda, una buena actitud y nos ayuden”.


Pasar la prueba
Para el grupo de alumnos algunas pautas de trabajo docentes se deberían revisar. Por ejemplo, cómo se toman las pruebas. “Primero viene la de lengua y sociales y te dice estudien para la prueba de mañana, luego la de matemática y naturales y te pide lo mismo. ¿Y nosotros qué hacemos? Es mucho para un mismo día”, comenta uno de los chicos.

A ninguno se lo ve muy convencido sobre qué les gustaría estudiar en los próximos años. Sólo Federico manifiesta la idea de seguir "un oficio o ser director de una escuela", Jeremías se dirime entre ser mecánico o contador y Miguel entre trabajar y dedicarse a jugar al rugby.

A todos les preocupan la inseguridad y el tránsito, en espacial a la salida de la escuela, desearían no usar más guardapolvo (sobre todo los más grandes) y dicen que en líneas generales “poco y nada los convence de la escuela”.

Sin embargo, una vez más pondrán el dedo en una de las teclas clave y más desafiantes de la enseñanza, es cuando entre una series de quejas y reproches rescatan: “Cuando vemos que aprendimos algo nos sentimos felices y contentos”.
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Invitados a opinar. Brian, Miguel, Jeremías, Alejandro, Anabella, Carla, Miguel, Jakelina y Federico. Tienen entre 10 y 14 años y concurren a la EGB de una escuela de la zona oeste de Rosario.

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